Si nos preguntan qué opinamos del conflicto palestino-israelí, la palabra 'conflicto', como eufemismo que es, suaviza la cruda realidad de una matanza brutal. Podemos objetar que no es un conflicto exactamente, sino un genocidio que se justifica como defensa propia frente al terrorismo. Pero la palabra 'genocidio', siendo demasiado culta como es, híbrido del griego γένος (génos) 'estirpe' y el sufijo latino -cidio que significa 'acción de matar', que se define como 'exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad', todavía mitiga un poco la cruda realidad y se queda corta.
Quizá sea más apropiada: infanticidio. Las tropas israelíes, en efecto, han matado en once meses, según algunas estimaciones, hasta diecisiete mil niños palestinos. Algunos israelíes, que no quieren verlo, dicen que eso es mentira, que es propaganda enemiga, y otros, que los niños de Gaza no son niños, sino terroristas en potencia, futuros terroristas que hay que abortar. Estamos asistiendo a una auténtica matanza de inocentes a cargo esta vez de un nuevo Herodes, el Primer Ministro del Estado de Sion.
Gaza, a juzgar por las imágenes que nos llegan, -acostumbrados como estamos a verlas, ya no las vemos, es un infierno dantesco. Y Cisjordania y Líbano están a punto de serlo también. El ejército israelí es uno de los más modernos del mundo, pertrechado con el armamento más sofisticado, y también el más paritario, lo que no le quita un ápice de ardor guerrero y crueldad. Un poco más de la cuarta parte de sus efectivos son féminas (el 34% de su plantilla, según algunos datos). Aviones, helicópteros de ultimísima generación surcan el cielo azul bombardeando a una población que no tiene medios para defenderse. Los bombardeos borran del mapa ciudades enteras y sus habitantes, alterando el paisaje hasta hacerlo irreconocible, matando a familias enteras para eliminar a uno de sus integrantes marcado como objetivo en un programa alimentado por inteligencia artificial que se llama “Where is daddy?”, en la lengua del Imperio, o sea, ¿Dónde está papá?. Y todo perpetrado con la anuencia de Occidente, y del tío Sam, que bendice el derecho a defenderse del Estado de Sion ultrajado por el terrorismo.
La opinión pública israelí, que no es la opinión de todo el pueblo, pero sí de la mayoría democrática, apoya sin muchos escrúpulos esta guerra. Algunos cuestionan al Primer Ministro, ultraderechista mesiánico, porque no ha hecho lo posible por rescatar a los rehenes y negociar su liberación, habiendo permitido que algunos mueran, y piden su dimisión y la convocatoria urgente de elecciones, pero casi nadie exige el fin de la guerra misma para que cese la masacre. Hay un consenso prácticamente total sobre la legitimidad de la ofensiva y la aniquilación.
Las imágenes pornográficas de la guerra lanzadas a millares hasta la náusea acaban insensibilizando a los espectadores. Hasta los propios soldados israelíes difunden fotos de sus hazañas bélicas, orgullosos de ellas. Quizá necesitaríamos palabras más elocuentes que las imágenes para poner fin a esta locura televisada.
El gobierno progresista español se ha mostrado favorable a los palestinos y crítico con Israel en un primer momento, pero hay algo hipócrita en esta actitud. España -su gobierno- condena por un lado la dureza de la saña israelí y por otro declara que Israel tiene derecho a defenderse del terrorismo, porque España forma parte de la OTAN, o sea, de los Estados Unidos de América, que es quien manda.
En otras ocasiones se gritaba, llamando a las cosas por su nombre: NO A LA GUERRA. Ahora los partidos políticos y los sindicatos parlamentarios se ponen de perfil y miran para otra parte. O esconden la cabeza debajo del ala como las avestruces por la vergüenza que les da dar la cara. ¿Dónde están las manifestaciones de antaño contra el jinete apocalíptico de la guerra, las pancartas encendidas, las declaraciones contrarias a las operaciones bélicas del Imperio? Aquellas eran otras guerras, otros tiempos que no conviene exhumar.
¿Guerra? ¿Qué guerra? Esto no es una guerra, sino una operación militar (sic) contra el terrorismo yijadista. No llaman a las cosas por su nombre ni les ponen nombre siquiera como Adán a las criaturas. Por eso hablan del 'conflicto' de oriente próximo, y a la operación militar de Israel en el sur de Líbano la llaman 'incursión', que sugiere una penetración de corta duración, en lugar de 'invasión'. Utilizan eufemismos. Callan como putas, que es lo que son, con un silencio cómplice. Ya sabíamos que la guerra era, desde Clausewitz, la prolongación de la política por otros medios. Por eso el Estado de Sion está haciendo alta, altísima política por medios, claro, no muy diplomáticos.