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viernes, 27 de octubre de 2023

Las tres edades

    Cuenta Aulo Gelio, que cita a Quinto Elio Tuberón y su libro hoy perdido sobre la historia romana,  que el prudentísimo y legendario rey de Roma que fue Servio Tulio estableció con admirable precisión que la vida del hombre se dividía en tres etapas, a las que denominó niñez, juventud, y vejez.

    Determinó que la primera edad era la que iba desde la cuna hasta los diecisiete años y él la llamó puericia (pueritia) o infancia en sentido amplio. Quizá la mejor época de la vida humana, la niñez, aunque sólo sea porque en ella se abren por vez primera los ojos a las cosas y al lenguaje que las cosifica idealizándolas.

 Las tres edades de la mujer, Gustave Klint 1905

    La segunda edad iba de los diecisiete a los cuarenta y seis años cumplidos, período en que los romanos eran considerados aptos para el servicio militar o de Estado (idoneos reipublicae), y la llamó iuuenta, es decir, la juventud del hombre en el sentido más generoso del término "iunior".

    A partir del cuadragésimo sexto año de edad, consideraba el sabio rey que los hombres entrábamos en la categoría "senior" de los más viejos, en la senecta donde me encuentro yo por ejemplo escribiendo esto ahora, después de haber atravesado mis antepasados la niñez y de haber servido al Rey y a la Realidad, malditos sean ambos, tan falsos trampantojos los dos como reales sin embargo.

Alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia, Tiziano (h. 1550 ó 1565)

    Me veo, pues, instalado ya hace años en la vejez que algunos prefieren llamar, para quitarle hierro, la edad de los mayores, que se reconoce por primera vez cuando un niño te llama "señor". Otros la llaman con un eufemismo políticamente más correcto o cortés "madurez". 
 
    Es la tercera edad, término ominoso que nos recuerda la distribución que hizo Servio Tulio,  la etapa final, la del desengaño, la del descubrimiento de que todas nuestras certidumbres y certezas, incluida la más importante de todas, la de nosotros mismos y nuestra propia identidad personal, eran mentira; y que, por lo tanto, los rostros eran máscaras.

    ¿Por qué renegar de la vejez? Es hermosa esta última edad y etapa de la vida: son hermosas las canas y las arrugas y la vista cansada de ver que las cosas son como son, y el desengaño que nos hace reencontrarnos con el niño que llevamos dentro, con nosotros mismos, antes de aprender a hablar (infantia significa 'sin lenguaje') y a saber que las cosas son como son, dejando de preguntarnos cómo son las cosas.

 Las tres edades y la muerte,  Hans Baldung Grien 1541-1544

    La senectud, o "tercera edad"  vive, sobre todo, del recuerdo de tiempos pasados; nada más dulce que el recuerdo, aunque, por otra parte, nada sea más amargo que la memoria. Por eso mismo, hay que empeñarse en tener mala memoria, borrar nuestra memoria histórica, a fin de que afloren, buenos, los recuerdos.