Es conocida la vieja fábula de don Tomás de Iriarte (1750-1791) titulada "Los dos conejos". No reproduzco aquí la versión original, sino esta otra más moderna en la que se han sustituido los conejos por liebres: Su fe cada cual defiende y su credo. / Ladrar de jauría que andaba al acecho / detrás de unas matas dos liebres oyeron. / -¡Que vienen los galgos, salgamos corriendo! / -No son galgos, mira, son raudos podencos. / -Esa es tu opinión y yo la respeto / mas no la comparto... Son galgos, sostengo. / -Tú votas que galgos y yo que podencos... / Y en medio de tanta disputa sin seso / a aquellas dos liebres alcance les dieron / y caza entre tanto, veloces, los perros.
Escena de caza, mosaico romano, siglo I a. C.
Igual que estas necias liebres o los dos conejos de Iriarte, también los sabios
de Bizancio, cuando los otomanos tomaban la ciudad, se entretenían
discutiendo, en vez de ponerse a salvo, sobre interminables cuestiones teológicas como, por
ejemplo, cuántos ángeles cabían en la punta de un alfiler, o cuál era el sexo de aquellos ángeles:
si machos, si hembras, si marimachos o machiembras... Y así les
fue.
Liebre en escena de caza, mosaico de Piazza Armerina (Sicilia)
La
fábula recuerda
mucho a la parábola budista de la casa en llamas: Cuando advertimos
que nuestra morada está ardiendo, debemos salir corriendo cuanto antes
de ella
para ponernos a salvo del fuego si no podemos apagar las llamas del
incendio. En ese momento no importan las previsiones meteorológicas
ni saber a dónde iremos ni cuál ha sido la causa del incendio, o de
quién ha sido la culpa, que es la versión cristiana de la causa. Lo que
se impone es salir por pies y dejarse de disquisiciones teóricas que
sólo sirven para
entretenernos y para que ardamos dentro en las llamas del único
infierno que hay: nuestra propia casa que se quema.
Lo malo es que siempre
hay gentes a las que se les abrasan las cejas y chamuscan las pestañas
porque no se atreven a salir fuera por miedo a lo desconocido. Son
los que dicen que vale más lo malo conocido -en este caso el
incendio de su propia mansión en llamas- que lo bueno por conocer -lo que hay
afuera. Pero es mentira. Siempre ha valido y valdrá
más y será, por lo tanto, mejor lo bueno que lo malo, conocido o no; aquí y en cualquier tierra de conejos.