En la pancarta de cartón que lleva esta chica se lee lo siguiente: We' re testing healthy people to declare them unwell whilst refusing to treat actual sick people. Es decir: “Estamos haciendo pruebas a personas sanas para declararlas enfermas mientras nos negamos a tratar a personas que están realmente enfermas.”
No es una paradoja sanitaria: es la perversión del sistema sanitario. Se alude con la expresión “hacer pruebas a personas sanas” a las famosas peceerres, con las que se están forrando los laboratorios, que analizan muestras de tejido humano de aquellas personas sobre las que recae la sospecha de que pueden albergar un virus en sus células y contagiarlo, pese a que en su mayoría no presentan ningún síntoma que delate una enfermedad que, por otra parte, no puede diagnosticarse si no va acompañada de síntomas. Esas pruebas de laboratorio tienen la virtualidad de amplificar sobremanera la muestra analizada y de llegar a ver, en lo que no son más que huellas insignificantes e inocuas de no se sabe muy bien qué, el monstruo del virus asesino que nos aseguraron que iba a acabar con las vidas de nuestros seres queridos y las nuestras.
Se nos ha inculcado la idea pandémica de la ubicuidad del virus que está, como el Dios de la vieja teología, en todas partes en general y en ninguna en particular, por lo que todos sin excepción somos sus potenciales receptáculos: todos somos sospechosos y todos somos enfermos mientras no podamos demostrar lo contrario con una prueba de laboratorio negativa.
La paradoja es que la mayoría de los llamados “casos” que han resultado positivos a la peceerre no necesitan hospitalización, pero sí aislamiento domiciliario y familiar para no contagiar a los demás, y un seguimiento, atención y tratamiento que en todo caso suele prestarse por teléfono, dado que los sanitarios no pueden exponerse al contagio de un virus peligrosísimo, cuyo índice de letalidad es de un 1% en el mayor de los casos y de un 0,2% en el menor según se ha podido comprobar, por lo que no resulta tan mortal como habían pronosticado los más agoreros, pero por si acaso...
Una vez que se ha lanzado una profecía o una mentira al aire, da igual: algo queda. Los gobiernos se han apuntado el dato de habernos salvado heroicamente la vida, que estaba amenazada de muerte, aunque se demuestre que era una falsa amenaza. Es el triunfo de la Sanidad sobre la salud, la victoria de la vesania más idiota sobre el sentido común, que se ha demostrado que era el menos común de los sentidos.
La atención primaria, pues, ha cerrado: los médicos ya no visitan pacientes en sus hogares, ni los pacientes van a las consultas médicas, porque es peligroso, porque hay un virus muy malo por ahí que vuela por el aire y se posa en cualquier sitio, y porque hay que salvar vidas: ¡bonita manera de matarnos la de salvarnos la vida! Y se ha sembrado la consigna: “Yo me quedo en casa. Quédate en casa. No salgas. Es peligroso”. Paralelamente, se teme que los casos graves colapsen los hospitales, previamente desmantelados por la gestión política, por lo que se reservan plantas enteras y unidades de cuidados intensivos para los enfermos de las futuras oleadas del virus que lo requieran, y, aquí viene lo más sangrante, se suspenden operaciones y tratamientos que llevaban mucho tiempo esperando su turno de otras enfermedades que, al fin y a la postre, son más mortales que el propio virus objeto de todas las atenciones y, más que de eso, de todas las pre-ocupaciones, como, por ejemplo, los cánceres. Todo en nombre de las medidas protocolarias destinadas a acabar con una “emergencia sanitaria” cuyo resultado no es otro que acabar con la salud de la gente, bien enfermando a la que no lo está, debilitando así su sistema inmunológico y su ánimo, o bien desatendiendo a la que lo está de verdad, a los enfermos de hecho.
La paradoja sanitaria resulta, al fin,
sarcástica si no fuera porque, como queda dicho, revela la perversión
del sistema sanitario: se declara enfermos a los que están en
perfecto estado de salud, se los aísla y estigmatiza e inmoviliza en
sus domicilios bajo arresto, mientras que no se presta ayuda y se
desatiende a los enfermos de otras patologías posponiendo sus
operaciones, haciendo dejadez de sus funciones, olvidando el
principio hipocrático del primum non nocere,
porque lo han pervertido: lo primero es hacer daño a la gente, que para eso están los gobiernos: primum
nocere. Somos muchos en el planeta Tierra y hay que acelerar la
evacuación. Y todavía dicen algunos que tenemos el mejor sistema
sanitario del mundo (risas), del que deberíamos sentirnos orgullosos (más risas). Son los mismos que se enorgullecen del sistema educativo, que también es de los mejores del mundo (risas), y los mismos que se engañan a sí mismos sintiéndose orgullosos del sistema en general que vela por nosotros haciéndonos mal por nuestro propio bien, matándonos sistemáticamente.