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domingo, 5 de mayo de 2024

El libre comercio

    Por fin he recibido, después de más de veinte días de espera, el libro que había encargado “99 sonetos romanescos” de Giuseppe-Gioachino Bellien edición bilingüe, traducción, introducción y notas de Luigi Giuliani, publicado por Ediciones Hiperión en 2013.

    Vienen estos sonetos a sumarse a los 47 que tradujo Agustín García Calvo en 2006, ofreciendo nuevas versiones de algunos de los ya traducidos y otros nuevos vertidos por vez primera a nuestra lengua. 

        He seleccionado de estos últimos el que lleva por título 'Er commercio libbero' (El libre comercio), que es una conversación de una prostituta con su cliente defendiendo la dignidad de su profesión, el oficio más viejo del mundo, y quejándose en la última estrofa de la competencia de las mujeres poco profesionales que no pertenecen al  gremio. Y aunque me aparto en no pocos puntos de la versión de Luigi Giuliani, reconozco que le debo la traducción del tercer hendecasílabo, que le he copiado íntegramente.

Be'? Sò pputtana, venno la mi' pelle:
fo la miggnotta, sì, sto ar cancelletto:
lo pijo in quello largo e in quello stretto:
c'è ggnent'antro da dì? Che cose belle!

Ma cce sò stat'io puro, sor cazzetto,
zitella com'e tutte le zitelle;
 e mo nun c'è chi avanzi bajocchelle
su la lana e la paja der mi' letto.

Sai de che me laggn'io? No der mestiere
che ssarìa bbell'e bbono, e cquanno bbutta
nun pò ttrovasse ar monno antro piacere.

Ma de ste dame che stanno anniscoste
me laggno, che, vedenno cuanto frutta
lo scortico, ciarrubbeno le poste.

Roma, 16 diciembre 1832
 

 Pues ¿qué?, soy puta, me vendo en subasta,
hago la calle, sí, saco buen provecho,
y me dan por el ancho y el estrecho.
¿Hay algo que objetar? ¡Con eso basta!

Mas yo, don Pichacorta, he sido de hecho,
doncella y cual doncella, virgen casta
y hoy no hay tío que no funda la pasta
bajo la colcha de mi puto lecho.

¿Que de qué me quejo? No del oficio
que puede ser muy bueno y, cuando renta,
no hay mejor en el mundo que este vicio.

Sino de esas damas impertinentes
me quejo, que al ver cuánto tiene cuenta
el puterío, nos birlan los clientes.