El infantilismo del norteamericano medio no tiene límite como demuestra el hecho de que Pfizer-BioNTech, el gigante farmacéutico estadounidense, se haya asociado con la factoría Marvel -¿cómo me las maravillaría yo?- para crear un cómic propagandístico destinado a retrasados mentales instando al público de los infames productos de esa casa a someterse a un pinchazo contra las últimas subvariantes de la última variante del virus coronado, un virus semper mutabile que evoluciona tanto que cuando pronunciamos su nombre ya ha adquirido otra identidad y otro nombre, y a convertirse de este modo en ‘héroes sanitarios de la vida cotidiana corriente y moliente’.
El argumento, si puede llamarse así, de este despropósito e historia infantiloide, es que un abuelo y su familia, convenientemente enmascarados, aguardan en la sala de espera de una clínica yanqui contemplando como espectadores pasivos -hecho muy significativo este- la televisión.
Salta entonces la noticia de última hora en la pantalla de que se ha producido un ataque terrorista de Ultrón, el supervillano -ficticio, insisto en el adjetivo- de los cómix de la Marvel, un robot malísimo cuyo objetivo es destruir a la humanidad, y que evoluciona constantemente y se hace cada vez más fuerte, y muta cual Proteo como el terrible virus en nuevas cepas no dejándose atrapar.
El Capitán América, por ejemplo, que está claro lo que representa, entra en escena y es empujado al borde de la derrota, pero entonces aparece el refuerzo de Ironmán que llega con una potente arma de destrucción masiva: un flamante cañón de energía ionizada que hará saltar a Ultrón por los aires expulsándolo al espacio exterior.
Algo falla y mucho en este relato tan simplón del abuelete. Efectivamente, las inyecciones se adaptan a las nuevas formas que toma el enemigo, pero cuando ya se han adaptado a él, el enemigo, que no es tonto, como queda dicho, va y muta adoptando otra forma, por lo que no pueden destruirlo, entrando en un bucle que no tiene fin, y probando así su ineficacia. Pero no solo eso, porque tampoco son seguras, dado que han hecho enloquecer al sistema inmunitario defendiéndose quijotescamente de un enemigo fantasma sin ninguna necesidad. Por eso, cuando el abuelo le pregunta a Ironmán si los Vengadores se retirarán, el heroico hombre de acero le responde: “Solo estamos empezando”.
Finalmente, el abuelo y toda su recua recibirán la inoculación, que a eso habían ido y no a otra cosa a la clínica, y nos mostrarán orgullosos y sonrientes la tirita en el deltoides de su brazo izquierdo o derecho como si fuera la cicatriz de guerra por donde ha recibido la proteína de la espícula.
Y así el abuelo ahora se ha convertido en Pfizer-bioNTechmán,
un vengador más, como el Capitán América, como el mismísimo
Ironmán, por el simple hecho de haberse sometido a una inoculación innecesaria. Pero no olvidemos una de las características definitivas del héroe: la muerte heroica. En efecto, todos los héroes, cotidianos o no, deben ofrecer su vida por una causa que le dé sentido y la ennoblezca. Esa causa por la que deben estar dispuestos a morir es la sanidad, el higienismo a ultranza, que no la salud. Son héroes sanitarios, lo que no beneficia a la salud de nadie, sino solo a los laboratorios de productos tóxicos con ánimo de lucro.