La palabra pupila procede del latín 'pupilla', que es el diminutivo de
'pupa', palabra que significa “niña” y también “muñeca” (de donde el francés 'poupée'). Tenemos también la forma masculina "pupillus", diminutivo de "pupus", que significa "niño", origen de nuestro pupilo, que desde antiguo se define en castellano como 'menor de edad so tutor", por ejemplo en Nebrija, es decir como huérfano menor de edad respecto de su tutor. ¿Hay alguna relación entre las pupilas del ojo, esas
“aberturas situadas en el centro del iris, por las que entra la luz en
el ojo”, como las define el diccionario, y las muñecas o las niñas que
la palabra significa?
Alguna
relación parece que tiene que haber para que haya esa equivalencia y eso sea así. Cuando
miramos, en efecto, a los ojos a la persona que tenemos en frente, nos
vemos reflejados en su pupila como en un espejo: vemos en el agujero,
por donde le entra la luz al ojo, nuestra diminuta figura, reducida, como
si se tratara de un muñeco.
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Corominas, a propósito de la palabra castellana “niño”, creación
expresiva del romance antiguo “ninnus”, que la alusión a la pupila de
“niña del ojo” es una metáfora internacional, presente en latín, en
griego (κόρη) y en egipcio arcaico, y que se halla extendida por lenguas
de las más varias familias en todo el mundo, y que se explica por
nuestra imagen reflejada en la pupila del interlocutor.
Uno
no puede verse a sí mismo si no es a través de un espejo, y de alguna
manera la pupila del ojo ajeno es el primer espejo en el que nos
reflejamos, mucho antes de que se hayan inventado los espejos y hayamos
descubierto en el agua nuestro reflejo como Narciso.
No
puede conocerse uno a sí mismo como ordenaba el frontón del templo de
Apolo en Delfos (nosce te ipsum, en latín, γνῶθι σαυτόν, en griego) porque uno no puede ser al mismo tiempo sujeto y objeto de conocimiento. Como escribimos a este propósito una vez: "Si me propongo conocerme a mí en persona, / -¡conócete
a ti mismo! como manda Apolo-, / me parto en dos: conocedor y conocido, / y pierdo, esquizofrénico, el conocimiento".
No podemos, pues, conocernos a nosotros mismos, pero sí quizá reconocer de alguna manera en las niñas de otros ojos los niños o muñecos que, pese a todos los pesares, seguimos siendo.