Unas declaraciones no poco preocupantes de la presidenta de la Comisión Europea, la señora doña Ursula von der Leyen: Los niños y los jóvenes disfrutarán de más libertad de movimiento antes que las personas mayores y aquellas con afecciones médicas preexistentes. Según dichas palabras los jóvenes -o ¿por qué no? las personas menores- serían confinados o desconfinados según sus afecciones previas, pero los viejos -o, más políticamente correcto, las personas mayores- serían excluidos de la vida social de todos modos.
Y ¿dónde está el límite aleatorio de edad -todos los límites lo son- que señala la diferencia entre persona mayor y menor? Parece que en los setenta años, la edad hasta la que debería prolongarse el trabajo asalariado, según los gurús, gurúes o guruses neoliberales. Para los que llegan a esa edad y
la rebasan y el trabajo ha sido cómodo y algo más que un modo de
“ganarse la vida” y quisieran continuar con su actividad, no hay
excepción, se les excluye de la vida social y punto. Sin
embargo se obliga a millones de cuadragenarios, quincuagenarios y sexagenarios a prolongar hasta los setenta recién cumplidos
su llamada "vida laboral", un trabajo o servidumbre laboral, por no decir esclavitud, de la que sueñan liberarse.
Distinguía Cicerón, a propósito de esto, en su tratado De senectute
(De la vejez) cuatro causas por las que la senectud, como dice él,
parece la peor edad de la vida humana, y se dedicaba a desmontarlas
implacablemente una tras otra.
Cabeza de anciano, Domenico Morelli (1878)
La
primera era porque separa de la actividad y la gestión de todos los
negocios. Y cita como ejemplo de lo contrario, entre muchos otros, el
caso del sofista siciliano Gorgias, que cumplió ciento siete años y
nunca cejó ni en sus estudios ni en sus trabajos; y cuando le
preguntaron por qué quería seguir viviendo, contestó: 'nihil habeo,'
inquit, 'quod accusem senectutem' No tengo nada que reprocharle a la
vejez, lo que le merece a Cicerón el siguiente elogio: Praeclarum responsum et docto homine dignum. ¡Brillante y
digna respuesta propia de un hombre instruido!
La
segunda, porque el cuerpo se debilita y enferma; la tercera, porque
carece de los placeres juveniles; y la cuarta, porque está cerca de la
muerte.
Cita Cicerón en el susodicho tratado unos senarios yámbicos del cómico Cecilio Estacio que cobran, en nuestra
época y circunstancias, especial relieve y significado: Sin duda creo que es lo peor en la vejez / sentirse a esa edad odioso a los demás (tum equidem in senecta hoc deputo miserrimum, / sentire ea aetate eumpse esse odiosum alteri).
Y
ese sentirse odioso a los demás no tiene nada que ver con la vejez
misma, sino con la triste consideración que la sociedad tiene, que
quiere confinar a los mayores en residencias y geriátricos y limitar su
actividad y movimientos, apartándoles de la vida activa como si fuesen
trastos viejos e inservibles.
Veamos algunos ejemplos: ¿A qué extremo se llegó en la ciudad de Buenos Aires? Al punto de que, a partir del 20 de abril de 2020, los bonaerenses septuagenarios, octogenarios, nonagenarios y centenarios tenían que solicitar permiso a la administración local cada vez que querían salir de casa para ir al supermercado, a la farmacia o a pasear, si era el caso, a su mascota. La medida, habida cuenta de las protestas que originó, se suavizó y la prohibición se convirtió en una recomendación.
¿Y a qué extremo se ha llegado en Colombia? Pues a que, una vez acabado el confinamiento general, los abuelos tendrán que seguir en casa en aislamiento preventivo «al menos hasta el 30 de junio», lo cual no deja de ser discriminatorio y denigrante para este colectivo, que so pretexto de que es "por su propio bien" es considerado "apestado".
La vieja, Giorgione (1506)
Esta fecha me trae a la memoria aquel refrán pareado con rima: Hasta el cuarenta de mayo, la vieja no quita el sayo; y aquel otro de Guarda el sayo para mayo. El sayo, en sentido restringido, era la Prenda de vestir holgada y sin botones que cubría el cuerpo hasta la rodilla, pero se usa aquí, en general, como prenda con que se reviste el cuerpo. Viene a decir el primer refrán que la vieja sabe, es decir, la sabiduría popular medida en años y desengaños, que no hay que dejar de abrigarse por mucho que haya llegado la primavera. Y el segundo, que, aunque lo parezca, todavía no estamos en verano.
Pero no es lo mismo que uno decida tener cuidado y no exponerse a la intemperie que, otra cosa muy distinta, se lo ordene el Estado, o que haya que pedir permiso a las autoridades sanitarias para salir de casa, lo que atenta contra la libertad de movimientos de todas las personas, animales y cosas.
Los viejos son cada vez más repudiados por la sociedad en general y por sus propias familias en particular, apartados muchas veces en geriátricos o “residencias de la tercera edad”, lo que se agrava ahora con obligación o recomendación del confinamiento por razones sanitarias.