Están
de moda los jaicus (o jaicús) japoneses. Se aprecia en estas
composiciones poéticas la concisión de su brevedad, la alusión a una de
las cuatro estaciones del año, la belleza de las imágenes y muchas otras
pinturerías por el estilo. Su poética, dicen, se basa en la emoción que
produce en el poeta la contemplación de la naturaleza. Pero ¿qué es formalmente un
jaicu?
Según
la inevitable Güiquipedia, consiste en un poema breve de diecisiete
sílabas, escrito en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas
respectivamente. Según esto, se trataría de una métrica “a sílabas
cuntadas”, lo que no es exacto en absoluto, porque los ejemplos japoneses del género a veces no suman
diecisiete sílabas, sino algunas más o algunas menos.
A
poco que se profundice, se descubre que el japonés cuenta con sílabas
de dos moras, por lo que una de esas sílabas "largas" puede contar como
dos elementos rítmicos.
Entre nosotros, se han hecho imitaciones manteniendo este esquema de 5-7-5 sílabas, como en este ejemplo de Octavio Paz: Hecho de aire / entre pinos y rocas, / brota el poema, o este otro de Jorge Luis Borges: ¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?, donde el último verso, que tiene seis sílabas, al acabar en palabra esdrújula cuenta como pentasílabo.
Octavio
Paz, precisamente, y Eikichi Hayashiya tradujeron al poeta japonés
Matsuo Basho, considerado el padre del jaicu, ofreciéndonos de él esta
bellísima perla: Este camino / nadie ya lo recorre, / salvo el crepúsculo.
Muchos
poetas actuales optan por aproximarse al jaicu japonés con una estrofa
de tres versecillos con el esquema “corto, largo, corto” sin más
atención al cómputo de sílabas. Y algunos ni siquiera se atienen al
número tres, y entregándose al “verso libre” escriben como dice García
Calvo “unos reguerillos de prosa tipográficamente separados”.
La
definición del jaicu no dice nada sobre su condición prosódica, como
anota Agustín García Calvo en su monumental “Tratado de rítmica y
prosodia y de métrica y versificación”, publicado por editorial Lucina
en 2006, que propone como modelo rítmico japonés originario un esquema
que podríamos llamar trocaico cataléctico, lo que conlleva un final
yámbico o con marca rítmica en la sílaba final del verso, por lo que
estos versos, según el cómputo silábico de la métrica castellana serían
6/8/6, y ofrece este ejemplo propio: Al primer temblor / del Otoño, el frío ¡qué / dulce por la piel!
Siguiendo
este esquema propuesto por el maestro, ofrezco algunos humildes
intentos propios en este sentido para devolver a los jaicus el esquema
rítmico originario japonés, que no suelen seguir las traducciones a
nuestra lengua que prefieren el esquema tópico de 5/7/5, o
españolizarlos con nuestra seguidilla o la soleá de nuestra tradición.
De aquí para allá, / cual rosal de Jericó, /sin echar raíz.
Canta el ruiseñor /enjaulado su canción / que echa así a volar.
Margaritas mil / se abren por doquier en flor / despuntando abril.
Peino canas ya / pero qué me importa a mí, / viejo dizque soy.
Se acabó el pastel. / Picotea aquí y allá / migas el gorrión.
Una jaula y un / pajarito dentro, allí / sin poder volar.
Un espejo, en él / veo a otro como yo / que me mira a mí.
¡Mira, el abedul / de oro viejo amaneció / revestido aún!
El cerezo se ha / desprendido de otra más / hoja seca ya.
Mi imposible amor, / nunca haremos el amor / de verdad tú y yo.
Otra que arranqué / hoja de almanaque, el mes / concluyó otra vez.
Llueve, el vendaval / como un lobo aúlla, y yo / tomo solo el té.
Sin ningún valor / las pesetas que ahorré / para el porvenir.
Grillo cantarín, / escuchando su cricrí / vuelvo a la niñez.
Canta el ruiseñor, / el galán primaveral, / y enmudezco yo.