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jueves, 19 de diciembre de 2024

Buleros profesionales

Sarcasmo puro. Un político profesional dedicado al gobierno miente. Ya lo dijo aquel vicepresidente nuestro, apodado popularmente Elcoletas,  cuando, después de su pésima gestión, abandonó la política profesional e hizo unas declaraciones explosivas a sus íntimos que casi pasaban desapercibidas pese a su importancia: "Yo ya no soy político, puedo decir la verdad". Político seguía siéndolo, como todo bicho humano viviente, lo que ya no era era embustero o político profesional. 

Como dijo Émile-Auguste Chartier, alias Alain: “'Gobernar es mentir', esta es una máxima raramente formulada, casi siempre practicada, y que ha matado más hombres en el mundo que lo que han podido hacer los asesinos”.  El también escritor francés Jean Giono, por su parte, escribía años después: «Cuando se es jefe del gobierno no se puede decir la verdad; nunca se ha dicho. Gobernar es mentir». Antes que ellos Maquiavelo había dejado formulado que gobernar era hacer creer (governare è far credere), hacer que tengamos fe.

Un ministro aparece en la televisión pública, donde se fabrica la pública opinión, que no la opinión del pueblo, porque el pueblo no tiene más opinión que la que se le impone. Habla desde el púlpito mediático del Ente Público de lo que es falso y de lo que no. Sale el diablo a repartir escapularios y certificados de buena conducta democrática. 

El Gobierno, dice la presentadora, obligará por ley a las cuentas con más de cien mil seguidores en redes sociales a rectificar las noticias falsas. La medida forma parte del Plan de Acción por la Democracia. 

Aquí no nos preocupa mucho esa medida porque nuestros seguidores se cuentan con los dedos de una mano y alguno más de la otra, pero no más, influencers de poca monta que somos. No somos ni pretendemos ser usuarios de interné de "gran relevancia" sino de ínfima. Y tampoco nos preocupa mucho ese Plan de Acción porque nosotros no propalamos noticias verdaderas ni falsas. 

Recordamos los octosílabos de aquella cuarteta de Campoamor: Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira.  El problema viene cuando desde las altas instancias se nos quiere imponer una determinado punto de vista u óptica visual.

Aparece entonces el señor ministro diciendo que... algunos de ellos (de los usuarios de interné) contribuyen al debate público y otros usuarios de gran relevancia, es decir con muchos seguidores en redes sociales, se dedican a mentir todos los días y a propagar bulos todos los días, y por tanto creo que los ciudadanos de este país -entre los que se incluye Su Señoría-, tenemos derecho a defendernos de los buleros profesionales. Y para eso se va a impulsar esta ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Rectificación. 

La ley que proponen y que quieren imponer no es una censura encubierta, sino descarada y palmaria. El gobierno teme que se denuncien sus mentiras constitucionales.

Quieren acabar, según dicen, con los bulos y con los buleros profesionales. Pero no engañan a nadie. El pueblo, la gente, sabe que los buleros profesionales son esencialmente los políticos profesionales, cuya acción de gobierno se basa en la mentira. Gobernar es mentir. Siempre que se gobierna se miente. Indudablemente. La mentira es la esencia del gobierno. 
 
 
Curiosa palabra la que emplea el ministro en su alocución: bulero. No está recogida todavía en el diccionario de la docta Academia con el uso que él quiere darle de difusor de bulos. Allí sólo figura la acepción de difusor de bulas, que no es lo mismo: Funcionario comisionado para distribuir las bulas de la santa cruzada y recaudar el producto de la limosna que daban los fieles. Las bulas eran los documentos pontificios relativos a materia de fe o de interés general, concesión de gracias o privilegios o asuntos judiciales o administrativos, expedidos por la Cancillería Apostólica y autorizados por el sello de su nombre u otro parecido estampado con tinta roja. El señor ministro tiene bula, es decir, cuenta con facilidades negadas a los demás para conseguir cosas u obtener dispensas difíciles o imposibles. 
 
Bulo es otra cosa, bulo es noticia falsa propalada con algún fin. El fin de los bulos o mentiras oficiales es sostener el tinglado de la realidad. Denunciar su falsedad es necesario. 

lunes, 20 de julio de 2020

El tejano arrepentido

Aunque no se pudo comprobar la veracidad de la noticia del tejano arrepentido en su lecho de muerte, esta corrió rauda y veloz como la pólvora enseguida en todos los idiomas a lo largo y a lo acho de todo el mundo. La verdad del asunto era lo de menos. El 12 de julio pasado saltaba en todos los teletipos la noticia de que un treintañero americano había muerto de coronavirus en San Antonio (Texas) después de haber participado en una macrofiesta nocturna juvenil organizada a propósito para contraer el virus. 

Sólo una honesta periodista francesa contactó con las autoridades sanitarias de San Antonio, que le dijeron que no tenían “ninguna información que permitiera confirmar o desmentir ese suceso”. Ese sarao nocturno podría haber tenido lugar pero no había ninguna evidencia fehaciente de que se hubiera celebrado. Ni esa fiesta ni ninguna otra. 


Todo partía de una declaración de la directora médica del hospital metodista de San Antonio: He oído una historia terrible esta semana. En nuestro hospital, un paciente de 30 años dijo a su enfermera que había ido a una fiesta Covid. Un momento antes de morir, el paciente miró a la enfermera y le dijo: Creo que cometí un error, creí que el Covid era una mentira pero no era ese el caso.

La directora médica, que no atendió personalmente al paciente, nos presenta una “hearthbreaking story”, una historia desgarradora, que ella ha oído contar: no es una declaración oficial del hospital. Ella, que no identifica al paciente, no fue testigo directo de esta declaración, que la oyó de boca de una enfermera. Ni siquiera tenemos el testimonio de primera mano de esa enfermera, que sería muchísimo más valioso que el de ella. Pero eso poco importa: La declaración del paciente tiene la solemnidad que se da a las últimas palabras de un moribundo, y expresa el arrepentimiento del pecador, por así decirlo, que reconoce en su lecho de muerte el pecado cometido de falta de fe, en primer lugar, por creer que el virus coronado era mentira, y por haber participado en un aquelarre satánico donde se pretendía invocar al virus para demostrar su inocuidad. 
 

Ni siquiera sabemos si el paciente ha muerto del virus coronado (cosecha 2019 o 2020 ya, fruto de una segunda ola) o con el virus coronado, víctima de alguna grave patología previa. No conocemos el estado de salud mental del paciente, si estaba en su sano juicio o deliraba en el trance supremo de la muerte. No hay autopsia. Ni certificado de defunción. Ni siquiera sabemos quién era ese paciente ni si ha existido. No sabemos, en suma, a ciencia cierta si la historia, como me inclino a pensar, no es más que una parábola ficticia moralmente edificante y bienintencionada para que los jóvenes no se confíen creyéndose inmortales y se contagien, pero parece que eso es lo de menos. 

Se trata de una noticia, es decir, de una fake new, el bulo de una leyenda urbana, y se le ha dado el tratamiento de que, aunque no sea verdad, merecería serlo por su valor pedagógico y moralizante. Por eso es una mala historia, un mal cuento, cargado como está de moralina. Viene a demostrar como anillo al dedo que un relato que sirve tan bien a una idea previa como era castigar en este caso a alguien que no creía en la epidemia miente. 


Pero ha sido muy útil para llenar páginas y páginas electrónicas, horas y horas de programas de radio y televisión, comentarios y chascarrillos en las redes del universo mundo, y para alimentar la histeria y fomentar la psicosis colectiva que a estas alturas de la película está resultando muchísimo peor que el susodicho virus coronado.