Mostrando entradas con la etiqueta Caín. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Caín. Mostrar todas las entradas

domingo, 3 de diciembre de 2023

¡Nacionalistas!

    Caín es un pseudónimo tras el que se esconden el guionista Felipe Hernández Cava y el dibujante Federico del Barrio, quienes bajo esta firma hacen la viñeta diaria de opinión del periódico La Razón. Aunque, acosados por la actualidad y la realidad del momento así como por la ideología política de derechas del periódico en el que publican, incurren a veces en torpes caricaturas ideológicas, pero otras veces aciertan plenamente a expresar lo que es de sentido común, como por ejemplo una de las últimas viñetas, la publicada el 29 de noviembre del presente año, dedicada a Borges, en la que, haciendo un guiño a la teoría de la evolución de las especies de Darwin, un chimpancé le pregunta a otro: -Según el proceso evolutivo ¿qué nos corresponde ser ahora como primates? Y el otro le responde categórico: -Nacionalistas. 
 
 
    Si entendemos que la respuesta que da el mono de “nacionalistas” se entiende en su sentido más amplio, no refiriéndose solo al nacionalismo emergente o periférico -vasco y catalán principalmente en el caso español-, sino a cualquier nacionalismo en general, tanto a los establecidos como a los que pugnan por establecerse, estaríamos también atacando indirectamente el nacionalismo centralista o español que defiende el periódico por aquello de España “Una, Grande, Libre”.
 
    La sugerente dedicatoria a Jorge Luis Borges (1899-1986) nos pone sobre esa pista intelectual. El escritor argentino -uno no nace argentino, sino que se hace argentino, pero Borges se hizo universal desde Argentina- que nunca recibió el Premio Nobel de Literatura, según él, que era conservador, por razones políticas, se rebeló en efecto muchas veces contra la identidad en general, y contra la nacional en particular, sin olvidar nunca la rebelión primordial contra la identidad de la persona. Dijo, por ejemplo alguna vez, que el nacionalismo sólo permitía afirmaciones y "toda doctrina que descarte duda, negación, es una forma de fanatismo y estupidez". Y también se le atribuye el dicho que supongo que inspira la viñeta de Caín: "El vicio más incorregible de los argentinos es el nacionalismo, la manía de los primates". 
 
 
   Borges mostró la seriedad de sus convicciones antinacionalistas, cuando, escribe Mario Vargas LLosa en Borges Político,  burlándose de la guerra de las Malvinas entre el Reino Unido y la Argentina, la definió como “la pelea de dos calvos por un peine”. Se opuso a la dictadura nacionalista de Perón, denominando a los doce años que duró “años de oprobio y soberbia”, pero apoyó a dos de las dictaduras militares argentinas más sangrientas, la que derrocó a Perón y la de Videla, e incluso llegó a elogiar a Pinochet, el dictador chileno, lo que no congenia mucho con la opinión que dio de los regímenes dictatoriales: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez.
     
    El dogmatismo identitario es una de las principales herramientas de dominio no sólo político, sino también personal, que ha ido variando según el momento y contexto histórico y centrándose en el aspecto religioso, racial, sexual o nacional. El nacionalismo, por cierto, no deja de ser una ideología de sustitución que heredó muchos de sus elementos cuando la religión empezó a perder fuerza como generador de identidad colectiva. La identidad es una mentira necesaria que mana del hecho de que aunque consideremos que es una ficción, es decir que es siempre falsa porque no hay identidad verdadera que podamos conocer, su existencia es real y fundamental para el sostenimiento de la realidad. 


 
   Si intentamos sistematizar los rasgos, señas o ingredientes identitarios que configuran nuestra identidad individual o colectiva, nos encontramos enseguida con que atendemos solo a unas pocas categorías como, por ejemplo, raza, nación, religión, lengua o clase social, que cambian con el transcurso de los tiempos, y descuidamos otros ingredientes que pueden llegar a ser tanto o más significativos, como, por ejemplo, la generación a la que pertenecemos, hijos que somos de nuestro tiempo casi más que de nuestros padres, nuestro estado de salud, la profesión que ejercemos, los amores y los odios que conforman nuestros gustos, las opiniones que más que tenerlas nos tienen a nosotros, y las preferencias personales que profesamos o que no profesamos, porque los ingredientes identitarios no son solo importantes por su presencia, sino también cuando brillan por su ausencia; estar en paro, por ejemplo, o no ser partidario de ningún equipo de balompié ni interesarse siquiera por el deporte rey pueden suponer, en ciertos contextos, una parte esencial de la identidad de una persona. A Borges, por cierto, se le atribuye el dicho de que el fútbol era popular porque la estupidez era popular.

    Los nacionalismos, que Borges definía como “espectros colectivos”, son ideologías falsas -no vamos a decir irreales porque desgraciadamente son demasiado reales- en tanto en cuanto defienden, en palabras borgianas, “el prejuicio del que adolecen todos los hombres: la certidumbre de la superioridad de su patria, de su idioma, de su religión, de su sangre”. Cuando estos espectros colectivos o ficciones políticas e ideológicas alcanzan el poder institucional terminan contaminado la realidad y la vida de quienes quedan presos de sus delirios. Es absurdo, escribió, idolatrar a un adefesio porque es autóctono. 

 
    En «Historia de los ecos de un nombre», recogido en Otras inquisiciones, Borges evoca cómo, en sus últimos años de vida, Jonathan Swift «empezó a perder la memoria» y un día, loco y moribundo, le oyeron repetir la tautología divina «soy lo que soy, soy lo que soy».