¿Padece usted acaso lo que David van Raybrouck, historiador cultural y arqueólogo belga, autor del libro "Contra las elecciones" de muy recomendable lectura, ha dado en llamar el “síndrome de fatiga democrática”, o todavía aguanta estoicamente con resiliencia, como Dios o la corrección política mandan, la farsa demagógica basada en la santificación del sistema representativo electoral que reduce la democracia a las elecciones de unos representantes que no nos representan? ¿Su actitud ante la convocatoria de unas elecciones municipales, autonómicas, nacionales o europeas, se mantiene en el sano escepticismo popular o padece ya una reacción alérgica de considerable intolerancia?
¿No está de acuerdo con la reflexión de Rousseau de que el pueblo inglés (y para el caso el suyo al que pertenezca también) piensa que es libre y se engaña, porque sólo es libre para la elección de los miembros del parlamento, ya que tan pronto como los ha elegido vuelve a ser esclavo?
¿No ha pensado alguna vez que mientras haya elecciones y los gobiernos cambien, el debate electoral es un espectáculo rigurosamente controlado y dirigido por unos grupos rivales que se dedican a persuadirle abordando solamente una pequeña gama de cuestiones sociales previamente seleccionadas por esos grupos, y que usted representa solo un papel pasivo, inactivo e incluso apático respondiendo sólo a las preguntas que se le formulan?
¿No ha sospechado nunca que más allá de este espectáculo del
juego electoral, la política se desarrolla entre bambalinas
mediante la interacción entre los Gobiernos elegidos y unas élites
que, de forma abrumadora, representan los intereses de las empresas?
¿No cree que lo que se podría llamar el "Síndrome de Fatiga Democrática", según David Van Raybrouck, no está provocado tanto por los votantes, los políticos o los partidos, sino en gran medida por el propio proceso electoral que se reduce al voto y a la caza del voto por los profesionales?
¿No ha pensado que las llamadas elecciones democráticas no son un medio de participación de la gente, sino un fin en sí mismo, un dogma de fe con un valor inherente e inalienable?
¿No ha dicho alguna vez que la democracia no puede reducirse a lo que de hecho se reduce: a la consulta periódica cada cuatro o cinco años a un electorado que debe decantarse entre las opciones previas que se le dan, y se acabó, y que si sus elegidos no representan su voluntad, olvídese del asunto y no vuelva a votarles en las siguientes elecciones?
Todas estas preguntas se las hace Van Raybrouck y frente al problema de que nuestros representantes no nos representan, propone un remedio muy antiguo: la reactivación del sistema de lotería, como se hacía en la antigua Atenas. Algo que entre nosotros ya había propuesto Ángel Cappelleti, como dimos cuenta en su momento, que abogó por que en lugar de realizar costosas campañas electorales se sortearan los cargos públicos como los premios de la lotería, reactivando la ticocracia ateniense, neologismo compuesto de τύχη (týche "suerte, azar")
y κρáτος ("dominio, poder"), facultándoseles para estudiar un tema particular como representantes aleatorios de toda la comunidad. Este procedimiento no deja de tener un fundamento racional, si se supone que todos los hombres somos iguales e igualmente aptos (o ineptos, según se mire) para gobernar.
Lo peor y lo mejor (según se quiera ver) del libro de Van Raynbrouck, publicado originalmente en neerlandés en 2013 con el título Tegen verkiezingen: 'Contra las elecciones', y entre nosotros por Taurus en 2017, traducido por Marta Mabres Vicens, es la portada iconoclasta y paradójica de la edición española, que pretende "salvar la democracia" destruyendo el sistema electoral.
El movimiento Occupy Wall Street, inspirado en el 15M madrileño, hizo
suyo el eslogan “Somos el 99 por ciento”. Los occupiers
mostraban su descontento con la democracia representativa: "En el
Congreso afirman que su objetivo común es servir al pueblo
estadounidense, pero en realidad se trata lucha de poder entre
partidos políticos. Nuestros representantes elegidos [...] solo
representan la perspectiva de las personas que pertenecen a su adorado
partido y la de la élite acomodada que les llena los maletines
durante las campañas, naturalmente en orden inverso de prioridad.
Esto nos lleva a la denuncia más importante del 99 por ciento:
«Nuestros representantes no nos representan»".
Aquí, mientras esté disponible el vídeo en la plataforma que lo aloja, se puede escuchar en inglés la conferencia del autor "¿Por qué las elecciones son malas para la democracia?" presentando la traducción inglesa de su obra en el Hannah Arendt Center Bard College.