Empiezo, defecto profesional, por la etimología de las palabras: teoría es vocablo griego de raigambre filosófica que significa en principio simplemente vista, visión, contemplación. Se trata de un sustantivo, theōriā, relacionado con el verbo theōreō, que significa “mirar, observar, contemplar, considerar” y con theōrema, lo que salta a la vista por lo evidente que es.
Muchas veces se opone la teoría a la práctica o praxis, pero es una contraposición engañosa porque la teoría no deja de ser una forma de práctica, y esta última no deja de verse e interpretarse bajo el prisma de una teoría.
Según el diccionario de la Academia teoría es en su primera acepción Conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación, y en segunda y tercera: Serie de las leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos; e Hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda una ciencia o a parte muy importante de ella.
Conspiración, por su parte, es la acción de conspirare, que propiamente significa “respirar conjuntamente” y por lo tanto “concordar, estar de acuerdo o ponerse de acuerdo”. Sorprende la definición de la Academia que dice así: Dicho de varias personas: Unirse contra su superior o soberano. Y también además: Dicho de varias personas: Unirse contra un particular para hacerle daño.
No recoge nuestro venerable diccionario una tercera posibilidad que sería quizá la que más nos interesaría aquí y ahora, y que no deja de ser una variante de la primera en el sentido de que el soberano, en un régimen democrático como la mayoría de los actuales, no puede ser otro más que el pueblo mismo como revela la expresión “soberanía popular”: Dicho de varias personas: Unirse contra el pueblo.
En las tres definiciones se subraya el elemento de unión de varias personas que establece el prefijo con-, que respirarían al unísono en pos de un mismo objetivo: en el primer caso derrocar al tirano -el superior o soberano, según la Academia; en el segundo, hacer daño a un particular; y en el último, que propongo, confabularían contra el pueblo con la intención de gobernarlo so pena de administrarle la muerte ante la mínima resistencia u oposición, cometiendo lo que podríamos llamar un populicidio adoptando el término francés populicide, acuñado por Gracchus Babeuf en 1795 para calificar la matanza de miles de campesinos de La Vendée.
El término genocidio del griego γένος génos 'estirpe' y latín -cidio 'matanza' como "exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnica, religión, política o nacionalidad" fue acuñado mucho después en el siglo XX para referirse básicamente al holocausto judío llevado a cabo por el régimen nazi.
El término populicidio, a imagen y semejanza de homicidio y uxoricidio, está compuesto por la palabra latina "populus", que significa, y es el origen de, pueblo, y el sufijo "-cidio", que quiere decir matanza, sacrificio, inmolación. El populicidio es, pues, en definitiva, la matanza del pueblo. ¿Cómo se produce esta muerte? ¿Quién o qué lleva a cabo dicha matanza? El propio pueblo, en cierto modo, en cuanto se identifica con el Estado y se somete a él, comete suicidio, y perpetra un crimen que resulta más sangriento cuanto más abstracto. Según las certeras palabras de Friedrich Nietzsche: Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo”. El pueblo muere cuando cree, como aquel monarca francés: "Yo, el pueblo, soy el Estado". Y lo que aquí se dice para el pueblo, sirve también para cada quisque: en cuanto uno se identifica con el Estado, está matando lo que tenía de pueblo, y cometiendo, por lo tanto, un populicidio.
Ahora bien, volviendo a la conspiración, vemos que quien denuncia una conspiración, complot o intriga de los que ostentan el poder, sobre todo el poder invisible o fáctico que se ejerce en la sombra o entre bastidores moviendo los hilos, contra la población, ciudadanía o, mejor aún, contra el pueblo, es tachado en seguida de “conspiracionista”. ¿Qué hay detrás de este término descalificativo aún no recogido en nuestro diccionario académico pero ampliamente utilizado por la prensa y los políticos?
No hay que confundirlo con conspirador, que sería el que realiza la conspiración. Conspiracionista es el que cree que hay una conspiración y la denuncia. Hasta aquí de acuerdo. Pero el término no especifica si esa conspiración denunciada por el conspiracionista es verdadera o falsa. Si es verdadera, el que la denuncia es un investigador, alguien que trata de entender lo que pasa, alguien que, sencillamente, se pone a pensar y descubre algo que pasa inadvertido a los demás, alguien que se resiste a aceptar la realidad que nos presentan; si es falsa, es un paranoico. El paranoico, como se sabe, es el que se siente perseguido y por lo tanto conspira contra sus perseguidores.
Alegoría del mito de la caverna de Platón
Por eso se ha creado el término conspiranoico: como compuesto de conspiracionista y de paranoico para dar a entender que todo el que denuncia una conspiración es un paranoico, en definitiva un loco chiflado, porque todas las conspiraciones serían falsas. Se trata de ocultar de este modo la conspiración realmente existente, haciendo ver que quien la denuncia está viendo una conjura donde no la hay, una conspiración falsa. En la misma palabra tenemos lo uno y su contrario: afirmamos la existencia de una conspiración, porque alguien da cuenta de ella, y su contrario a la vez, que esa conspiración no existe, es falsa, no es real, sino imaginaria, una fake new, contra la lógica del principio de no contradicción: alguien ve lo que no ve, y, por lo tanto, tiene visiones, en el peor sentido de la palabra: alucinaciones.
El término
“conspiranoico”, aplicado a personas y a teorías, no deja de ser
un calificativo despectivo, un descalificativo que criminaliza la teoría de la
conspiración. ¿Por qué se desprecia dicha teoría considerándola
falsa? Para que no se descubran los crímenes que oculta. Es un
ejemplo de la corrupción o perversión del lenguaje. Lo criminal es
la denuncia de la conspiración, no la propia conspiración, que ni
siquiera se considera que pueda haberla, con el fin de que pase así desapercibida.