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jueves, 1 de junio de 2023

Pareceres (XXI)

101.- Dicen que su mujer, experta en marketing y merchandising -obsérvese el discreto encanto de estos términos anglosajones-, convirtió su matrimonio en la nueva pareja "real", en la doble acepción del término de 'ideal' y de 'regia', de Inglaterra, desarrollando el lado fashion y cool de su apuesto marido, al que transformó en un ídolo cuyo atuendo y aliño indumentario, sorprendentes cambios de look motivados por sus trenzas y cortes de pelo, aretes de diamantes, tatuajes y otras excentricidades o intentos de salirse del meollo, cogollo o centro mismo de la normalidad y vulgaridad que nos constituye se convertirían enseguida en puntos inevitables de referencia para millones de jóvenes del entero mundo, ávidos de disidencia y de proyectar rabiosamente una imagen rebelde de sí mismos, pasando de ser sólo un buen jugador de balompié, a ser una especie de rey Midas que, vendiendo a firmas comerciales importantísimas  de calzoncillos los derechos de su imagen iconoclasta -obsérvese la contradicción en los términos de vender una imagen rompedora y contraria a todas las imágenes habidas y por haber, que es lo que quiere decir 'iconoclasta'-, logró una cuantiosa fortuna personal cifrada en varios millones de euros, libras, dólares, yuanes o lo que sea: el dinero no tiene fronteras. 

 

102.- La profecía de un suceso conlleva a menudo el suceso de la profecía. La simple convicción o sospecha a veces de que las cosas pueden evolucionar en un sentido determinado desencadena el hecho de que se desarrollen en esa dirección.

103.- Al que se le mete una idea en la cabeza se vuelve loco”, escribió José Bergamín, ese gran poeta, y añadió: “Las ideas no deben meterse en la cabeza, sino salir de ella”. Y es que el orate no recupera la cordura hasta que no se libra, si llega a liberarse, de la idea fija y obsesiva que lo obsesiona. Hay algo comparable al gozo del orgasmo masculino -del femenino, más misterioso, mejor no hablar-, en la excreción de todas y cada una de las ideas que se apoderan de nosotros, que nos constituyen, y que lo único que hacen es entorpecer el pensamiento o razonamiento en marcha de nuestra mente como si fueran rémoras, esos peces con aletas en forma de hoja de acanto y bordes cartilaginosos sobre la cabeza, que se pegaban a los cascos de las naves y que podían, según los antiguos, llegar a detener las embarcaciones. Vemos en la eyaculación una metáfora de la liberación gozosa y sumamente placentera y gratificante de todas las ideas inculcadas que se nos han metido -porque nos las han o nos las hemos incrustado- en la cabeza. El escritor francés Guy de Maupassant escribió: Las ideas fijas tienen la tenacidad roedora de las enfermedades incurables. Una vez que penetran en un alma, la devoran, no le dejan la libertad de pensar en nada, de interesarse por nada, de tomarle gusto a ninguna cosa

 104.- ¿Es libertad el hecho de poder elegir, como parece a simple vista, entre dos o más opciones que se nos brindan? ¿Somos libres porque podemos optar, o, precisamente el hecho de poder decantarnos por una u otra opción nos priva de libertad? Esa es la cuestión. ¿No es cierto que la elección es indiferente en el fondo, mera cuestión formal de gustos y estilos personales? ¿No resulta a fin de cuentas trivial cualquier elección que hagamos de uno u otro candidato político, de esta o aquella emisora de televisión, de tal o cual confesión religiosa, de una u otra marca que comparemos y compremos en el mercado –comprar procede etimológicamente de “comparar”, a sabiendas de que todas las comparaciones son odiosas?

105.- Pensar, esa debilidad del cerebro, no es trabajo fácil, sino una tarea para la que tenemos toda una vida por delante, una vida breve, como suele decirse, para una tarea interminable de demolición derribo: ars longa, uita breuis: lo que hay que hacer es mucho y la vida es breve. Pensar es decir que no.


martes, 9 de noviembre de 2021

De la brevedad de la vida

    Suele decirse que la vida son dos días. Y se dice para animarse uno a disfrutar de ella encareciendo su valor ante la caducidad y urgencia de su efímera brevedad. Pero no es verdad. La vida no es ni breve ni larga porque no es tiempo mensurable, no es algo cuantitativo sino cualitativo que cabe tanto en el recipiente de un segundo como en el de un siglo.

    No es buena la máxima que le atribuyen a Hipócrates, el padre de la medicina, que decía "ars longa, uita breuis", que quiere decir que la vida es corta y mucho lo que hay que hacer. Esta máxima nos llevaría a un frenético hacer por hacer para dar sentido unívoco a algo que como nuestra vida no lo tiene, y es bueno que no lo tenga.

    Oscar Wilde decía que la mayoria existimos y que muy pocos son los que viven.... ¡Qué razón tiene casi siempre el tío Oscar, ese entrañable mariconazo víctima del puritanismo victoriano, uno de los espíritus libres más agudos que en el mundo han sido, que sin embargo se mantiene, pese a estar muerto y enterrado, muy vivo, vivito y coleando todavía!

     La vida debe ser vida, sea esto lo que sea. Para que sea así, lo esencial es que no se la cuantifique, que no se la considere tiempo ni breve ni largo, ni mucho ni poco, que no se temporalice, y ya que 'time is money' en la lengua del Imperio ('el tiempo es dinero', 'oro' decimos nosotros, si se me permite, que no se mercantilice, es decir, que no se prostituya en el mercado laboral del trabajo asalariado). O, por lo menos, que no lo haga mucho, que no se vuelva toda de oro como el rey Midas, o sea, mierda, porque 'time (and life) is money', sí, pero 'money is shit', ergo 'time (and life) is shit': silogismo impecable, razonamiento lógico.

    En una carta fechada el 3 de agosto de 1878, el escritor francés Guy de Maupassant (1850-1893), considerado como uno de los grandes maestros del cuento de la literatura universal, le decía literalmente al novelista Gustave Flaubert: «Je ne comprends plus qu'un mot de la langue française, parce qu'il exprime le changement, la transformation éternelle des meilleures choses et la désillusion avec énergie: c'est "merde"». Lo que, traducido literalmente, quiere decir: “Ya no comprendo más que una palabra de la lengua francesa, porque expresa el cambio, la transformación eterna de las mejores cosas y la desilusión con energía: es "mierda"”.



    Podemos parafrasear a Maupassant, y hacer extensible la cita a nuestra lengua y a la realidad, tan falsa como es y que tanto nos enmierda por no ser como debiera y debería ser. A fin de cuentas "merde" y "mierda" son palabras hermanas que proceden de la misma madre latina "merda", conservada tal cual en italiano. El razonamiento del escritor es que la palabra expresa como ninguna otra el cambio y la transformación de lo mejor en lo peor, y porque además se pronuncia casi siempre con una entonación exclamativa. De alguna manera todo el mundo ha reconocido alguna vez que todas las cosas que hay y que son tal y como son son una mierda. A veces, y según el estado de ánimo, se enfatiza la expresión añadiendo: una puta mierda.  
 
 

    De alguna manera es el primer descubrimiento que hicieron los denominados filósofos preoscráticos, que reducían todo a un solo elemento, el arché o arjé: los famosos cuatro elementos. Ahí tenemos a Tales diciendo que todo era agua. O a Anaxímenes, que aire. A Heraclito, que prefería la metáfora  del fuego. Y a Empedoclés que encontraba la raíz de todas las cosas en la tierra. Pues bien, el quinto elemento, la quinta esencia de todo es la mierda.