El grupo escultórico del escultor victoriano Alfred Stevens (1817-75) en el monumento al duque de Wellington que se alza en el interior de la catedral de San Pablo en Londres presenta dos figuras alegóricas con forma humana que personifican la Verdad y la Falsedad. Su aspecto musculoso recuerda el estilo renacentista de Miguel Ángel.
La Verdad arranca la doble lengua a la Falsedad, una lengua muy larga, como vulgarmente se dice, le aplasta el pecho con el pie y después de haberle apartado la máscara carnavalesca, la careta hipócrita que oculta sus grotescos rasgos. Unas colas monstruosas de serpiente asoman bajo su ropaje.
En el grupo escultórico que nos ocupa Verdad y Falsedad están perfectamente caracterizadas, pero un sofista griego podría darle la vuelta a la tortilla y argumentar que lo blanco es negro y lo negro blanco, y, en este caso que la Verdad es en realidad la Mentira y que la Falsedad pisoteada y humillada es de hecho la Verdad, que así resulta ninguneada.
En nuestros tiempos los Estados totalitarios, y todos lo son, fabrican verdades a su medida, y a fuerza de repetirlas machaconamente por todos los medios de creación y manipulación de la opinión pública a su alcance hacen, gracias a la narrativa del relato oficial y su argumentario, que la gente acabe asimilándolas. Llaman, como dijo el poeta, “verdad a la mentira”. Si alguien se atreve a desenmascararlo, se le repetirá, sin argumentos, la conocida pregunta de Poncio Pilato que queda flotando en el aire sin respuesta: “¿Qué es la verdad?”
Mendace ueritas: “En lo falso, la verdad”, dice con adagio latino el barón de Münchhausen, quien como el Humpty Dumpty de Lewis Carroll afirma que las palabras solo significan “lo que yo quiero que digan”, y cuando Alicia le replica que cómo pueden querer decir tantas cosas tan diferentes, Humpty Dumpty zanja la cuestión sentenciando que el significado depende de quién manda.
El psicoanálisis, por su parte, debe su invención a la "verdad mentirosa", para usar el término de Lacan 'verité menteuse', que Freud desenterró en las expresiones del inconsciente y en el mundo onírico de los sueños, donde yace la verdad censurada del deseo, lo que guarda cierta relación con la divisa mendace ueritas del barón. La verdad no sólo reside en la embriaguez que nos desinhibe (in uino ueritas, según la divisa clásica), sino en la mentira que niega y reprime el deseo inconsciente: yo no quería hacerlo...