Ahora que se habla tanto del emirato árabe de Catar donde se celebra el mundial de balompié, conviene recordar que no hace más de diez años, las autoridades cataríes censuraron la exhibición de dos estatuas griegas antiguas que representaban a sendos atletas olímpicos helenos: una databa de la época arcaica, en concreto del siglo VI antes del cristo-que-se-organizó, con minúscula, con el advenimiento mesiánico del Cristo con mayúsculas, y la otra era una copia romana de un original griego clásico.
El caso es que no se exhibieron en el emirato árabe y volvieron a Grecia, su país de origen, sin haber sido contempladas por los ojos de los cataríes tal como las concibieron y trajeron al mundo sus creadores. El director del museo niega que haya habido censura. Lo que no puede negar, habida cuenta de que ha sido así, es que las citadas esculturas no fueron expuestas al público. Al parecer, según fuentes griegas próximas al ministerio de cultura del país heleno, los organizadores del evento querían cubrir los sexos de los jóvenes atletas con unos taparrabos de tela negra...
Una de las dos estatuas griegas del año 520 a. de C. censurada en Catar.
La exposición versaba, por lo visto, sobre la historia de los juegos olímpicos que, como se sabe, nacieron en Grecia, en la ciudad de Olimpia. Quizá las autoridades cataríes ignoraban que los atletas antiguos participaban completamente desnudos en dichos juegos. Al espectáculo de la competición se sumaba también el de la belleza de la desnudez de los cuerpos exhibidos, como revelan todas las fuentes iconográficas de las que disponemos.
La risa, a diferencia del orgasmo femenino, es algo que no puede fingirse. No he podido aguantarla imaginando la cara de los adustos jeques árabes. Seguro que alguno se sintió perturbado por algún deseo inoportuno debajo de la chilaba ante la contemplación de la belleza sin tapujos de las antiguallas de las esculturas de los efebos griegos. Y es que, por lo visto, la desnudez todavía escandaliza a algunos fundamentalistas sin ningún fundamento. Aunque sea en una obra de arte.
Por otro lado, un deportista español, bicampeón del mundo
de guaterpolo, hizo las maletas y se fue a jugar a Arabia Saudí
en la liga de dicho deporte acuático durante una temporada, firmando
con el equipo de Kohbar por una cuantiosa suma de petrodólares.
En
la ciudad donde vivía nuestro campeón, Kohbar de unos 300.000
habitantes, allá en el Golfo Pérsico, sus piadosos habitantes se
pasaban las horas del día rezando. El deportista se sorprendía de
lo rezadera que era la sociedad saudita. Más de una vez se había
encontrado con la desbandada general en los entrenamientos y en los
lugares públicos por ser la hora sacrosanta de la oración islámica.
Y eso sucedía, claro, todos los días, cinco veces a lo largo del
día mirando hacia la Meca. (Que no nos extrañe que los musulmanes
miren hacia allá, los cristianos, aunque no lo sepan, miran hacia
Jerusalén por el simple hecho de que los altares de las iglesias
están todos orientados en esa misma dirección). Rezan al amanecer
antes de la salida del sol, en la hora del cénit al medio día, a
media tarde antes de la puesta del sol, al anochecer y por la
noche.
También
le sorprendía al bicampeón lo puritanos y pudorosos que podían llegar a ser los deportistas de la
península arábiga. Ya sabíamos que las mujeres musulmanas iban
cubiertas de la cabeza a los pies y que era difícil que trascendiera
algo de su belleza femenina fuera del ámbito doméstico. Ahora sabemos además, gracias a este testimonio, que los guaterpolistas árabes no utilizan el típico y
escueto bañador de nadador, sino que llevan uno por encima de
la rodilla. Al parecer no hay ninguna ley que les prohíba usar el calzoncillo ajustado que cubre nalgas y verijas por debajo de la cintura hasta las ingles y deja ver los muslos desnudos, pero se sienten más cómodos
con un calzón más recubridor.
Al
término del primer entrenamiento pudo comprobar algo de lo que ya le
habían advertido: que a la hora de ducharse, una vez acabados los
entrenamientos, no debía quitarse por nada del mundo el bañador en el vestuario pues estaba terminantemente prohibido ducharse en cueros a la vista de
los demás, lo que nos da una idea de la falta de higiene y del
exceso de pudor con que los árabes saudíes tratan el cuerpo masculino,
que seguramente consideran igual que el femenino fuente de pecado.