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martes, 28 de febrero de 2023

Cordura rima con locura, y viceversa.

    En las Españas de Dios había, cuando investigué este dato, más de 50.000 personas internadas en hospitales psiquiátricos, la mayoría contra su deseo, en la modalidad de lo que se llama ingreso involuntario. El número de ingresados en hospitales psiquiátricos (antiguos manicomios y frenopáticos) era curiosamente similar por aquel entonces en nuestro país al de presos en las instituciones penitenciarias, que es como llama el gobierno a las cárceles: unos y otros están privados de libertad para que los que estamos fuera de manicomios y prisiones creamos que estamos cuerdos y somos libres en comparación con ellos que, obviamente, no lo son o lo son bastante menos que nosotros, porque son el espejo esperpéntico de la calle del Gato que nos refleja, que refleja la normalidad caricaturizada.

    Los tres presupuestos legales para que alguien pueda ser encerrado en una institución psiquiátrica contra su propia voluntad, son poco objetivos, se basan en previsiones subjetivas de los profesionales y jurisconsultos, y ponen en cuestión el principio democrático de que nuestro cuerpo es patrimonio nuestro, como nuestro voto, recuérdese la ecuación un hombre es un voto, nos pertenece y tenemos derecho a ser sus dueños. Es lo que se conoce con el latinajo de habeas corpus. Los presupuestos dependen de la decisión de un médico y 24 horas después de un juez. Son: posible empeoramiento de la enfermedad y posible peligro de autodañarse o de infligir daño a otros. 

La nave de los locos, Jerónimo Bosco (c. 1504)
 

    Se acepta entre los profesionales que tan sólo un 1% de los esquizofrénicos, por ejemplo, se ven involucrados en situaciones de violencia. Hay entre los esquizofrénicos, incapaces la inmensa mayoría de ellos de matar a una mosca, un porcentaje ínfimo de violentos y no mayor que el que se da entre personas no diagnosticadas con ese sambenito, por lo que el peligro de auto-lesionarse o de infligir daño a otros es más bien mínimo, quedando sólo como supuesto para su internamiento  el “posible empeoramiento de la enfermedad”, lo que no deja de basarse en meras especulaciones futuribles. En realidad lo que hacen los psiquiatras y psicagogos en general con sus fármacos y terapias es privar de libertad al paciente para que incordie lo menos posible a la familia, pero no sólo eso.

    A mí me dan más miedo que los enfermos mentales los psiquiatras, popularmente llamados loqueros, con un título colgado en la pared que les confiere unos poderes sobrenaturales plenipotenciarios capaces de privar de libertad a un ser humano. 

Stultifera nauis, Sebastian Brant (1499)
 

    Ellos nunca diagnosticarán a la sociedad una enfermedad mental como la esquizofrenia, pero sí a algunos de sus individuos, porque son especialistas en los átomos personales, a los que les recetarán fármacos y terapias individuales personalizadas. Son algunos elementos los que están locos, y no la sociedad entera en general, porque si así fuera no tendría ningún sentido que existieran psiquiatras o especialistas en la curación del alma individual. No tendrían trabajo los médicos del alma personal de cada uno. 

    La psiquiatría, hay que decirlo, está arrogándose un poder dictatorial al calificar una conducta humana como enfermedad mental, algo totalmente absurdo, y al privarle de libertad a un esquizofrénico, aplicándole la legislación vigente. Pero una enfermedad debe presentar pruebas biológicas, y su fundamento debe ser algo más que el diagnóstico de un psiquiatra. Así pues, se están violando los derechos humanos, por decirlo con el lenguaje políticamente correcto de los que mandan, con internamientos involuntarios. Y además, esto nos afecta a todos, porque hoy te han internado a ti, pero mañana pueden internarme a mí. Y debo decirte también, amigo mío, que a ti te han internado para que yo, cuando me compare contigo, me engañe a mí mismo diciéndome: Yo, por lo menos, no estoy loco y soy libre.

     Cuando hablamos de una cosa, como aquí de las cárceles y hospitales psiquiátricos, estamos sacándola de la chistera como por arte de magia y haciéndola existir. Si no hablamos de ella, ha hacemos desaparecer, aunque no deja de estar ahí latente y patente, si bien invisible. 

    Las cárceles, por ejemplo. Nadie habla de ellas, parece que no existen, como si no las hubiera en la realidad, pero ahí están esperándonos silenciosamente a todos y cada uno de nosotros. Ahí están para que los que estamos provisionalmente fuera de ellas creamos que somos libres, aunque estemos en régimen de libertad condicional. Están esperándonos como los hospitales psiquiátricos, como los formularios oficiales del Registro Civil, como los cuarteles de la policía, como los nichos de los cementerios. Son epifanías del sistema político en el que vivimos, son la cara oculta y verdadera del mundo en que vivimos creado por Dios, nuestro Señor: son la cara dura y poco amable, pero verdadera, de Dios.

 

La ronda de los presos, Van Gogh (1890)

    La cárcel no es sólo una amenaza que el Estado utiliza para imponer un modelo de conducta social a la población de lo que puede ocurrirnos si no cumplimos las leyes, es también el espejo que emplea para que la población se sienta provisionalmente libre, pero en verdad nunca liberada.