Asalto
al cielo es una expresión calcada del alemán Angriff auf den Himmel,
que utilizó el venerable Karl Marx en un escrito y que se generalizó
como
sinónimo de toma del poder por parte de la clase obrera. El cielo es,
pues, para los marxistas sinónimo del gobierno y el poder, de la
supraestructura que se impone a lo de abajo, como para los cristianos lo
había sido de la vida eterna.
La
expresión la había popularizado antes el poeta Hölderlin (1770-1843) y hecho
famosa en el romanticismo alemán, de donde la tomaría Marx. Y de ahí, entre nosotros, le ha
llegado a Pablo Iglesias, no al histórico fundador del PSOE y de
la UGT, sino al homónimo jefe de Podemos, que pretende asaltar los cielos
democráticamente, a través de la victoria en las urnas. Así cerró la alocución
a sus fieles en Vista Alegre en 2014: “El cielo no se toma por consenso: se
toma por asalto”, una arenga que había abierto diciendo: “Hoy empieza a nacer
una organización política que está aquí para ganar y para formar gobierno”.
¿Qué hay
detrás del asalto a los cielos de Hölderlin? Hay una referencia a la
titanomaquia de la mitología griega, la guerra que sostuvieron los dioses del
Olimpo capitaneados por Zeus contra los Titanes, a los que destronaron. Un
titán Crono había derrocado a su propio padre, Urano, dios del cielo y señor
del universo, al que castró, apoderándose de su trono y liberando a sus
hermanos los Titanes, que habían sido encerrados en el Tártaro bajo el reinado
de Urano.
El hijo,
dirá Sigmund Freud, está abocado a matar al padre, con una metáfora que expresa
el momento en que este madura y aspira a convertirse en su propio padre, para lo que
le estorba la figura paterna real, contra la que se rebela, y que acaba paradójicamente asumiendo y encarnando.
El
propio
Urano, que es el nombre del cielo en la lengua de Homero, profetizó por
su
parte que los hijos de Crono se rebelarían contra su gobierno igual que
habían
hecho él y sus hermanos contra su padre. Por eso Crono, supersticioso y
temeroso
de que la historia se repitiera, devoraba a sus propios hijos recién
nacidos,
hasta que se le escamoteó uno, Zeus, milagrosamente, que se salvó y
capitaneó
la rebelión contra el Padre, cumpliéndose la profecía del asalto a los
cielos para que todo cambiara de forma que pudiera seguir igual.
Pero oigamos,
si somos capaces de oírlo, y si no, leamos al menos, lo que dice el poeta
alemán en su novela Hiperión sobre lo que iba a encontrar uno en el cielo
después del asalto: ¡Pero, cálmate corazón! ¡Estás desperdiciando tus
últimas fuerzas! ¿Tus últimas fuerzas? ¿Y
tú, tú quieres asaltar el cielo? Pues, ¿dónde están tus cien
brazos, Titán, dónde tu Pelión y tu Osa, tus
escalas para asaltar el castillo del padre de los dioses, para que subas y
derribes al dios mismo y la mesa de los dioses y todas las
cumbres inmortales del Olimpo, y prediques a los mortales: “¡Quedaos abajo,
hijos del instante, no os esforcéis
por subir a estas alturas, porque aquí arriba no hay nada!” (Traducción de Jesús Munárriz en Ediciones Hiperión,
Madrid).
Hiperión,
el héroe de Hölderlin, no nos exhorta a asaltar el cielo, es decir, a
tomar el Poder, sino, por el contrario, a desistir de ese
estúpido empeño. No hay que intentar derrocar a los dioses del Olimpo
que están en las
alturas, porque no es verdad que haya dioses ni trono ni cetro de
monarquía,
porque allá arriba, in excelsis,
no hay absolutamente nada que conquistar: el cielo está vacío. No hay
Dios ni dioses
que nos valgan.