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sábado, 13 de julio de 2024

Contra el espectáculo del deporte y las olimpiadas

     ¿Qué beneficios nos reportan a nosotros, a ti, a mí, vulgares telespectadores o radioyentes, a cualquiera, los oros o bronces o los triunfos, en general, de nuestros más sobresalientes deportistas nacionales? ¿Qué nos importa que la Roja, que es como llaman los hinchas a la selección española de balompié, gane o pierda un partido por goleada o en la prórroga? ¿Acaso no rendimos un culto rayano en el fanatismo religioso a algunos deportistas por haber llegado a ocupar el puesto más alto en sus respectivas disciplinas?  ¿No celebramos los triunfos de “nuestros” deportistas como si fueran propios nuestros y como si nos fuera la vida en ello? ¿En qué van a invertir los falsos fondos de su ilusión tantas personas que ahora se arrellanan frente al electrodoméstico a la hora que sea cuando concluya la retransmisión de la Eurocopa, que es lo que toca ahora, antes de las olimpiadas que vendrán irremediablemente después, y el inmundo tráfago de noticias que generan? 

  ¿Qué sacamos de provecho, aparte de pasar el rato y matar el tiempo, como suele decirse, y de distraernos de algunas preocupaciones? Nadie pone en duda la importancia de la práctica del deporte; la objeción surge cuando lo que se fomenta no es dicha práctica, sino la contemplación del espectáculo deportivo, es decir, nuestra reducción al mero papel de espectadores pasivos. Al Poder le interesa muchísimo ya desde muy antiguo que sus súbditos “permanezcan bien atentos a la pantalla”, para que se distraigan de los tejemanejes políticos, a fin de que no piensen por sí mismos y no sean conscientes de la alienación en la que viven y de la manipulación mediática que sufren.

    Ellos, me refiero a los mandamases, no lo reconocen así de claro; ellos dicen que es de vital importancia el "made in Spain"; la exportación de “la marca España”, no se sabe muy bien a dónde ni para qué, si no es para exacerbar el nacionalismo más cavernícola. La apabullante información deportiva que padecemos sólo sirve para dar la sensación de que pasan cosas en el mundo, cuando todos sabemos que en realidad no pasa nada de lo que tenía que pasar de verdad.

    Pero ¿no sería más útil, me pregunto yo después de leer el texto de Vitrubio que propongo más abajo, que diéramos más importancia, por ejemplo, a los filósofos y pensadores, a los escritores y, en general, a los intelectuales y artistas, cuyas obras nos ayudan a mejorar por nosotros mismos ejercitando nuestras mentes e inteligencias,  comprendiendo un poco mejor el mundo en el que malvivimos, así como cultivando nuestra sensibilidad, objetivos de los que quieren alejarnos, precisamente, los gobernantes democráticos fomentando el espectáculo del deporte como parte fundamental de la sociedad del espectáculo en este mes vacacional?

    El fragmento de Vitrubio que presento es el comienzo del libro IX de su obra De Architectura. Suena más el nombre de este autor por el célebre dibujo que hizo Leonardo da Vinci, conocido como “El hombre de Vitrubio”, para ilustrar el canon de las proporciones del cuerpo humano que formula este arquitecto de la antigua Roma en otro punto del mismo tratado arquitectónico.

A los atletas famosos que habían ganado en los juegos olímpicos, los píticos, los ístmicos o los de Nemea (1), los antepasados de los griegos les rindieron tan grandes honores que no sólo se llevaban los laureles con la palma y la corona al alzarse ante su público, sino que también cuando volvían a su patria con la victoria, eran conducidos en cuadrigas como generales triunfadores hasta las murallas de sus ciudades de origen, y disfrutaban de por vida de una pensión tributaria a cargo del Estado.  
  
Así pues, cuando lo pienso, me asombra que no se hayan atribuido los mismos y aun mayores honores a los escritores, que prestan a todas las naciones infinitos servicios a lo largo del tiempo. Pues sería más digno que así se estableciera, ya que los atletas fortalecen sus propios cuerpos con sus entrenamientos, pero los escritores no sólo fortalecen su propia inteligencia, sino también la de todos, cuando en sus libros para aprender y agudizar los ingenios disponen sus enseñanzas.  
 
Pues ¿qué provecho tiene para la humanidad el hecho de que Milón de Crotona (2) nunca fuera derrotado, o los demás, que fueron campeones en tal estilo, a no ser que, mientras estuvieron vivos, disfrutaron de gloria entre sus compatriotas? Pero las enseñanzas de Pitágoras, Demócrito, Platón, Aristóteles (3) y otros pensadores, elaboradas a diario con sus constantes desvelos, no sólo proporcionan unos frutos nuevos y provechosos a sus compatriotas, sino también a todo el mundo. Quienes gracias a ellas se alimentan desde sus tiernos años con la abundancia de sus conocimientos obtienen los mejores sentidos de la sabiduría, enseñan a los estados costumbres humanas, derechos justos, leyes, sin las que ninguna ciudad puede mantenerse a salvo.

Por lo tanto opino que, ya que tan grandes beneficios nos han sido otorgados a los hombres privada- y públicamente por la previsión de los escritores, no sólo es oportuno otorgarles palmas y laureles, sino también concederles desfiles triunfales y considerarlos dignos de culto en los templos de los dioses.

 (Marco Vitrubio, De Architectura, Libro X, 1)
(1)  Aunque los juegos griegos más famosos son los que se celebraban en Olimpia cada cuatro años,  restaurados en el siglo XX y que seguimos padeciendo en el XXI, por el impresentable barón Pierre Fredy de Coubertin, otras ciudades griegas como Delfos, Corinto o Nemea organizaban sus propias competiciones deportivas periódicas.
(2)   Milón de Crotona: Uno de los atletas más legendarios del mundo antiguo, “el más ilustre de los atletas” según Estrabón, fue coronado como vencedor en lucha libre en Olimpia no menos de seis veces. Nacido en el sur de Italia, donde Grecia tenía tantas colonias, Milón ganó el certamen de lucha infantil en el 540 a. C. Volvió ocho años después para ganar el primero de sus cinco consecutivos títulos de campeón, proeza que parece increíble según los modernos cánones. Rara vez han competido nuestros modernos deportistas olímpicos en más de dos o tres olimpiadas durante el trascurso de su carrera.
(3)  Cita Vitrubio, a título de ejemplo, a cuatro filósofos griegos: a los presocráticos Pitágoras y Demócrito, y a los postsocráticos Platón y Aristóteles. En el fresco de la capilla Sixtina que pintó Rafael conocido como La Escuela de Atenas,  Platón (para el que se inspiró en Leonardo, según parece)  y Aristóteles ocupan los lugares centrales (1 y 2 respectivamente), mientras que el matemático Pitágoras se encuentra tomando notas a la izquierda (número 7). No se ha identificado a Demócrito de Abdera, el filósofo atomista. Sólo hay una mujer, Hipatia de Alejandría (número 5), y el propio pintor, Rafael, se incluyó en su fresco en la esquina derecha (número 20).