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lunes, 26 de mayo de 2025

Una mirada retro- y prospectiva de Quino

El humor gráfico del llorado Joaquín Salvador Lavado Tejón, alias Quino (1932-2020), no deja de sorprendernos por sus dibujos sencillos y textos breves y penetrantes en los que se concentra una gran enseñanza, es decir, un desengaño que nos hace sonreír y reflexionar a la vez. He elegido estos dibujos que tratan sobre el futuro, cuyo protagonista, si nos fijamos en la expresión de su rostro, está triste y preocupado en la primera y tercera viñetas, mientras que en la segunda y central se muestra contento. Comparando las tres viñetas, vemos que tienen en común la representación espacial clásica del tiempo cronometrado, presentando la siguiente secuencia: izquierda (pasado), centro (presente) y derecha (futuro).
En la viñeta superior vemos a un personaje de mediana edad cariacontecido haciendo eses a lo largo de un camino que va de la izquierda a la derecha, en la dirección de nuestra lectura, como si dijéramos del pasado al futuro. Tras él, en efecto, una señal que indica una dirección hacia delante con flecha puntiaguda y el letrero “AL FUTURO”. Se da a entender que el hombre se halla, como diría el Dante, “nel mezzo del camin di nostra vita”, o en la traducción que hace en verso Abilio Ehevarría de la Divina Comedia, publicada por Alianza Editorial: “En mitad del camino de la vida / me hallé en el medio de una selva oscura / después de dar mi senda por perdida”. Hay un elemento gráfico importante: el cielo despejado del pasado y del presente a la izquierda y en el centro, y los nubarrones del futuro a la derecha del lector espectador. Quizá sea eso lo que hace que el personaje no tenga ánimo para seguir adelante y lo que le hace dar pasos en falso. Se diría que duda de ir en la dirección correcta.  En la izquierda no hay nubes que amenacen tormenta en el cielo como las que hay en la derecha. En el centro tenemos lo que caracteriza al presente: el anuncio fatídico del futuro. Y el hombre, que ha hecho un recorrido errático, está dudoso como lo estamos todos y cada uno de nosotros cuando vemos que nos dirigimos hacia el Futuro, un futuro que, por definición, no llega nunca, pero, sin embargo, está aquí siempre presente y anunciado. 
 
 
En la viñeta central, nuestro protagonista se alegra y hasta se ilusiona. Echa una mirada retrospectiva y ve que avanzan hacia él un grupo animoso de jóvenes. Lo dice entre exclamaciones: ¡Jóvenes! Cambia la expresión de su rostro. Se alegra. Y se hace la siguiente reflexión: “¡Esa fe que los impulsa hacia adelante me ayudará a continuar!”. Gracias a la aparición de otros caminantes resueltos y decididos, se hace la ilusión de que va a poder continuar su camino en su compañía y en la dirección esperada. Espera y los espera. Se ilusiona porque ve que ellos encarnan lo que él no tiene porque no lo ha tenido nunca o porque lo ha perdido si lo tuvo alguna vez: la fe necesaria para seguir siempre hacia delante, sin perder el rumbo marcado, lo que le produce cierta esperanza, otra virtud teologal necesaria para seguir adelante. 
En la última viñeta, los jóvenes han adelantado a nuestro protagonista, que se ha quedado atrás viéndolos pasar. La expresión de su rostro ha vuelto a cambiar cuando ha visto que aquellos jóvenes, alineados como un batallón, que él esperaba que lo animasen a continuar con el ejemplo de su fe, con los que no ha podido ni siquiera comunicarse, avanzan cabizbajos como autómatas, como máquinas programadas, todos con la huella de la planta de un zapato en donde la espalda pierde su digno nombre. Los supuestos “jóvenes” caminan hacia el sombrío futuro sin detenerse en el presente como un ejército en marcha. 
 
 
Frente a la alegoría que nos presenta Quino aquí de que la vida es un camino y nosotros los caminantes, y la consideración de Ortega de que nuestra vida -nuestra existencia, habría que decir más bien-,  sería “ante todo toparse con el futuro” porque “la vida es futurición, es lo que aún no es”, frente a eso, decía, habría que recordar los versos de Machado: Caminante, no hay camino: se hace camino al andar. 
 
El esquema metafórico del “camino de la vida” pone el acento en ese carácter futurizo del hombre subrayado por Ortega: el hombre es ese ser que por las condiciones de su existencia, deviene futurizo, es decir, según la docta academia, "orientado o proyectado hacia el futuro", que, es, no hace falta recordarlo, la muerte. 
 
oOo 
Esta otra viñeta de la entrañable Mafalda de Quino insiste sobre el mismo tema del futuro. Frente a una imagen turística y arqueológica de Grecia, Mafalda considera, le dice, "como pasado estás muy bien, pero sos todo ruinas". A continuación añade: "En cambio el futuro está todavía sin construir; por eso le tenemos fe". Insiste aquí en que frente a las ruinas del pasado, el futuro está intacto porque no ha sido dañado por el paso del tiempo, y añade, "porque uno lo mira y no ve ruinas". En la última viñeta, Mafalda que mira prospectivamente hacia el futuro, es decir hacia adelante, se entristece y arruga el morro; se diría que está pensando que no ve ruinas griegas, efectivamente, pero eso es porque no ve absolutamente nada, que es peor.

viernes, 15 de enero de 2021

Mafalda aprende el significado de "democracia"


La palabra democracia une dos cosas contrapuestas: ‘pueblo’, demo, y ‘poder’, kratos en griego. ¿Cómo hay que entenderlo? Hay dos posibilidades: poder, fuerza o soberanía que se ejerce sobre el pueblo, tomando a este como objeto, como súbdito gobernado, o poder, fuerza o soberanía ejercida por el pueblo, tomándolo como sujeto, esto es, como gobernante. 
 
El problema de esta última interpretación, que es la políticamente correcta, es que si el pueblo está compuesto exclusivamente de gobernantes... ya no hay gobernados, lo que significaría que tampoco hay gobierno y viviríamos en la más perfecta edad de oro de la acracia y en la república de la anarquía, lo que salta a la vista enseguida que no es en modo alguno cierto porque no es el caso, y es lo que produce sin duda no ya la sonrisa irónica, sino la franca carcajada de Mafalda. 

Nada más lejos de la realidad, porque lo cierto es que en las democracias modernas hay gobierno, no puede faltar,  y no deja de haberlo, lo que quiere decir que hay gobernantes y gobernados. ¿Quiénes son los gobernantes? Al no poder serlo efectivamente todos los ciudadanos que entran en la definición de “pueblo”, estos eligen a sus representantes mediante el sufragio universal, no a los representantes de todos, porque eso es imposible, sino a los de la mayoría, una mayoría que hará valer su elección imponiéndosela a todos. 

¿Quiénes son los gobernados? El pueblo. “Pueblo”, en efecto, sólo puede definirse como ‘gobernado’ (súbditos, o, más insidiosamente, ciudadanos, contribuyentes o votantes, objetos, en definitiva, de la administración del gobierno y sus ministerios). 
 
El engaño que entraña la palabra democracia consiste en definir al pueblo como “gobernante” también, como si así pudiera anularse la contraposición gobernante/gobernado y disimularse el hecho de que hay gobierno, y no un gobierno Dei gratia, impuesto por la gracia soberana de Dios, sino, digamos, populi gratia, por la gracia aquiescente, resignada y sumisa, del pueblo. El pueblo sería el gobernante/gobernado, desdoblado esquizofrénicamente a la vez en sujeto y objeto del gobierno.

Y aquí es donde reside el éxito del engaño de la palabra: hay una tercera forma de entender el significado de "democracia", que en principio habíamos descartado por la contradicción lógica que entrañaba, pero es la que se ha impuesto y es la políticamente correcta: sería el poder o fuerza ejercida por el pueblo, tomado como sujeto, sobre el propio pueblo tomado al mismo tiempo  como objeto.
 
Es lo que reza la cacareada definición de Abraham Lincoln (democracy is "government of, by and for the people"), en su primera parte: "el gobierno del pueblo". Como gramáticos debemos preguntarnos si people's government o, lo que es lo mismo government of the people es un genitivo objetivo o subjetivo,  y llegaremos a la perplejidad de que pretende ser ambas cosas a la vez  estableciéndose una escandalosa anfibología o ambigüedad pretendida de doble sentido o disemia: gobierno por el pueblo (genitivo subjetivo, el pueblo gobierna) y gobierno para el pueblo (genitivo objetivo, el pueblo es objeto de gobierno y gobernado).

Lo que nos lleva al credo quia absurdum, a creerlo porque es ilógico y carece de sentido. La democracia se ha cargado al pueblo: ya no hay pueblo que valga: ya no hay gobernados: sólo gobernantes, sólo gobierno, sólo cracia. Estamos, pues, ante el régimen más dictatorial y totalitario, y en ese sentido el más "perfecto", que se ha podido inventar y que nos ha tocado padecer. 

Supongamos que  todos somos soberanos: todo hombre es un rey y toda mujer una reina: todos reyes y reinas. ¿Sobre quiénes gobernaríamos? ¿De qué reino seríamos monarcas? ¿Quién sería el pueblo sobre el que ejerceríamos nuestro reinado y monarquía? ¿Sobre nosotros mismos? Bien, pues hagámoslo, pero eso significaría que nadie más que yo mismo podría gobernar sobre mí mismo, por ponerme como ejemplo y por no pasar al plural, y por supuesto, yo no podría pretender gobernar a nadie más (“De nadie soy siervo, de nadie señor” como cantaba Zorrilla, a lo que añadiríamos: "ni de mí tampoco"). ¿Qué necesidad tengo de elegir entonces a un representante para que me gobierne a mí en mi nombre y a todos en nombre de una mayoría totalitaria introduciendo una papeleta en una urna electoral que acabará yendo tras el recuento a la papelera?