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lunes, 20 de julio de 2020

El tejano arrepentido

Aunque no se pudo comprobar la veracidad de la noticia del tejano arrepentido en su lecho de muerte, esta corrió rauda y veloz como la pólvora enseguida en todos los idiomas a lo largo y a lo acho de todo el mundo. La verdad del asunto era lo de menos. El 12 de julio pasado saltaba en todos los teletipos la noticia de que un treintañero americano había muerto de coronavirus en San Antonio (Texas) después de haber participado en una macrofiesta nocturna juvenil organizada a propósito para contraer el virus. 

Sólo una honesta periodista francesa contactó con las autoridades sanitarias de San Antonio, que le dijeron que no tenían “ninguna información que permitiera confirmar o desmentir ese suceso”. Ese sarao nocturno podría haber tenido lugar pero no había ninguna evidencia fehaciente de que se hubiera celebrado. Ni esa fiesta ni ninguna otra. 


Todo partía de una declaración de la directora médica del hospital metodista de San Antonio: He oído una historia terrible esta semana. En nuestro hospital, un paciente de 30 años dijo a su enfermera que había ido a una fiesta Covid. Un momento antes de morir, el paciente miró a la enfermera y le dijo: Creo que cometí un error, creí que el Covid era una mentira pero no era ese el caso.

La directora médica, que no atendió personalmente al paciente, nos presenta una “hearthbreaking story”, una historia desgarradora, que ella ha oído contar: no es una declaración oficial del hospital. Ella, que no identifica al paciente, no fue testigo directo de esta declaración, que la oyó de boca de una enfermera. Ni siquiera tenemos el testimonio de primera mano de esa enfermera, que sería muchísimo más valioso que el de ella. Pero eso poco importa: La declaración del paciente tiene la solemnidad que se da a las últimas palabras de un moribundo, y expresa el arrepentimiento del pecador, por así decirlo, que reconoce en su lecho de muerte el pecado cometido de falta de fe, en primer lugar, por creer que el virus coronado era mentira, y por haber participado en un aquelarre satánico donde se pretendía invocar al virus para demostrar su inocuidad. 
 

Ni siquiera sabemos si el paciente ha muerto del virus coronado (cosecha 2019 o 2020 ya, fruto de una segunda ola) o con el virus coronado, víctima de alguna grave patología previa. No conocemos el estado de salud mental del paciente, si estaba en su sano juicio o deliraba en el trance supremo de la muerte. No hay autopsia. Ni certificado de defunción. Ni siquiera sabemos quién era ese paciente ni si ha existido. No sabemos, en suma, a ciencia cierta si la historia, como me inclino a pensar, no es más que una parábola ficticia moralmente edificante y bienintencionada para que los jóvenes no se confíen creyéndose inmortales y se contagien, pero parece que eso es lo de menos. 

Se trata de una noticia, es decir, de una fake new, el bulo de una leyenda urbana, y se le ha dado el tratamiento de que, aunque no sea verdad, merecería serlo por su valor pedagógico y moralizante. Por eso es una mala historia, un mal cuento, cargado como está de moralina. Viene a demostrar como anillo al dedo que un relato que sirve tan bien a una idea previa como era castigar en este caso a alguien que no creía en la epidemia miente. 


Pero ha sido muy útil para llenar páginas y páginas electrónicas, horas y horas de programas de radio y televisión, comentarios y chascarrillos en las redes del universo mundo, y para alimentar la histeria y fomentar la psicosis colectiva que a estas alturas de la película está resultando muchísimo peor que el susodicho virus coronado.