Recuerdo
ahora aquel verano en París, siendo adolescente. Debía yo de andar por
los dieciséis o diecisiete años. Mi tía, la francesa, que había emigrado ilegalmente a Francia cruzando la frontera por
Lérida, como siempre repetía, y trabajaba allí como femme de ménage limpiando las casas de los ricos, me llevó consigo un día al elegante apartamento de una madama,
como ella decía, una mujer entrada en años y aficionada a los fenómenos
paranormales que, sola como vivía, estaba encantada de poder hablar
conmigo y de la pronunciación académica francesa que yo tenía.
Después
de leer las rayas de mi mano y de observar mi rostro, experta como me
aseguró que era en quiromancia* y metoposcopia*, me auguró que yo iba a
ser muy feliz en la vida.
La
existencia en el diccionario de estas palabras raras -quiromancia* y
metoposcopia*-, creadas a partir del griego, da un aura de rigor
científico a unas artes que tienen mucho de superchería.
Quiromancia* procede de quiro -"mano" en la lengua de Homero- y mancia
-"adivinación". Había oído hablar yo de las gitanas quiromantes que te
leían la buena fortuna en las rayas de la mano a cambio de la voluntad,
ya que según ellas llevábamos escritas en las manos la línea de la vida,
la del corazón, la de la cabeza... que, bien leídas, predecían nuestro
futuro...
Voy
a detenerme un poco más en la palabra metoposcopia*, que nuestra
Academia define como "el arte de adivinar el porvenir por las líneas del
rostro", y que se podría relacionar con el dicho popular de que la cara
es el espejo del alma, que ya decían los romanos, en concreto Cicerón: imago animi uoltus.
Hay
una curiosa expresión que es "llevar escrito algo en la cara": alguien
lleva grabado en su rostro algo que quiere mantener escondido, es decir,
que su aspecto exterior, a pesar de que las apariencias engañen, revela
lo que esa persona pretende ocultar. Pero de considerar la cara como
espejo del alma a creer que pueda leerse en ella el porvenir va un
trecho.
La palabra metoposcopia* está formada a partir de μέτωπον, que significa frente en griego y también parte frontal de algo y es palabra compuesta de μετά detrás de, y de ὤψ, ὠπός vista, semblante, cara; y como segundo término σκοπός, que tiene numerosos significados relacionados entre sí: observador, atalaya, espía, vigilante, fin, propósito, y está relacionado con el precioso verbo σκέπτομαι, observar, acechar, considerar, indagar, precarverse, preguntar, de donde deriva nuestro escepticismo.
El
sustantivo metoposcopia* como tal no existe ni en griego ni en latín;
sin embargo, sí encontramos el adjetivo griego μετωποσκόπος y el latino metoposcopus,
con acentuación esdrújula: en ambos casos, alude a quien es
capaz de leer a partir de la frente o el rostro de las personas no ya su
carácter sino su futuro y su pasado.
El
arte de la metoposcopia*, más propiamente metopomancia*, fue muy
popular, por lo que parece, en el Imperio romano. Suetonio en su
biografía del divino Tito (2.1) escribe: aiunt metoposcopum a
Narcisso Claudi liberto adhibitum, ut Britannicum inspiceret,
constantissime affirmasse illum quidem nullo modo (...) imperaturum: Dicen que un metopóscopo
(o fisonomista, si se prefiere, ya que la Academia no recoge
metopóscopo, pero tampoco fisonomista, aunque sí fisonomía o fisionomía,
que de ambas formas puede decirse y se define como "aspecto particular
del rostro de una persona", y "aspecto exterior de las cosas") llamado
por Narciso, liberto de Claudio para que examinara a Británico afirmó
con toda seguridad que él de ningún modo llegaría a ser emperador.
Plinio en su Naturalis Historia 35.88, por su parte, escribe hablando del pintor Apeles: Imagines
adeo similitudinis indiscretae pinxit, ut, incredibile dictu, Apio
grammaticus scriptum reliquerit, quendam a facie hominum diuinantem,
quos metoposcopos uocant, ex iis dixisse aut futurae mortis annos aut
praeteritae uitae: Pintó unas imágenes de una semejanza tan
absoluta que, resulta increíble decirlo, el gramático Apión dejó escrito
que alguien que adivinara a partir del rostro de los hombres, los que
llaman metopóscopos, podría decir según estos retratos los años de su
futura muerte o los de su pasada vida.
¿Qué
puedo decir yo ahora, haciendo balance al cabo de tantos años,
volviendo la vista hacia atrás a aquella pitonisa francesa y a aquel
antepasado mío adolescente? ¿He sido feliz? Sólo puedo decir esto: no me
considero un desgraciado ni he conocido afortunadamente grandes
desgracias, desde luego, pero tampoco puedo decir, con el corazón en la
mano, que haya sido feliz. Es más, creo que quien diga que ha sido o que
es feliz en la vida, miente miserablemente, o es, como decía mi padre,
un idiota.