En el prefacio del libro I
de sus Naturales quaestiones, Séneca el Joven (o el Filósofo, o Séneca junior, como
se prefiera llamarlo)
se plantea lo poco naturales que son precisamente las fronteras que han
trazado los seres
humanos -los mortales, dice él-, y se muestra partidario de su
supresión. Las barreras que nos parecen más naturales, impuestas por
accidentes geográficos como cordilleras, ríos, mares o desiertos, no son
obstáculos
infranqueables, sino convencionales.
Como
la naturaleza no
bastaba por sí sola para separar a los seres humanos, incluyendo a la
manada y
excluyendo a los demás, estos acabaron por levantar muros y murallas a
tal
efecto. Ni siquiera el miedo a lo desconocido, representado por el HIC
SVNT LEONES ("aquí están los leones") de la cartografía del África
subsahariana, o por los monstruos marinos del Océano servían como
muralla que no pudiera franquearse si se lograba vencer el miedo, que es
el mayor de todos los muros.
Por eso, por miedo, se levantaron y se siguen levantando todavía muros y murallas como el citado muro de Adriano, , o como el que mandó construir Julio César de diecinueve millas de longitud y dieciséis pies de altura con su correspondiente foso, del lado de acá del río Ródano, desde el lago Lemán hasta el monte Jura, para contener a los helvecios e impedir que atravesaran en su masiva fuga la provincia romana, la Provenza.
Por miedo se levantó, por poner un ejemplo más famoso, la Gran Muralla china que delimitaba la frontera norte del imperio chino y lo protegía así de la invasión de los mongoles; o el limes Romanus, que se aprovechó de los caudalosos cauces del Rin y del Danubio; o el muro de más rabiosa actualidad de Gaza que se interpone entre Israel y Palestina; o el muro fronterizo de México y los Estados Unidos; o, por no ir tan lejos, la valla de Melilla entre nosotros.
Un biógrafo
antiguo del emperador Adriano, Elio Esparciano, escribió en
su Vida de Adriano (11.2) inserta en la Historia Augusta la razón
por la que el emperador inició la construcción del muro que lleva
su nombre y que todavía se conserva en muchos de sus tramos y constituía el limes Britannicus dividiendo el Reino Unido en dos: qui barbaros
Romanosque diuideret: para separar a extranjeros y romanos.
Vista del Muro de Adriano
El texto dice: "Así pues,
acostumbradas las tropas a su monárquico mando (ergo conuersis
regio more militibus), se dirigió a la Gran Bretaña
(Britanniam petiit), en donde corrigió muchos abusos (in
qua multa correxit) y levantó el primero un muro de ochenta
millas de longitud (murumque per octoginta milia passuum primus
duxit), que separase a bárbaros y romanos (qui barbaros
Romanosque diuideret)".
Vista del muro de Adriano
Por eso, por miedo, se levantaron y se siguen levantando todavía muros y murallas como el citado muro de Adriano, , o como el que mandó construir Julio César de diecinueve millas de longitud y dieciséis pies de altura con su correspondiente foso, del lado de acá del río Ródano, desde el lago Lemán hasta el monte Jura, para contener a los helvecios e impedir que atravesaran en su masiva fuga la provincia romana, la Provenza.
Por miedo se levantó, por poner un ejemplo más famoso, la Gran Muralla china que delimitaba la frontera norte del imperio chino y lo protegía así de la invasión de los mongoles; o el limes Romanus, que se aprovechó de los caudalosos cauces del Rin y del Danubio; o el muro de más rabiosa actualidad de Gaza que se interpone entre Israel y Palestina; o el muro fronterizo de México y los Estados Unidos; o, por no ir tan lejos, la valla de Melilla entre nosotros.
Ilustración de Michaela Hellmich, Ein Comic als Caesar-Lektüre
He aquí lo que exclama
Séneca cuando uno se halla ante uno de esos hitos:
O quam ridiculi sunt mortalium termini! ¡Oh, qué ridículas son las
fronteras de los mortales! [...] Danuvius Sarmatica ac Romana
disterminet; que el Danubio separe las tierras de la Sarmacia del
imperio romano; Rhenus Germaniae modum faciat; que el Rin ponga
el límite a la Germania; Pyrenaeus medium inter Gallias et Hispanias
iugum extollat; que la cordillera de los Pirineos se interponga entre
las Galias y las Españas; inter Aegyptum et Aethiopas harenarum inculta
vastitas iaceat. que un inmenso desierto de arenas se extienda entre el
Egipto y las Etiopías!
Si a Séneca le parecían
ridículas las fronteras que él cita, a menudo formadas por ríos o por
cordilleras u otros accidentes geográficos, ¿qué pensaría viendo un mapa actual no geográfico sino político de
África, cuyas fronteras han sido trazadas con frecuencia con
tiralíneas, escuadra y cartabón?
La raíz de la palabra latina terminus, por cierto, parece que es *terH2-, la misma que aparece en el prefijo trans- tan de moda y
en el verbo intrare. Tiene paralelos en las lenguas indoeuropeas, por ejemplo
entre las itálicas en osco y umbro, pero también en griego, celta e hitita.
La palabra terminus, relacionada con termen terminis, mojón significa linde, límite que se pone al territorio, y, ocasionalmente y en contexto cómico, miembro viril también. De la palabra terminus deriva el verbo terminar, sinónimo de acabar, de llegar hasta el final de algo, que
indica que no hay nada más allá: non plus ultra, como la
leyenda de las dos
columnas de Hércules tras las que supuestamente se abría el
anchuroso mar y ninguna tierra... Pero el mundo no terminaba ahí: había
un más
allá, siempre lo hay, porque lo que no hay nunca es un término, un
límite, un lindero, un confín determinado o línea
divisoria que no pueda traspasarse, pero los mortales, como decía
Séneca, han trazado fronteras los mapas, límites terminantes y también,
habida cuenta de que el verbo terminare admitió los prefijos de- y ex-, determinantes del territorio y exterminantes.
Dibujo del dios Término, Hans Holbein jr., con la inscripción "concedo nulli": no cedo ante nadie.
Había en Roma al parecer un dios
Término, divinidad que consagraba los límites y que demarcaba los campos con su
señal ya fuera una piedra o una estaca, estableciendo hasta dónde llegaba la propiedad privada, y dónde comenzaba la ajena.