En latín scrupulus 'piedrecilla puntiaguda' es el diminutivo de scrupus, que es el nombre del guijarro puntiagudo, por lo que la diferencia entre uno y otro término se reduce al tamaño, pero además, en sentido figurado, significaba también 'angustia, preocupación, inquietud', aludiendo a la china que, diminuta y afilada, planteaba a menudo problemas a los legionarios romanos durante sus largas marchas cuando se interponía entre el pie y la sandalia abierta pues les ponía ante un dilema: o continuar la marcha sufriendo la molestia recurrente o detenerse para sacarse la pedrezuela del calzado interrumpiendo el avance de la columna, lo que les ocasionaría sin duda la amonestación de sus superiores.
Es el origen de nuestro término escrúpulo que la docta Academia define como sigue: “Duda o recelo que punza la conciencia sobre si algo es o no cierto, si es bueno o malo, si obliga o no obliga; lo que trae inquieto y desasosegado el ánimo.”
Poco a poco la expresión “tener escrúpulos”, sacada del lenguaje militar, pasó a hacer referencia a cualquier otra preocupación ante la conducta que había que adoptar. Así leemos en Cicerón por ejemplo la expresión alicui ex animo scrupulum euellere ('arrancarle a uno una preocupación de su alma'). Recoge la docta Academia las expresiones coloquiales “escrúpulo de Marigargajo o del padre Gargajo” para referirse a los escrúpulos ridículos y sin fundamento y “escrúpulo de monja” para los exagerados y pueriles.
Lógicamente, no hay ningún problema cuando una piedrecilla se mete en el calzado de un caminante cualquiera que vaya solo: lo normal, si no tiene mucha prisa, es detenerse y sacarse el guijarro del calzado y continuar caminando. El problema se plantea cuando el alivio de la molestia puede ocasionar otros problemas como pérdida de tiempo, por ejemplo, o interrupción de la disciplina de la marcha militar.
Los tribunos, generales, senadores y caballeros, en general, que hacían el camino a caballo o se hacían llevar en cómodas literas, no tenían nunca escrúpulos porque no pisaban tierra, a diferencia de los peones peregrinos que hacen el camino a pie, igual, por cierto, que nuestros gobernantes y mandamases de hoy en día, que siempre van en coches oficiales o en aviones, muy poco escrupulosos ellos. De ahí que, al no tener escrúpulos, obren sin ellos, es decir sean capaces de hacer algo que está mal a la vista de todo el mundo o que al menos debería de incomodarles, pero eso, por el contrario, no les causa, sin embargo, ningún trastorno o remordimiento de conciencia, ni el menor sentimiento de culpa o de responsabilidad, porque tienen el poder, porque son los que mandan, eso es lo que se creen, aunque, por otra parte, también por paradójico que pueda resultar, pobrecitos ellos, son los más mandados.