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lunes, 8 de diciembre de 2025

Seguridad al por mayor

La Guardia Civil y la Policía Nacional, a falta de protección, dan consejos a los mayores para prevenir hechos delictivos en la calle, tales como 'camina por el interior de la acera, llevando el bolso del lado de la pared para mayor seguridad', 'opta por bolsos de asa o sin correa, así evitarás tirones inesperados' y 'evita la ostentación de joyas u objetos de valor que puedan llamar la atención'. Son consejos, no voy a ponerlo en duda, bienintencionados, habida cuenta de lo que puede pasarle a cualquiera, sobre todo a los viejos, por la calle. Son los mismos que yo doy a mi anciana madre cuando no puedo acompañarla y va sola a dar un paseo, a la compra o al banco, pero viniendo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que también velan por la propia seguridad del Estado y el sistema todo, parecen despropósitos, como si reconocieran implícitamente que no pueden brindar la protección y la seguridad que nos prometen.

 

Son consejos para las personas mayores, es decir, para los viejos, dejémonos de ridículos eufemismos, muy parecidos a los que se daban a las jovencitas en los tiempos de Maricastaña: que cuando salgan a la calle opten por ropa recatada, sin escotes ni minifaldas provocativas, evitando la ostentación de su belleza y su juventud escandalosas, no portando ropa ajustada que marque las curvas sinuosas, y evitando andares insinuantes, lascivos y provocadores, y actitudes que puedan llamar la atención, a ser posible sin maquillaje, zapatos de tacón alto ni perfume embriagador, todo lo cual podría encender los deseos concupiscentes y libidinosos de los violadores y fomentar agresiones sexuales. Claro está que también, ya puestos, podrían decirles a las mujeres que no salgan nunca solas, y que si lo hacen se pongan un burca -esa prenda que cubre su cuerpo y su cabeza por completo dejando solo una ranura con malla a la altura de los ojos para que puedan ver sin ser vistas- y debajo, por si acaso, un cinturón de castidad.

Decir, en efecto, a los viejos que no se pongan joyas ni relojes caros si no quieren que les roben es la nueva versión de decirles a las mozas que no se pongan faldas cortas si no quieren que las violen. Pero resulta sarcástico que nos digan a los viejos que no nos pongamos joyas cuando a muchos nos las han robado en nuestros domicilios, o hemos tenido que empeñarlas en las tiendas que compran oro para llegar a fin de mes alguna vez. 

 Cuando después de un robo en su domicilio, llama uno a la Benemérita por aquello de que hay que contactar con ellos en caso de emergencia o si uno ha sido víctima de un delito, vienen a tranquilizarte y a decirte como buenos psicólogos que no temas, que lo peor ya ha pasado y que si ya te han robado una vez eso mismo no va a volver a pasar porque ya pasó... Poco ha faltado para que nos digan a toda la población que no salgamos a la calle. Si nos encerramos en casa, como nos obligaron durante el confinamiento de la pandemia que coronó al virus, no hay posibilidad de que nos roben por la calle. Quizá por eso mismo, para evitar la delincuencia callejera, nos confinaron. Pero habría que hacerlo en todo caso bajo cien candados con puertas y ventanas de máxima seguridad: rejas, cámaras de vigilancia y sistemas de alarma para convertir nuestras casas en auténticos centros penitenciarios y nuestros confinamientos en arrestos domiciliarios, no vayan a entrarnos los ladrones a robar dentro o a desalojarnos ocupando nuestra vivienda en propiedad.

En la calle no hay mucho problema si seguimos los consejos de seguridad de las fuerzas policiales, y, esto no nos lo dicen pero hay que tenerlo también en cuenta, si evitamos, claro está, entrar en las entidades bancarias, que son los mayores atracadores, y las grandes superficies comerciales como Mercadona, Carrefour y el Corte Inglés, por citar solo tres nombres. 

 Viñeta de El Roto

¿No sería mejor que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado nos garantizaran poder andar por la calle sin miedo a que nos roben? Pero, como están reconociendo implícitamente, ya digo, no pueden hacerlo y por eso nos dan los tips que nos dan, como si nos estuvieran culpabilizando a nosotros mismos. Dan ganas de exclamar en latín como Cicerón:  O di inmortales! ubinam gentium sumus? in qua urbe vivimus? quam rem publicam habemus? '¡Redioses inmortales! ¿En qué lugar del mundo estamos? ¿En qué país vivimos? ¿Qué Estado tenemos?'

Hay quien dice que los políticos deberían castigar a los delincuentes, y no soltar a los reincidentes, y cerrar las fronteras, como si todos los males nos vinieran de fuera y no los hubiera dentro, como si no fuera vana la distinción dicotómica entre fuera y dentro, pero ¿cómo van a castigar la delincuencia si los políticos profesionales también delinquen? Tendrían que castigarse a sí mismos. ¿Iban en ese caso a autoflagelarse?

Por otro lado nos dicen para tranquilizarnos que España es uno de los países más seguros del mundo, que hay otros, no vamos a citar ninguno como ejemplo para que no se ofenda, en los que no puedes sacar el móvil en público porque te roban el aparato ipso facto, como si aquí no pasara eso mismo, con el agravante de que los gigantes tecnológicos de la comunicación que nos lo han vendido nos han robado previamente todos los datos que guardábamos en el almario.

jueves, 9 de octubre de 2025

Crónica de cosas que pasan (4)

Fuera de servicio: Que un cargador de automóviles eléctricos esté fuera de servicio es algo que podría parecer extraordinario y excepcional y, por lo tanto, no debería preocuparnos mucho, pero desgraciadamente no es así: muchos no funcionan, la mayoría de los gratuitos -los de pago son otro cantar, claro, funcionan pero son lentos hasta la desesperación.  Como dice el cartel que le han puesto a este: ni funcionan ni han funcionado nunca desde que los instalaron. 
  
Sin embargo, dan el pego: lucen mucho: pequeños ayuntamientos, como el de Tronchón, en el Maestrazgo turolense, han colocado un punto de recarga y aparcamiento verde para vehículos eléctricos en el centro del pueblo, bien visible, prohibiéndose el aparcamiento a los demás vehículos contaminantes; cargador que, según los vecinos del pueblo citado en El Quijote por sus ya famosos quesos de oveja y de cabra, no funciona ni ha funcionado nunca porque no ha entrado en servicio desde que se instaló hace por lo menos dos años. 
 
  
Los coches eléctricos se quedan desabastecidos sin suministro eléctrico en su santa y loable tarea de salvar el planeta debido a sus nulas emisiones de C02, aunque haya quienes defiendan que el dióxido de carbono es el peor de nuestros males, sino una bendición. En el cartel de color verde del cargador permanentemente fuera de servicio puede leerse: Plaza reservada para vehículos eléctricos durante la recarga. Se refiere a ellos como EV, y no como debería decirse en castellano VE (abreviatura de Vehículos Eléctricos, que queda más guay en inglés: Electric Vehicles). 
  
Procura que no te roben. La Guardia Civil nos regala consejos bienintencionados y útiles para “evitar que nos roben”. Sin embargo, me da a mí la sensación de que esos consejos, si vinieran de otra parte, serían aceptables, pero no proceden, nunca mejor dicho, viniendo de la Benemérita institución, que parece que quiere trasladar la responsabilidad de la inseguridad ciudadana al ciudadano particular, mientras el Estado se desentiende de garantizar dicha seguridad. Nos dice la agente que caminemos por la zona interior de la acera, con el bolso mirando a la pared, para evitar que los cacos tengan acceso a nuestras pertenencias. También que no mostremos joyas u objetos de valor, pero no por el prurito cristiano de no hacer ostentación de la riqueza, sino para que no provoquen la codicia del ladrón.
 
Me contaba a propósito mi anciana madre que el otro día  se le acercó una mujer muy simpática por la calle diciéndole que le enseñara la mano si quería que le leyera la buenaventura. Ella le ofreció la izquierda, pero la quiromante -o lo que fuera- le dijo que esa no valía, que era la mano del demonio, que era en la derecha, que era la de Dios, donde se leía en las rayas de la mano el futuro que estaba escrito. Mi madre, ingenua, se la mostró, y entonces vio como la gitana intentaba sacarle disimuladamente el anillo de oro que llevaba en el dedo anular mientras le acariciaba la mano y le leía lo que no estaba escrito... Mi madre se dio cuenta enseguida de la maniobra de sacarle el anillo y retiró la mano a tiempo, descubriendo a la ladrona, que se dio a la fuga enseguida y desapareció.  
 
La adivina, Bartolomeo Manfredi (1616-1617)
 
También nos dice la agente de la Benemérita que no aceptemos ninguna oferta que nos ofrezcan por la calle por muy ventajosa que nos parezca, porque normalmente será una estafa. En caso de viaje nos aconseja que llevemos lo estrictamente necesario y que vigilemos nuestras maletas y objetos personales -entre ellos, además de la cartera, aunque esto no lo dice, el teléfono móvil supuestamente inteligente, la más personal de nuestras pertenencias.
 
¿Este es el modelo de sociedad que queremos? ¿Un ciudadano temeroso, siempre alerta, que acepta como normal vivir rodeado de ladrones, corruptos y estafadores? El mensaje subliminal es claro, por debajo de las buenas intenciones, si te roban, es culpa tuya, porque no has tenido precaución. Algo parecido al mensaje que se decía antaño a las mujeres: si te violan es porque has provocado los bajos instintos del violador. 
 
Lo que está claro es que la inseguridad no ha venido para quedarse, siempre ha estado presente y formado parte de la normalidad. Las FCSE, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que incluyen a la Policía Nacional, y demás policías autonómicas y municipales o locales, y a la Guardia Civil, son los organismos encargados de mantener el orden público y velar por la seguridad ciudadana, quienes, en lugar de combatirla de raíz, cosa que no pueden hacer en una sociedad esencialmente capitalista, es decir, injusta como la nuestra, nos dicen que procuremos acostumbrarnos a convivir con la inseguridad. 
  
Algo falla cuando el poder que encarna el Estado pide a sus súbditos que se comporten como víctimas indefensas y se acostumbren a vivir con miedo, cosa que pone de relieve su fracaso.

viernes, 23 de febrero de 2024

A España ya no la conoce ni Dios.

    A España no la conoce ya... ni la (¿puta?) madre que la parió: Un vicepresidente o algo así de un gobierno democrático dijo eso o algo parecido antaño, si no recuerdo mal. Estoy hablando de la friolera de hace ya algo más de cuarenta años, que si veinte no son nada, según la vieja milonga del tango, cuarenta son eso mismo duplicado. Exactamente dijo,  vía hemeroteca: "A España no la va a conocer ni la madre que la parió". Lo de la '¿puta? madre' era un falso recuerdo personal. Sin embargo, sin embargo... ha llovido bastante en este rabo de toro de la vieja Europa, aquella princesa fenicia raptada por Zeus y sometida en la isla de Creta a violación. Asistíamos, en aquel entonces, estamos hablando de 1982, a la ilusión colectiva del fenómeno del cambio, que al final se quedó en mero recambio de algunas piezas para el mejor funcionamiento del engranaje de la vieja maquinaria. 
 
    Un partido político, fundado por don Pablo Iglesias, cuyo acrónimo tenía cuatro letras, alcanzaba la mayoría absoluta en las urnas. Con el ejercicio del poder, perdería pronto la doncellez de las dos letras centrales: la S de socialista y la O de obrero, para quedar reducidas sus siglas a la primera y la última: Partido Español. El Partido Español (en adelante P.E.) había apostado por el cambio. Era la palabra mágica, la clave y la llave de su victoria electoral rotundamente mayoritaria en las urnas. Hace cuatro décadas de aquello... 
 
    ¿Qué ha pasado desde entonces? Hagamos balance: no ha pasado nada. Tras la ilusión del engaño vino la lúcida desilusión del desengaño que nos hace ver que no ha cambiado nada, o, para ser más exactos, que todo ha cambiado para poder seguir igual, como suele suceder con las mudanzas de este mundo. 
 
     Analicémoslo, no vayamos a ser acusados de triviales y frívolos, y de estar expresando una mera opinión personal. Argumentemos: Uno de los corifeos de ese P.E. constata en la prensa, por ejemplo, que España se modernizó, lo que se puede comprobar todavía empíricamente: Uniformes militares, sotanas y hábitos de monjas, por ejemplo, desaparecieron de las calles. Es cierto, pero no nos llamemos a engaño: no deja de ser un cambio meramente estético y sólo aparente. Cualquiera podría juzgar apresuradamente que ya no hay curas ni monjas en la España de María Santísima, válgame Dios, a tenor de la ausencia de sotanas y de tocas por las calles, ni tampoco militronchos, dado que no se lucen casacas, guerreras, galones y viseras más que en las contadas ocasiones de fervorosa exaltación constitucional patriótica... 
 
 
 
    Sin embargo, no te fíes, lector: harás bien en desconfiar. Han desaparecido los hábitos, pero no los curas, las monjas ni los soldaditos de plomo que se enamoran de las bailarinas mercenarias. E incluso, en este último campo de batalla, la entrada en la (pos)modernez ha supuesto un paso adelante, es decir un paso al frente, ar, mucho más terrible, si cabe, con la desaparición del servicio militar obligatorio, la vieja mili con la que los abuelos daban la turra, la tabarra y el tueste a las nuevas generaciones contando batallitas, y con la profesionalización concomitante, que acarrea el mercenariado del servicio al rey, y la incorporación de la mujer, con el ejemplo real de Su Alteza Real la princesa de Asturias y futura reyna, si Dios quiere y no lo remedia, a las nuevas fuerzas armadas profesionales, so pretexto de no discriminación sexual. 
 
    La auténtica modernidad, el auténtico cambio o ruptura con el pasado, por el que había apostado el poeta visionario adolescente Arthur Rimbaud cuando exclamó que era menester changer la vie, que quería decir “cambiar” la vida y no “canjearla” por sus sucedáneos, hubiera sido la desaparición del clero y del ejército, no lo que ha sucedido, que es que han desaparecido los uniformes. Paradójicamente, todos vestimos igual, siguiendo los dictámenes de la Moda impuesta desde arriba. 
 
    Ante la amenaza crítica que se cernía sobre los cuerpos represivos del Estado, según la vieja expresión retórica del siglo XX, de renovarse o morir, decidieron adaptarse a los nuevos tiempos: su supervivencia camaleónica entre la población civil ha conllevado, por otro lado y como terrible contrapartida, oh paradoja, una militarización y clericalización, laica, de tintes ecologistas, pero no por ello menos clericalización, de toda la sociedad que corre el peligro de pasar desapercibida. 
 
    El hecho de que un soldadito español, soldadito valiente, pueda salir atuendado de paisano del cuartel como la cosa más normal del mundo a echar una cana al aire, metáfora del polvo consuetudinario del sábado sabadete, no significa que el cuartel haya desaparecido, sino que se ha camuflado: y el camuflaje, tengámoslo presente, es una de las más viejas artes militares. 
 
    ¡Que viene la pareja (de hecho) de la Guardia Civil! No es raro, en este contexto, que un número del cuerpo de la Guardia Civil, por ejemplo, haya solicitado ahora a sus superiores, como ha sucedido recientemente, permiso para cohabitar en una casa-cuartel con su novio y pareja de hecho, y es que el Benemérito cuerpo puede hacerse a todo con tal de subsistir, incluida la sodomía, considerada antaño antinatural y pecaminosa -recuérdese que el propio Jehová arrasó Sodoma y Gomorra porque los sodomitas quisieron abusar de sus ángeles, prefiriéndolos a las venerandas hijas de Lot. Le han concedido el permiso, no faltaba más. 
 
    Decía el chiste que la única pareja que no se besaba era la de la guardia civil... Pues bien: eso es historia, agua pasada que no mueve molino. Cabe la posibilidad de que la parejilla sea homosexual y gusten el uno o la una de los labios del otro o de la otra, cosa que a mí no me parece, mal, no se me malentienda. De hecho, según sus ordenanzas, pueden morrearse hasta donde permita el decoro y siempre fuera de servicio y en privado. Lo importante es que siga habiendo Guardia Civil, que es de lo que se trataba, no faltaba más, y que siga habiendo casas-cuartel, o sea, casas que sean cuarteles y cuarteles que sean casas. Si para eso hay que prescindir del emblemático tricornio, como ordenó en 1989 el que fuera director general de la benemérita institución, don Luis Roldán, se prescinde del sombrero de tres picos o se reserva sólo para las grandes ocasiones de gala; así se garantiza que no vaya a desaparecer la benemérita institución, sino que se diluya entre el resto de la sociedad civil, como si no existiera. 
 
     Por eso mismo, no haremos mal en evocar aquí, contra la amnesia, aquellos versos eternos del Romance de la guardia civil española de don Federico García Lorca: Tienen, por eso no lloran, / de plomo las calaveras. / Con el alma de charol, / vienen por la carretera...