Me he entretenido traduciendo los versos del elogio que hace Virgilio de aquel “que huye del mundanal ruïdo”, como diría fray Luis de León, “y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”, al final del libro II de las Geórgicas (vv. 490-512), que siguiendo el consejo del maestro Epicuro al que aquí no se nombra por su nombre propio “vive oculto” (λάθε βιώσας), dedicado a estudiar la razón de las cosas.
Venturoso el que pudo saber la razón de las cosas / y hubo todos los miedos y el inexorable destino / pisoteado y estruendo raptor de avaro Aqueronte:
Siempre se ha sospechado que se refiere, sin citarlo por su nombre propio, al epicúreo Lucrecio, que había escrito en latín De rerum natura ('Sobre el ser de las cosas'), un largo poema didáctico en hexámetros en seis libros donde elogia al maestro Epicuro y critica los crímenes de la religión.
Virgilio le denomina “felix”, (dichoso, feliz) porque llegó a conocer los fundamentos de las cosas y a poner a raya los miedos infundidos por la religión, negando la existencia del infierno, al que alude con el nombre del río Aqueronte, que no permite que se vuelva a pasar una vez cruzado, al que le dedica el adjetivo de “avaro” porque infundiéndonos temor nos arrebata la vida.
afortunado también el que supo de dioses paganos: / Pan y el viejo Silvano y la hermandad de las ninfas.
Pero tras esta primera bienaventuranza, viene una segunda que choca un poco con la primera. Frente al modelo de sabio, enarbola ahora el hombre sencillo de finales de la república y comienzos del imperio, dedicado a los “deos agrestis”, dioses paganos. Hay un doble macarismo que sugiere una ligazón de dos visiones incompatibles del mundo: la filosofía racionalista de Epicuro y un paganismo nostálgico y alejado de la religión oficial: Pan, Silvano y las ninfas, diosezuelos de segunda o tercera categoría, que no son dioses urbanos, sino divinidades campestres: Pan tiene patas y cuernos de chivo, y es el inventor de la flauta que lleva su nombre; Silvano, es un dios de los bosques (silua, en latín), como su nombre indica, y las ninfas eran divinidades femeninas que habitaban en los bosques y en las aguas de lagos y fuentes, nombre griego que origina un doblete latino que es lympha, que da origen a nuestro linfa “agua clara”, y que sugiere la indefinición femenina, el “uarium et mutabile semper femina”, que dirá el propio Virgilio aplicado a la reina de Cartago y a todas las mujeres, y que algunos tachan de dicho misógino porque sería, según su opinión, una visión negativa de lo femenino, y nimpha “procedente del griego νύμφη (nýmphe), que significaba 'mujer joven, novia', y secundariamente también 'clítoris' (de donde el helenismo ninfomanía, o apetito sexual insaciable en la mujer, según la docta Academia).
No le azoraron las fasces del pueblo ni púrpura regia / ni la discordia civil que mueve a traición al hermano / ni el intrigante dacio que baja desde el Danubio / ni el imperio de Roma y los reinos efímeros; ése / no del pobre se compadeció ni envidió al opulento.
Mención especial merece el verso “No le azoraron las fasces del pueblo ni púrpura regia”. Al sabio y al hombre sencillo no le seduce el poder, al que se alude con dos expresiones: la púrpura de los reyes, es decir, el boato de la monarquía, y las fasces del pueblo, es decir, las fasces que otorga el pueblo, en lo que podemos considerar una alusión al régimen democrático: las fasces, origen etimológico del término fascismo, o fajismo, como prefería Unamuno, son el símbolo del imperio o poder militar consistente en un haz de varillas con un hacha, atado con unas cintas, que llevaban los lictores, que eran algo así como los guardaespaldas o acompañantes de los magistrados superiores. No le doblegó al sabio el poder del monarca, ni el otorgado por el pueblo.
Al sabio no le conmueve la política nacional ni la internacional tampoco, que diríamos con palabras modernas: es decir, la guerra. Ni la guerra civil fratricida, ni el peligro de la guerra procedente de los márgenes del imperio, como en este caso de la Dacia, que pretendía invadir las provincias romanas de Misia y Tracia.
Tampoco la división de clases: la compasión del que no tiene y la envidia del que tiene (se sobreentiende “lo que hay que tener para ser”, es decir, dinero).
Frutos tomó que las ramas y propios campos de suyo / sin cultivar le ofrecieron, no supo de férreas leyes / ni de locura del foro ni públicos los archivos.
No cultivó la tierra, sino que tomó los frutos que esta le daba de balde, lo que choca en un poema como este de las Geórgicas, dedicado a promocionar la política de Mecenas, el ministro del emperador Augusto, de vuelta al campo y a las actividades agrícolas y ganaderas. Además no vio nunca ni el foro -la capital del imperio, Roma, pero también el centro de cualquier ciudad organizada a su imagen y semejanza-, ni las leyes draconianas, ni los archivos públicos que se hallaban en el templo de Saturno, porque vivía alejado de la política, en su jardín epicúreo.
Otros ciega la mar desafían remando, y se lanzan / armas en mano, se meten en cortes y casas reales; / este arrasa de cuajo ciudades y humildes hogares / para en cáliz beber y yacer en purpúreo lecho; / otro acumula riquezas y duerme sobre oro que entierra; / uno se pasma oyendo discursos; a otro dejó boquiabierto / el redoblado en los graderíos aplauso de plebe / y senadores; bañados se gozan en sangre fraterna, / truecan su hogar y dulces umbrales por el exilio / y andan en pos de una patria que otro sol ilumine.
Frente
a la imagen del sabio idealizado, tenemos en la segunda parte del
elogio la crítica de lo que hace la mayoría de la gente: desafiar
el mar, es decir, viajar, y lanzarse a la guerra para obtener el
botín que le permita dos lujos como beber en una copa que es una
joya y yacer en un lecho de púrpura de Tiro, acumulando riquezas y
guardando el oro bajo el colchón; unos (los electores) se quedan
pasmados ante los discursos de los políticos profesionales que les
piden su voto prometiéndoles el oro y el moro, otros (los elegidos)
se sienten pagados con los aplausos que se traducirán en votos que les otorgan los electores,
pero incurriendo en la guerra civil de la política nacional, lo que motiva a veces
que tengan que huir al exilio buscando otra patria debajo del sol.