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martes, 14 de junio de 2022

Los doctores Knock y Carrel y la iatrocracia (y II)

    La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha pretendido legitimar de iure el golpe de Estado mundial que le permitiría concentrar todo el poder en sus manos con total impunidad en lo referente a la salud pública. Sus últimas propuestas, que han sido vetadas de momento por algunos países africanos miembros y por Brasil, relativas a su facultad de prescribir la conducta que deben seguir los Estados son claras


   
  La Organización, -si no existiese habría que inventarla, dicen sus defensores-, decidiría lo que hay que hacer y los Estados cumplirían religiosamente, algo que de facto ya ha sucedido con la declaración de la pandemia del virus coronado. Por lo tanto, el biopoder, por emplear el término fucoltiano, se afianzaría globalmente en nombre de la prevención sanitaria de epidemais y pandemias: confinando y poniendo en cuarentena, vacunando, imponiendo tratamientos preventivos, sometiendo a la gente a todo tipo de pruebas, dictando conductas, organizando campamentos de aislamiento, y un largo y penoso etcétera.

    El proyecto de biopoder es conocido desde al menos 1935, año en que se publicó el libro de Alexis Carrel, convertido enseguida en un superventas, donde se afirma que la medicina necesita instituciones que le permitan llevar a cabo su función: Hace falta, pues, una institución capaz de dirigir de manera ininterrumpida las investigaciones de las cuales depende el porvenir de nuestra civilización. Debemos procurar encontrar el medio de dar a la humanidad una especie de alma, de cerebro inmortal, que integrase sus esfuerzos y diese un fin a su marcha errante. La creación de tal institución constituiría un acontecimiento de gran importancia social. Este centro de ideas estaría compuesto, como la Corte Suprema de los Estados Unidos, de un número muy pequeño de hombres. Se perpetuaría indefinidamente, y sus ideas permanecerían siempre jóvenes. Los jefes democráticos, como los dictadores, podrían extraer de esta fuente de verdad científica las informaciones de las cuales necesitan para desarrollar una civilización realmente humana.

 

    Los políticos, que tienen el poder (la vieja potestas romana) no tienen sin embargo la competencia científica necesaria (la vieja auctoritas), por lo que Carrel propone empoderar a la casta médica haciendo que la política se subordine a sus designios. A estos sabios (dice él, pero expertos es la palabra hoy en boga) se les debe dar una posición tan elevada, tan libre de intrigas políticas y publicidad como la de los miembros de la Corte Suprema. En verdad, su importancia sería mucho mayor aún que la de los juristas encargados de velar por la Constitución. 

    Para Carrel la salud es mucho más que la ausencia de la enfermedad. Llega a decir que los hombres y las mujeres que parecen gozar de buena salud “tienen constantemente necesidad de pequeñas reparaciones”, lo que nos recuerda el célebre aforismo de Knock: Los que gozan de buena salud son enfermos que se ignoran. Escribe Carrel: No se hallan ni demasiado bien ni demasiado fuertes como para desempeñar con felicidad su papel de seres humanos.  

    El biopoder se está convirtiendo potencialmente en una dictadura que legitima la administración de vida (eugenesia) y de muerte (eutanasia). En este sentido escribe Carrel cosas tan preocupantes como: Las enfermedades del espíritu se tornan amenazantes. Son bastante más peligrosas que la tuberculosis, el cáncer, las afecciones del corazón y de los riñones, y aún que el tifus, la peste y el cólera. Su peligro no proviene sólo de que aumentan el número de criminales, sino y especialmente, de que deterioran más y más las razas blancas.

 

    Habla varias veces de la construcción de la élite, y de una aristocracia racial hereditaria: la oligarquía iluminada y poseedora de la verdad científica. La ideología científica se funde en él con la fe religiosa: La ciencia que ha transformado el mundo material, nos ha dado el poder de transformarnos a nosotros mismos. Nos ha revelado el secreto de los mecanismos de nuestra vida, y nos ha enseñado cómo provocar, artificialmente, su actividad; cómo modelarnos según la forma que deseemos. Gracias al conocimiento de sí misma, la humanidad, por primera vez desde el comienzo de su historia, ha llegado a ser árbitro de su destino. Pero ¿será, capaz de utilizar con provecho la fuerza ilimitada de la ciencia? Para crecer de nuevo se encuentra obligada a rehacerse y no puede rehacerse sin dolor, porque es a la vez el mármol y el escultor.

    Insiste varias veces a lo largo de su obra en el concepto de que la humanidad debe rehacerse, lo que nos recuerda a la teoría del Great Reset de ese otro peligroso visionario, el señor Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial que se reúne periódicamente en la estación suiza de esquí de Davos. Repite, en efecto, Carrel a menudo expresiones como “restauración del hombre”, “rehacer nuestro marco material y mental”, “renovación del individuo”, “seremos capaces de reconstruirnos”, “es preciso que el ser humano... recupere su personalidad”, “reconstruir la personalidad” o "ha llegado el momento de comenzar la obra de nuestra renovación".

    Para la perpetuación oligárquica de la élite que preconiza, el eugenismo -siempre voluntario en Carrel- es indispensable, “porque es evidente que una raza debe reproducir sus mejores elementos.” Reconoce que el eugenismo demanda el sacrificio de muchos individuos, y que el concepto de la necesidad absoluta del sacrificio “debe ser introducido en el espíritu del hombre moderno”. 

    Pero también defiende la pena de muerte, que él califica de eutanasia, en los siguientes y preocupantes términos para los “que han asesinado, que han robado a mano armada, que han raptado niños, despojado a los pobres, engañado gravemente la confianza del público”, para ellos propone:  “un establecimiento eutanásico, provisto de gases apropiados, permitiría disponer de ellos en forma humana y económica”.

 

viernes, 10 de junio de 2022

Los doctores Knock y Carrel y la iatrocracia (I)

    El personaje de ficción del doctor Knock que puso en escena Jules Romains en su inolvidable Knock o El triunfo de la medicina (1923) y que desarrolló posteriormente en el ensayo Doctor Knock. Fragmentos de la Doctrina Secreta recogidos por Jules Romains (1949) guarda, a mi modo de ver, varios puntos en común con la figura del biólogo, médico, cirujano, investigador científico, eugenista y escritor francés Alexis Carrel (1873-1944), que obtuvo con 35 años el premio Nobel de Medicina en 1912, convirtiéndose en el científico más joven en recibir ese galardón.

    El personaje de teatro del doctor Knock había pasado de ser el médico rural de Saint-Maurice, pueblecito francés que convirtió todo él en un centro sanitario considerando enfermos asintomáticos, valga la contradictio in terminis como hemos visto que ha valido tanto en tiempos recientes, hospitalizando a todos sus habitantes, en el exitoso director del White Plains Institute de Nueva York de prestigio internacional, que investigaba sobre la inmortalidad y la iatrocracia, dos aspiraciones que comparte con el personaje de la realidad Alexis Carrel, que emigró por su parte a Estados Unidos, donde comenzó a trabajar en 1906 en el Instituto Rockefeller para la Investigación Médica en Nueva York. Una vez jubilado, Carrel regresó a la Francia ocupada por los nazis y colaboró con el gobierno de Vichy. Su muerte en 1944 evitó que fuera investigado acusado de colaboración. 

 

     Ambos doctores, en efecto, estaban obsesionados por la inmortalidad, y ambos eran partidarios de la creación de un organismo médico internacional que ejerciera su poder sobre los gobiernos en asuntos sanitarios. 

    Dejando aparte la primera obsesión, que en el caso del doctor Knock se traducía en el logro de la vacuna antitanática que otorgaría a la humanidad la victoria sobre la muerte, y en el caso del doctor Carrel se concretaba en el trasplante de órganos enfermos por órganos sanos de modo que pudiéramos reparar nuestros cuerpos y mantenernos saludables durante más tiempo de lo normal, en cuya técnica fue pionero, y centrándonos en la iatrocracia o gobierno de la casta médica que ambos proponían, esto es lo que escribe en 1935 Carrel en su célebre libro El hombre, ese desconocido,  un best seller que batió récords de ventas y fue traducido a muchas lenguas: Una minoría ascética y mística adquiriría rápidamente un poder irresistible sobre la mayoría amante de placeres y ciega. Sería capaz, por persuasión o tal vez por la fuerza, de imponerle otras formas de vida. Contrapone el gobierno de una oligarquía, una minoría -ascética y mística como dice él-,  a una mayoría hedonista y ciega, y es partidario de que esa minoría imponga “otras formas de vida” y que lo haga por las buenas -mediante la persuasión, dice él- o por las malas -usando la fuerza.

 

    Alexis Carrel, precisamente, con su característica cofia blanca, y Charles Lindbergh fueron portada de la prestigiosa revista Time en 1938, retratados frente a un sofisticado tubo de cristal, bajo el título sensacionalista: “Buscando la fuente de la juventud”.

    Por su parte, la iatrocracia que plantea el doctor Knock no es ya local, como había logrado en el pueblecito francés de Saint-Maurice, sino mundial o, como se prefiere decir ahora, global. Se trata de crear un sistema de gobierno universal “con poderes dictatoriales” basado en la medicina y la entelequia de la salud. Propone la creación de una todopoderosa O.M.U. (Organización Médica Universal) que sustituya a la impotente O.N.U., que se había refundado en 1945, después del fracaso de la Sociedad de Naciones de 1919 a la hora de evitar la II Guerra Mundial. 

    Se hacía eco sin d unuda Jules Romains de la creación de la OMS (Organización Mundial de la Salud, WHO según sus siglas en inglés: World Health Organization) que se llevó a cabo en 1948, un año antes de la publicación de su opúsculo, una organización no gubernamental que aspira a dirigir la política sanitaria de todos los gobiernos.

    Pero para lograr el empoderamiento de esa organización mesiánica y salvífica que obra desinteresadamente, lo que es mucho suponer dados sus conflictos de intereses con la industria de la Gran Farmacia,  será necesario en nombre del bien común declarar una amenaza que provocque un coup d'État sigiloso que logre la sumisión efectiva de la humanidad a la iatrocracia. Jules Romains y su doctor Knock la denominaron “Epidemia 235”. Pero el nombre es irrelevante; mutato nomine... Podía haber sido cualquier otra amenaza:  la gripe aviar, la peste porcina, las vacas locas, la covid-19, la viruela del mono... Y suma y sigue. Pero ha sido, precisamente, la enfermedad del virus coronado cosecha 2019, sin duda, como hemos visto a lo largo de estos últimos  años, el pretexto para instaurar de facto, nadie sabe cómo ha sido pero ha venido para quedarse y habitar entre nosotros, aunque todavía no de iure, una dictadura prácticamente mundial, conculcando las libertades formales de los ciudadanos en nombre de la Ciencia y bajo el pretexto de salvar vidas que de lo contrario se habrían malogrado.