He leído el monólogo dramático “Juicio a una zorra” (2013) escrito por Miguel del Arco para la actriz Carmen Machi, que da voz con su magnífica interpretación en la que pone todo su cuerpo y su alma, a la propia Hélena de Esparta que pasó a ser Hélena de Troya, la causante de la primera guerra mundial de nuestra literatura occidental, por ver si había en él algo del Encomio de Hélena de Gorgias, del que presentamos aquí mismo una traducción.

Y es poco lo que he encontrado. Solo una referencia al texto y al autor, al que se le califica coloquialmente de “charlatán”, que sería el equivalente popular del término especializado “sofista” con el que habitualmente se despacha a Gorgias de Leontinos.
Este es el texto al que me refiero: “La palabra, como dijo un charlatán, es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. ¿Verdad? Puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión, insuflar en los oyentes un estremecimiento preñado de temor, una compasión llena de lágrimas y una añoranza cercana al dolor, de forma que el alma experimenta mediante la palabra una pasión propia con motivo de la felicidad y la adversidad en asuntos y personas ajenas”.
Hay que decir, en primer lugar, que Gorgias no es un charlatán o sofista al uso, como despectivamente lo califica Miguel del Arco. Y el Encomio de Hélena no es un mero ejercicio de retórica o de sofística, sino algo más, un opúsculo de todo un filósofo o amante platónico de una sabiduría que nadie posee. Autor de un tratado (perdido) “De lo que no es lo que es o de la naturaleza”, en el que desarrollaba tres tesis desconcertantes: (1) Nada es lo que es; (2) si algo es lo que es, no puede ser conocido; (3) si pudiera conocerse, no podría comunicarse a los demás.
En segundo lugar, si la palabra es un poderoso soberano, el hecho de que la tome Hélena, la adúltera, la zorra, la puta, es una licencia poética para a lo largo del monólogo dramático tratar de justificar moralmente su conducta, pero el breve texto de Gorgias era mucho más que eso: era un ataque en toda regla contra la pretensión de ser uno el que es, precisamente porque, según el primer postulado de su tratado, nada ni nadie, por lo tanto, es lo que es.
Pero este monólogo dramático, cuya lectura o visión por otra parte no dejo de recomendar por su valor artístico, se presenta como un juicio al personaje, en el que los espectadores son el jurado popular que decidirá, al final de la función, absolver seguramente a la protagonista encausada, que, además de hablar, no hace más que emborracharse para desinhibirse, por aquello tal vez de que en el vino... la verdad, y por aquello quizá de que solo los borrachos (y los niños) suelen revelarla.
En realidad, más que un monólogo, es un diálogo mudo con Zeus, su padre, contra el que se rebela, el cual por su parte solo habla en alguna ocasión como dios del rayo lanzando aparatosos truenos.
Miguel del Arco convierte a Hélena en un personaje dramático, con "perspectiva de género" como dice algún crítico, que afirma: “Yo sólo tomé una decisión. Posiblemente la única que tomé en mi vida. La decisión de amar a un hombre por encima de todas las cosas”.