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viernes, 9 de mayo de 2025

El asunto de las balas

    ¿Qué son quince milloncejos de balas comparadas con la infinitud de los granos de arena de las playas y desiertos? El contrato del Ministerio del Interior del Gobierno de las Españas con una empresa balística israelí no es nada en comparación con las diez mil cuatrocientas setenta millonadas de euros que quiere invertir en Defensa para cumplir con el requisito militar que nos impone la OTAN de destinar el 2% de nuestro PIB durante este mismo año del Señor de 2025, y que nuestro querido presi espera sacar de la chistera de no se sabe dónde, pese a no haber dinero, según dicen, para viviendas y servicios sociales, ni para sanidad, ni para educación, ni para la discapacidad, ni para la pobreza extrema, ni para la desigualdad territorial, ni para la conciliación familiar y las familias ni para nada de nada, pero sí, según parece, para la guerra, que es lo que importa y lo que está mandado.
 
    La escandalera que se ha organizado a cuenta no tanto de las balas como de que nos las suministre una empresa de Israel para surtir de munición a la Benemérita Guardia Civil no tiene mucho sentido, porque lo único que se pone en cuestión no es la mercancía en sí sino el carácter criminal del vendedor. 
 
     Al parecer la Abogacía del Estado, pragmática ella, no era partidaria de rescindir el contrato esgrimiendo como argumento que su anulación conllevaría tener que abonar el importe a la empresa sin recibir a cambio el material contratado “necesario para que la Guardia Civil pudiera prestar los servicios que tiene encomendados”. Pero según dicen los papeles que leo, el Gobierno progresista, presionado por sus socios, ha decidido rescindirlo.
 
    Cuando uno descubre, como hemos ido haciendo modestamente en El arcón... durante estos cinco años de andadura que llevamos que los negocios más rentables son la enfermedad aquella del virus coronado, que llegó a calificarse incluso de 'asintomática' durante la pandemia universal que decretó la WHO, o sea, la OMS, y la guerra, cuya amenaza ha venido a sustituirla como espada de Damoclés que pende sobre nuestras testas, se entiende fácilmente lo que está sucediendo en el mundo. Se comprende bien por qué se nos dijo que sólo con una inyección milagrosa salvábamos la vida, la nuestra en particular y la de los demás en general, por lo que había que invertir en los sueros farmacológicos para toda la población, y por qué se nos dice ahora que solo con el rearme, camuflado con el eufemismo gubernativo de “salto tecnológico”, se defiende uno de la guerra y nos ponemos todos a salvo, bien resguardados y protegidos con nuestro kit de supervivencia para las próximas setenta y dos horas, por lo que hay que invertir en moderna tecnología defensiva.  
 
 
    Pero volvamos a las balas: ¿Para qué servicios encomendados a la Benemérita institución del tricornio son necesarias, y por lo tanto, imprescindibles los quince millones de proyectiles? ¿Son meramente postas disuasorias o de fogueo, cuya presencia basta por sí misma en los cargadores y en las pistolas, para evitar que los malhechores lleven a cabo sus fechorías, o son más bien efectivas para herirlos o, llegado el caso, neutralizarlos incluso como suele decirse, o sea, matarlos si fuera preciso y no hubiera más remedio?  
 
    Parece que el único problema político que han visto los socios del gobierno ha sido el surtidor, que es una empresa israelí, de un Estado que está perpetrando una masacre genocida en la franja de Gaza, pero no habría problema si hubiera sido otro Estado menos democida, es decir, el problema no está en las balas mismas, sino en quién las fabrica y las suministra, que es, a fin de cuentas, una empresa de un estado terrorista en extremo, un extremo al que puede llegar cualquier otro Estado. 
 

     Podría haberse seguido el consejo de la Abogacía del Estado, adquiriendo el material que nuestro gobierno había comprometido para después reciclarlo o, directamente, destruirlo, pues el suministrador no puede reprocharnos nada por el uso que hagamos de su mercancía después de haberle pagado. No perdamos de vista, precisamente, la etimología del término 'pagar', que pone de relieve la guerra comercial no declarada en la que estamos inmersos, palabra que procede del latín 'pacare' que significa 'hacer la paz', verbo que está relacionado con el sustantivo 'pax, pacis'. Cuando hacemos el pago, apaciguamos al vendedor con el que habíamos llegado a un trato comercial. Él nos proporciona su producto y nosotros le damos a cambio nuestro dinero, con el que le pagamos, pero si rescindimos el contrato como al parecer ha acabado haciendo nuestro gobierno por presión de sus socios y contra el dictamen de la Abogacía del Estado, estamos incumpliéndolo, lo que va a enemistarnos con la empresa israelí y el estado sionista que la ampara.
 
 
    Lo que parece evidente a todas luces es que si colocamos esas balas, u otras adquiridas a otro suministrador cualquiera de conducta más irreprochable, en los cargadores de las pistolas, ya sabemos lo que puede y va a pasar: Cuando la pistola está cargada con un cartucho en la recámara, cualquier dedo puede apretar el gatillo y dispararla.