La palabra "catástrofe", por cierto, que aparece en la viñeta del dibujante griego Arkás, es, obviamente, de origen griego, porque, mal que nos pese, seguimos hablando la lengua de Homero sin ser muy conscientes de ello. Nos pasa un poco lo mismo que a aquel ridículo señor Jourdain, el burgués gentilhombre de Molière, que llevaba cuarenta años hablando en prosa sin saber qué era la prosa... El término está compuesto del prefijo κατά (catá), que quiere decir "abajo y adelante" y es lo contrario de ἀνά (aná), que significa "arriba y atrás", y de la palabra στροφή (strophé), que es el nombre de la "acción de volver, vuelta", que conservamos en castellano, a través del latín stropha, "estrofa", como se llamaba en principio a la vuelta o evolución que hacía el coro en escena, y de ahí también a la estrofa lírica que cantaba el coro. El diccionario de la RAE define la estrofa como: "Cada una de las partes, compuestas del mismo número de versos y ordenadas de modo igual, de que constan algunas composiciones poéticas."
Y tenemos, también, la catástrofe, que era el desenlace especialmente doloroso de una tragedia, y por lo tanto la alteración grave del orden normal de las cosas, el derrumbamiento de algo que se viene abajo inesperadamente, una palabra que está en boca de todos los periodistas cada dos por tres, por ejemplo: "Un fallo del avión de Germanwings que salió de Barcelona se perfila como la causa probable de la catástrofe aérea de los Alpes".
A la vista de la pregunta del personaje de Arkás, podríamos cuestionarnos si hace falta que haya gobernantes que enderecen los entuertos que producen sus propias acciones de gobierno: ¿Hace falta que haya gobierno? Parece que, obviamente, ninguna, no hay necesidad.