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martes, 19 de marzo de 2024

El día que empezamos a perder (la razón)

    Espléndido artículo de Ana Iris Simón publicado en El Periódico Global, alias El País, el 16 de marzo, a propósito del cuarto aniversario del 14-M , "el día en que empezamos a vencer", según la retórica de la propaganda de La Moncloa, y que Ana Iris Simón contratitula El día que empezamos a perder (sin la innecesaria y pedantesca preposición y cambiando la victoria del gobierno por la derrota del pueblo y de la gente), día en que perdimos la razón y empezamos a aplaudir a las ocho al Estado terapéutico que decía protegernos y al gobierno que se jacta ahora de la 'lección de patriotismo cívico' que dio la sociedad española sometiéndose a la dictadura sanitaria. 

 

    "Se cumplen cuatro años del contagio de la covid en España y el Gobierno lo conmemoró el pasado jueves 14-M porque el 8 ya estaba pillado. Lo que comenzó el 14 de hace cuatro años (y duró meses, incluso años) fue la cascada de "medidas anticovid: encierros de dudosa legalidad (niños casi dos meses sin salir y ancianos con enfermedades vasculares que no pudieron moverse), absurdos toques de queda nocturnos de dudosa efectividad, caos territorial que imponía cierres por municipios y comunidades autónomas con niveles de contagio similares, tomaduras de pelo como desrecomendar la mascarilla al principio (porque no había) para después hacerla obligatoria hasta en un bosque solitario, despliegues masivos para fumigar con lejía desde calles hasta playas contra un virus que no se transmitía por las superficies, la grotesca danza legislativa (ahora solo pueden salir a la calle los del perro, ahora los convivientes pero de uno en uno, ahora los niños hasta 12, ahora hasta 14, ahora los viejos, pero solo en tal franja horaria). Todo ello culminado por las presiones para inyectarnos una vacuna experimental a cambio de no ser condenados al ostracismo o a no perder el derecho al movimiento, en mitad de una campaña de desinformación que cada vez exigía más vacunados para alcanzar la "inmunidad colectiva" mientras reconocía menos efectividad a la vacuna.

     Aquellos días vivimos la larga espera de una nueva normalidad sufriendo cada día una nueva anormalidad nacional o internacional, pública o privada: nuevas tasas y pasaportes, prohibido quedarse parado en la calle, prohibido hablar en un autobús, prohibido circular en ambos sentidos en este pasillo, prohibido pasar por caja con el carrito de la compra en la orientación indebida. Al entrar a un bar tiene que ponerse la mascarilla, dar dos pasos hasta la mesa y volver a quitársela. En el coche tiene que conducir con su pareja (con la que convive) sentada en el asiento diagonalmente opuesto. Esperando el metro no pueden sentarse juntos, han de mantener distancia de seguridad hasta que puedan entrar a hacinarse en el vagón. Multas de 500 euros por no hacer la compra en el supermercado más cercano al domicilio, mientras las mismas élites que han pasado años arrasando el comercio local se dedicaban a firmar contratos millonarios en China o Turquía para obtener mascarillas, respiradores y todo aquello a lo que pudiesen pegarle una mordida los satélites de Ayuso o Ábalos.
 
     Hace cuatro años hubo un golpe de Estado neoliberal a gran escala que redujo los ingresos de la clase trabajadora a pesar del tímido escudo social para contenerlo. Pues eran los obreros quienes sufrían las obligaciones de las leyes covid, mientras que los empresarios recibían recomendaciones. Luego los esquilmaban mediante multas exageradas que se cebaban con los más pobres para los cuales era más difícil no transgredir ninguna "normativa covid" sin tener el lujo del teletrabajo, vivienda digna, transporte propio o poder de compra. Llegó a haber personas sin hogar multadas por saltarse el confinamiento.

    En el anuncio conmemorativo que ha lanzado el Gobierno estos días aparece una cuarentena divertida, familiar y nostálgica donde la gente vive en un pisazo con ventanales al exterior, o en amplias casas donde han instalado desde un gimnasio propio hasta un pequeño estudio de pintura. No fue el 14-M de 2020 "el día que empezamos a vencer". como reza la campaña, sino a perder. La cabeza, la dignidad y los derechos fundamentales."

sábado, 22 de julio de 2023

Doce años después

 
    Merece la pena leer a Ana Iris Simón, que nos ha regalado una hermosa carta publicada en la prensa a un joven indignado quincemayista, escrita desde 2023, que es una preciosa reflexión sobre el 15M doce años después: "Una década más tarde seguimos siendo mercancía en manos de políticos y banqueros y siguen mandando los mercados (...) nadie habla ya del pueblo contra la casta ni de los de abajo contra los de arriba, sino de fascistas y socialcomunistas. Daría miedo en vez de pena si no fuera porque ninguno de los dos existe más que en la imaginación y la retórica de su contrario".  Nos recuerda al italiano Diego Fusaro,  que señala como características de la política europea moderna: el antifascismo en ausencia de fascismo y el anticomunismo en ausencia de comunismo, lo que supone la estupidez al servicio del capital financiero.
 
    Anna Iris le recuerda al indignado veinteañero que el grito que coreaba en la plaza sigue vigente: "PSOE, PP, la misma mierda es". Y le da la razón, y critica a uno de los líderes de aquel movimiento, cuyo nombre propio omito como de costumbre por delicadeza, que criticaba a la casta política, y que repetía aquello de Isabel Escudero que tantas veces soltamos por aquí: "Ni derecha ni izquierda / entre arriba y abajo / está la pelea". Pues bien aquel líder acabó convirtiéndose en casta política, vicepresidente segundo del gobierno más progresista de las Españas y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, y acabó diciendo, en el colmo del más hipócrita de los cinismos, que "olían parecido (PP y PSOE), pero era mierda distinta".
 
     Un vídeo de Ana Iris Simón se ha hecho viral ante el presidente del gobierno hablando de la España vaciada de su infancia en el pueblo de Ontígola (Toledo) que retrata en Feria.
 

viernes, 21 de julio de 2023

El espacio, el tiempo y yo.

       Leyendo “Feria” (2020), la novela con la que Ana Iris Simón dio el campanazo hace un par de años, recuperando su infancia y la España rural ahora vaciada, me sorprendió este recuerdo infantil de la autora que, viendo el vídeo de la boda de sus padres, le pregunta a su padre (págs. 40 y 41) dónde estaba ella, que no aparece: 
 
    Me gustaban mucho los efectos del caleidoscopio y los filtros de colores con los que había editado el vídeo el de Pacheco, la tienda de fotos de mi pueblo, y también las hombreras y los encajes del vestido de novia de la Ana Mari. Más de una vez les reproché a mis padres -a mi padre y a la Ana Mari- que no me hubieran esperado, que me hubieran excluido de algo tan importante, a lo que mi padre siempre me respondía que no sabían que yo iba a llegar ni que cuando llegara me iba a apetecer tanto haber ido a su boda.
 
    Entonces yo le preguntaba que dónde estaba yo en su boda y él me decía que no existía y yo le respondía con otra pregunta, la de dónde estaban los niños antes de existir. 
 
 
    Él me decía que en ninguna parte, que no existían, que no eran. Yo aseguraba que eso era imposible porque cuando me quedaba embobada y él me preguntaba que en qué pensaba y yo respondía que “en nada” él me decía que en nada no se podía pensar. (…) El caso es que si la nada no se podía pensar era porque no existía y si no existía, ¿cómo iban a ser nada los niños antes de nacer? 
 
    La pregunta de la niña Ana Iris sigue viva e hiriéndonos en lo más hondo, porque la respuesta que le da su padre, que simboliza lo que le dice la sociedad adulta al niño que mata con la respuesta, no resuelve el interrogante, siempre vivo, ni satisface la inagotable curiosidad infantil.

    Por eso puede hacerse esa pregunta cualquiera, niño o adulto: ¿Dónde estaba yo cuando aún no había nacido? Y usando los tiempos futuros de nuestro verbo: ¿Dónde estaré yo cuando ya no esté? Y las preguntas siguen vivas, sin respuesta que valga. La pregunta con el verbo en presente -¿Dónde estoy?- no tiene mucho sentido. Se responde sola: aquí y ahora. Yo estoy aquí y ahora, vivo siempre. El pasado y el futuro son solo trampantojos, espejos cóncavos que deforman la realidad configurándola.