156.- ¿Estado laico?
¿Qué quiere decir "laico"? La palabra procede del griego λαϊκός laïcós,
que propiamente significa “relativo o concerniente al pueblo”, formada como está sobre el
sustantivo λαός “pueblo”. Nos llega a través del latín tardío
laicum, que
origina dos términos castellanos: por un lado el cultismo 'laico' y por otro
la palabra patrimonial 'lego'. La
docta Academia define laico como“que no tiene órdenes clericales” y también
“independiente de cualquier organización o confesión religiosa”,
y el vulgarismo 'lego', que añade al significado anterior una segunda acepción derivada de la cultura del estamento clerical que es “falto de
instrucción, ciencia o conocimientos”. Es esta la acepción que
más predomina en español actual. Se dice que uno es lego en una
materia, o sea, inexperto, desconocedor, no instruido. La
expresión "estado laico" sería, en este sentido, un estado que no depende de ninguna organización religiosa, pero desde el punto de vista
etimológico, sería un 'estado popular', una contradicción en sus términos: Estado y pueblo
no pueden conjugarse. Pretender que un Estado sea popular es
imposible: El Estado se define como el yugo que se le impone al
pueblo para su sumisión o que éste se autoimpone en estos tiempos
democráticos que corren. Lo auténticamente popular o laico en el sentido etimológico de la palabra sería
que no hubiera ninguna forma de Estado, ni confesional ni aconfesional o laico.
157.- El carácter sagrado del dinero. Los templos antiguos, según la tesis del injustamente olvidado Bernhard Laum (1884-1974), fueron los primeros bancos que tenían grandes reservas de metal procedentes de las ofrendas a los dioses. Allí surgió el cuño que garantizaba con su sello la pureza y el peso, indicando propiedad sobre los esclavos, los caballos, el ganado... Era la marca de posesión. El cuño indica que la moneda pertenece al dios. Todas las monedas antiguas llevaban la imagen de un dios o de un símbolo sagrado relacionado con la divinidad. El lazo entre la moneda y la religión es evidente. La imagen del soberano en la moneda es el símbolo de la autoridad monetaria del Estado. El soberano aparece en la moneda como divinidad, y de este modo el carácter sagrado de la moneda no es modificado. Hay una secularización. En Roma la remuneración de las tropas es esencial: la soldada militar era el pretexto principal de la emisión de la moneda. Pero la moneda romana es una moneda ya secular, a diferencia de la griega. No se halla ningún motivo sagrado en la moneda fiduciaria romana... Pero eso no prueba que el principio de sustitución, que es la base de todo nominalismo, no haya salido, en resumidas cuentas, de la esfera religiosa. Esta última se ha secularizado simplemente en el curso de su evolución, y ha sido utilizada por el Estado con fines puramente profanos, no ya religiosos en el sentido estricto del término. Grecia es el origen, y Roma acaba el proceso. Para ambas la moneda es un producto del Estado, y sirve ante todo a sus intereses.
158.- La moral identitaria. Rafael Sánchez Ferlosio definió la exaltación de la identidad, que alaba lo propio y rechaza lo ajeno, con lo que él denomina “la moral del pedo”. Esta moral pedorra y farisaica puede aplicarse a todas las identidades, y especialmente a las nacionales y al nacionalismo. Savater alude a la moral del pedo ferlosiana como “ese hálito que no nos molesta salvo cuando es ajeno”. Puede aplicarse esta moral, a demás de a la identidad, a nuestras opiniones, que consideramos
tan intrínsecamente nuestras, tan propias, que se las ofrecemos a los
demás como el niño pequeño que en su etapa anal les muestra orgulloso
sus heces a sus padres, después de haber defecado en el orinal, como el
más precioso regalo que puede ofrecerles. Recojo la definición de Ferlosio: A la moral de la identidad, en fin, acaso el nombre científico que mejor le cuadre sea el de «moral del pedo», pues la condición particular del pedo es tal vez la figura más capaz de definir con plena exactitud la situación, en la medida en que la escrupulosa selección de lo genuinamente propio y el riguroso rechazo de lo extraño por los que se distingue la actuación de la moral de identidad, en ninguna otra imagen podrían estar mejor representadas que en el pedo, a cuya esencia igualmente pertenece la rara condición de que nos complacemos en el aroma de los propios tanto como nos causa repulsión el hedor de los ajenos. (Rafael Sánchez Ferlosio. Ensayos II: Gastos, disgustos y tiempo perdido. Debate, Barcelona 2016).
159.- Bendito sea el dios que me libra de los otros dioses. Del poeta católico francés Paul Claudel (1868-1955), este fragmento de su oda Magnificat, contenido en Cinq Grandes Odes (1911) en el que da las gracias a Dios por haberle liberado de los falsos dioses, ídolos dice él, cuyos nombres escribe con letra inicial mayúscula y honorífica. Dice así: Bendito seas, Dios mío, que me has librado de los ídolos / y que haces que solo te adore a Ti, y no a Isis ni a Osiris, / ni a la Justicia, ni al Progreso, ni a la Verdad, ni a la Divinidad, ni a la Humanidad, ni a las Leyes de la Naturaleza, ni al Arte, ni a la Belleza... Pero no debe escapársenos que esa virtud liberadora que el poeta francés le concede a Dios, y que es notable en el caso de los modernos dioses laicos como el Progreso, o la Humanidad, o la Naturaleza, que cita, -quizá le falta la Ciencia- no nos libera de la mayúscula honorífica del nombre común ascendido a nombre propio que es Dios, que encarna a todos los otros dioses e ídolos, tanto a los paganos como a los laicos, y sobre todo al que en la lengua del Imperio, por algo será, se escribe con mayúscula, capitalizándose, que es I (yo), el último reducto de Yavé.
160.- Ultima ratio regum: ¿Cuál es el último argumento (o razón) de los reyes y príncipes de este mundo? ¿Cuál será la última y más extrema medida para que los gobernantes puedan gobernar y mantenerse en el gobierno? Luis XIV, el Rey Sol, hizo grabar ese latinajo en la fundición de sus cañones, con lo que daba a entender así bien a las claras que eran las armas de fuego en general el recurso y sustento último que tenía el Poder que él encarnaba en la monarquía, pero vale lo mismo para los regímenes republicanos, cuando han agotado otras vías más pacíficas de resolución y de creación de conflictos, como las políticas de la diplomacia y el buen gobierno (que se llama así porque hace que parezca buena la existencia del gobierno si no se utiliza la fuerza de las armas). La última razón del poder establecido es la administración violenta de la muerte. Las armas, pues, y los ejércitos que las utilizan en las guerras son el último recurso (pero por eso mismo también el primero) para resolver los conflictos, porque cuando no son un hecho son como la espada de Damoclés una amenaza que pende sobre las cabezas de los súbditos. Un personaje de Calderón de la Barca lo proclama claramente: Que sepas que en la campaña / última razón de Reyes / son la pólvora y las balas.