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sábado, 5 de julio de 2025

No es magia potagia, son tus impuestos

Somos, mal que nos pese, votantes y contribuyentes. Votantes no tanto, porque podemos dejar de serlo, basta con abstenernos de ir a los colegios electorales a depositar un papel en la papelera que es la urna, pero de contribuyentes no nos libramos vía impuestos directos o indirectos. Me temo que no podemos dejar de contribuir alegremente los que trabajamos o hemos trabajado financiando un sistema en el que no creemos, porque para cobrar nos hacen pagar: debemos dar un diezmo, que era la décima parte, de nuestra cosecha al Estado para que nos sostenga, nos mantenga y nos defienda: ya se sabe: Educación (el llamado sistema 'educativo' se desmorona: no hay enseñanza, la educación es adoctrinamiento) y Sanidad (los hospitales al borde del colapso y las listas de espera interminables, son más largas que las de la Señora de la Guadaña de modo que es más fácil llegar antes al otro barrio que al quirófano).   
 
Los impuestos, que son imposiciones, del Estado son abrumadores. El Estado ejerce su paternalismo advirtiéndonos, por ejemplo, de la crisis climática a la que se enfrenta Europa este verano, que está ya en alerta ante la primera Gran Ola de Calor de 2025, que eleva las temperaturas a 42ºC, ante lo cual las autoridades de España, Portugal, Grecia y Francia emiten advertencias sobre el calor extremo, el peligro de los incendios forestales y el riesgo que supone para la salud... 
  
A lo largo de la Historia ha habido revueltas fiscales, por ejemplo en Francia, cuando bajo el Antiguo Régimen los campesinos se rebelaron contra la gabela, que es el tributo, impuesto o contribución que se paga al Estado, los impuestos reales que consideraban excesivos e insoportables. Francia, según parece, con un tipo impositivo obligatorio del 44,8% del PIB en 2023, ostenta el récord europeo, muy por encima de la media de la eurozona (39,2%). El contribuyente galo está asumiendo esta carga fiscal y está desesperado ante un Estado derrochador e ineficiente. 
  
La situación española no dista mucho de la francesa. Los trabajadores actuales financian las pensiones dicen que generosas de las generaciones anteriores, pero dudan que alguna vez puedan disfrutar de unas jubilaciones equivalentes a las que están ellos sosteniendo. El despilfarro salta también a la vista, cuando uno lee en la prensa en qué se gastan nuestros impuestos, por ejemplo en sostener una burocracia insostenible en la hipertrofia del Estado: elecciones autonómicas, por ejemplo, y multiplicación de cargos y cargas, ministerios, consejerías y asesores varios.
 
Muchos funcionarios públicos. Cuando hacen huelga, el país sigue funcionando igual que si no la hicieran. Es decir, la magia del Estado no consigue ofrecer servicios públicos a la altura de los sacrificios que al pueblo se le exigen. De hecho, como no pueden ofrecer servicios de cuidados de calidad a los ancianos, juegan con el chantaje emocional de recurrir a la familia, y de proponer a la ciudadanía, como les gusta decir, que se convierta en "cuidadanía", que se encarguen ellos de cuidarse entre sí, sin tener que recurrir a Papá Estado. Claro está que para ese viaje, como suele decirse, no necesitábamos cargar las alforjas del Estado, pero Él, aun así, no deja de justificar la necesidad de su existencia.
 
Nos dicen que si no pagamos impuestos peligran la educación, la sanidad y las pensiones. No parece, sin embargo, que peligren el gobierno central y los diecisiete gobiernos autonómicos que multiplican la burocracia, el sueldo y las dietas de los políticos centrales y periféricos así como las subvenciones a sindicatos, asociaciones y partidos políticos que sostienen el tinglado.  
 
Por otro lado, vemos los esfuerzos que hace el Estado por justificar la imposición de sus impuestos directos e indirectos. El Ministerio de Hacienda de las Españas, por ejemplo, sin ir más lejos, ha anunciado que impartirá charlas este año a 88.000 alumnos de primaria y secundaria para concienciarlos del pago de impuestos, adoctrinándolos o, como dice el Ministerio, “sensibilizarlos sobre la importancia de los impuestos”, según el Secretario de Estado de Hacienda. También, al igual que el Ministerio de Defensa, tiene la intención de impartir charlas en facultades y escuelas universitarias con el objeto de formar en esta materia “a los que serán los educadores de los futuros contribuyentes”. 
 
Detrás del humor de los memes y los eslóganes hay un malestar real, el de una generación que se siente sacrificada en el altar de un modelo social que no satisface sus menores exigencias. El cacareado Estado del Bienestar provoca un profundo malestar. Los políticos quieren restablecer la confianza en las instituciones, pero la gente desconfía con razón.