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sábado, 2 de octubre de 2021

Al habla Damastes, alias Procusto

    En la entrada Hostal Coridalós escribí sobre Procusto, también conocido como Procrustres, Damastes, Polipemón y hasta Procoptas,  aquel oscuro personaje de la mitología griega. Acogía este bandido hospitalario en su hostal a los peregrinos, dándoles parada y fonda, haciendo que se acostaran en un lecho ideal donde les aplicaba a todos el mismo patrón: a los que eran bajos les estiraba las piernas hasta descoyuntarlos, y a los altos, se las amputaba. La lástima era que sus huéspedes no le duraban hasta el amanecer y se le morían antes, porque él lo hacía por su propio bien, para anular las diferencias que había entre unos y otros... En realidad era un filántropo, un enamorado de la humanidad ideal en abstracto, y no un misántropo, como le tachaban sus enemigos. 

    En Coridalós, no lejos de Atenas en dirección a Mégara, donde se alzó la posada de Procusto, se levanta hoy una prisión de máxima seguridad. Procusto en la actualidad es la viva imagen del Estado moderno, ya sea el griego, el español o el de los Estados Unidos de América.  Los nombres propios, por muy diferentes que sean, dan igual, igual que las cuatro denominaciones, si no son cinco, de nuestro personaje. Responden a la misma realidad, a un Estado que reclama para sí el “monopolio de la violencia” para ahormar a sus súbditos, cortándoles por el mismo rasero y uniformándoles. La uniformación es tan perfecta que no hace que el uniforme se adapte a los cuerpos, sino que estos se adapten al uniforme en el colmo de los colmos: la uniformidad perfecta.


     Leo hoy un texto del poeta polaco Zbigniew Herbert (1924 -1998) sobre este personaje de la mitología clásica griega titulado “Habla Damastes, alias Procrustes”, un monólogo donde el propio Procusto después de muerto justifica su obsesiva pasión antropométrica de igualar a una humanidad heterogénea según el patrón ideal haciéndola homogénea.  
 
    A falta de conocimientos de lengua polaca, traduzco el texto de la versión inglesa de John Carpenter y Bogdana Carpenter, que tradujeron su libro Informe de una Ciudad Sitiada y Otros Poemas en 1985, editado por Ecco Press, Nueva York. Los poemas de ese libro, según la noticia que recojo allí, fueron escritos por Z. Herbert entre 1953 y 1982 y publicados en polaco en 1983. 
 
    Llama la atención en este texto que Procrustes llame a sus víctimas "súbditos" en primer lugar, como si él fuese un monarca, y  "pacientes", como si él, que se define a sí mismo como un "erudito y un reformador social", fuese un doctor, o representante del Estado Terapéutico, que hace daño a sus súbditos concretos por su propio bien abstracto. Él no es, como pretenden sus enemigos, los "falsificadores de la historia" un asesino, ni tampoco un bandido que les roba sus vidas a los peregrinos. Se ha querido ver en este poema una crítica de la dictadura soviética de aquel momento, pero su alcance trasciende ese estrecho marco temporal y alcanza a cualquier  forma moderna de totalitarismo, incluida la más actual que es la del estado democrático.

Zbigniew Herbert (1924-1998)
 

    La ausencia de signos de puntuación y la disposición de la prosa en renglones entrecortados a modo de versos libres de la condición métrica de los versos y separados a modo de estrofas está en el original que traduzco. Pareciera que Z. Herbert no ha querido someter su prosa al esquema métrico y uniforme del verso, y ha querido dejarla “libre” de ese corsé. Es una lástima, porque el texto resulta muy sugerente. Y para que suene en su versión original, comparto esta versión musical que canta en polaco Przemysław Gintrowski. 

 

HABLA DAMASTES ALIAS PROCRUSTES

Mi móvil imperio entre Atenas y Mégara
yo gobernaba solo bosques precipicios desfiladeros
sin el consejo de ancianos de insignias inútiles con un simple garrote
cubierto sólo con la sombra del lobo

y el pavor que despierta la mención de la palabra Damastes
me faltaban súbditos esto es los tenía poco tiempo
sólo vivían hasta el alba es sin embargo una calumnia

llamarme asesino como proclaman los falsificadores de la historia

en realidad fui un erudito y un reformador social
mi verdadera pasión era la antropometría

inventé un lecho a la medida del hombre perfecto
comparaba con dicho lecho a los viajeros capturados
difícil fue evitar -lo reconozco- estirar miembros amputar piernas

los pacientes morían pero cuanto más morían
tanto más seguro estaba yo de que mi experimento era correcto
la meta era noble el progreso exige víctimas

deseaba anular la diferencia entre lo alto y lo bajo
dar una forma única a una humanidad asquerosamente diversa
nunca cejaba en mi esfuerzo de igualar a la gente

me quitó la vida Teseo el asesino del inocente Minotauro
el que se internó en el laberinto con el ovillo de lana de una mujer
un impostor fecundo en ardides sin principios ni visión de futuro

tengo la bien fundada esperanza de que otros continuarán mi obra
y llevarán la tarea tan audazmente emprendida por mí hasta el final