Nuestra lucha más encarnizada se libra contra la institución de la semana, que es la epifanía más mortífera del tiempo. Así como algunas divisiones cronológicas tienen un fundamento que se podría considerar más o menos natural (la división del día en 24 horas según la rotación de la Tierra en torno a su eje polar, o del año en 365+1/4 días según la órbita de la Tierra en torno al Sol), denunciamos que la semana, por su parte, no tiene ninguno: es totalmente artificial y artificiosa. Es la única división cronológica que no tiene ningún fundamento natural, sino puramente convencional, es la
semana de siete días que padecemos, y que sin embargo sentimos como si
fuera lo más normal y aun preternatural del mundo, tanto que ya existía
el primer día antes de la Creación, según la Biblia, y antes de que Dios
creara la luz lo primero de todo, separándola de las tinieblas.
Releamos el comienzo del capítulo primero del libro del Génesis: En
el principio crió Dios el cielo y la tierra. La tierra empero estaba
informe y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo; y el
espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Dijo pues Dios: Hágase la
luz. Y la luz quedó hecha. Y vio Dios que la luz era buena; y dividió la
luz de las tinieblas. A la luz la llamó día, y a las tinieblas noche; y
así de la tarde aquella y de la mañana siguiente, resultó el primer
día. (...) Una vez establecidos los números ordinales y acabadas las
obras de la creación en seis días, descansa Dios el séptimo, y
santifica ese día sabático, colocando al hombre en el paraíso, formando a Eva e
instituyendo el matrimonio, como había hecho en el sexto día: "Crio pues
Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo crio; criolos varón y
hembra. Y echóles Dios su bendición, y dijo: "Creced y multiplicaos, y
henchid la tierra, y enseñoreaos de ella, y dominad a los peces del mar,
y a las aves del cielo, y a todos los animales que se mueven sobre la
tierra".
Los romanos y los griegos antiguos no la
conocieron ni sufrieron en sus calendarios hasta que el emperador Constantino el
Grande la estableció en el año 321 después de Cristo. Su fundamento, por lo tanto, es
claramente religioso: su origen, como queda dicho, está en las sagradas
escrituras de la cultura judeo-cristiana.
Los días de la semana no tienen nombres
de dioses romanos, como podría parecer a simple vista, sino de astros
que fueron bautizados con dichos nombres de dioses romanos: la Luna, nuestro satélite,
Marte, por ser el planeta rojo, como la sangre derramada por obra de Marte, el dios de la guerra, Mercurio, por ser el planeta más rápido, como el mensajero de los dioses, Júpiter, por ser el mayor de todos los dioses, Venus, por ser el planeta de luz más bella, Saturno, porque los antiguos confundieron a Saturno con Crono, el Tiempo, que es el planeta más lento de los conocidos entonces en orbitar alrededor del Sol, sugiriendo la lentitud del tiempo: la luna y cinco planetas de nuestro
sistema solar, y el propio Sol como epicentro de dicho sistema. ¿Por qué? Porque cuando se estableció la
semana eran los astros conocidos dentro del sistema establecido por
Ptolomeo para describir el universo geocéntrico. Ptolomeo, en efecto,
creía que la Tierra era el centro a cuyo derredor giraban la Luna,
Mercurio, Marte, Venus, Júpiter, Saturno y el propio Sol. Esta
concepción estuvo vigente hasta que en el silgo XVI fue desplazada por
la heliocéntrica de Copérnico.
Los nombres latinos de los días de la
semana eran, pues: Lunae dies, Martis dies, Mercurii dies, Iouis dies,
Veneris dies, Saturni dies y Solis dies. Nótese cómo en castellano los
nombres del martes, jueves y viernes proceden precisamente de las formasl de genitivo latino, con el paso de la i final a e: Martis, Iovis y Veneris respectivamente.
Hay cierta polémica sobre cuál es el
primer día de la semana, si el domingo, como sugieren algunos
calendarios religiosos, o el lunes. En 1988 se firmó una convención internacional
que establecía, entre otras cosas, que la semana comenzaba el lunes y
finalizaba el domingo. Sin embargo, en los calendarios litúrgicos y en
algunos países, la semana comienza el domingo, como sugieren los nombres
griegos y portugueses, lo que no impide que la institución
complementaria del Fin de Semana incluya el sábado y el domingo.
San
Martín de Braga, que vivió en el siglo VI, predicó que deberían
desecharse los nombres paganos que evocaban a divinidades romanas y
sustituir los siete nombres de los días de la semana por una nomenclatura cristiana más acorde
con su origen judeo-cristiano, costumbre que se impuso en Portugal donde
los días se llaman: domingo, segunda feira (lunes), terça feira (martes), quarta
feira (miércoles), quinta feira (jueves), sexta feira (viernes). La
palabra feira significda “feria”, según la liturgia cristiana. El sábado
conservó su nombre bíblico (sabbat) y se llama como en castellano
sábado.
¿Por qué cada siete días se repite la misma y absurda agenda nos preguntamos en ¡ALTO!? ¿Por qué es preciso volver a empezar el Lunes, que sería el presunto día de la Luna? ¿Por qué tiene que haber Lunes? ¿Por qué se nos impone, semana tas semana, la misma historia? ¡Basta ya! Los simpatizantes de ¡ALTO!, la Alianza para la Liberación del Tiempo y su Ordenamiento, no queremos someternos a una división del tiempo artificial que se ha generalizado a todo el universo mundo y que además no tiene ningún otro fundamento más que el de control social.
Los Boomtown Rats cantaban I don't like Mondays "No me gustan los lunes".
A nosotros ningún día de la semana.
El origen de la semana se halla en el relato mitológico bíblico de la creación del mundo que se lee en el libro del Génesis. Allí se cuenta que Jehová crea el mundo en seis días, descansando el séptimo, que los judíos denominaron Sabat o Sábado y consagraron al descanso prohibiendo trabajar. En ese relato se incurre en una gravísima contradicción muy ilustrativa: ¿cómo es que existían ya los días de la semana antes de que Dios hubiera creado el mundo? ¿es que se nos quiere hacer pasar por tontos convenciéndonos de que la semana es anterior al mundo e independiente de él?
Nosotros nos rebelamos contra ese esquema que se nos impone día trs día, semana tras semana, a lo largo de toda nuestra vida, desde la más tierna infancia hasta la más provecta senectud. ¿Por qué tenemos que hacer lo mismo que (todo) Dios y trabajar seis días y descansar uno (o cinco días y descansar dos, después de la institución del güiquén inglés, que para el caso es lo mismo; o cuatro y descansar tres, como proponen ahora algunos progresistas, que creen que van a acabar, ingenuos, con la semana laboral acortando los días de trabajo y aumentando los días de ocio, como si no fueran las dos caras de la misma y falsa moneda, atrayéndose así la simpatía de la clase obrera que pueda quedar por ahí perdida, que solo exige a cambio de la reducción horaria de trabajo que no se reduzca el salario?
¿Es eso natural? No lo es. La división del tiempo en ciclos semanales es, por una parte, algo convencional que no tiene ningún fundamento racional, y, de otro lado, algo bien real. ¿Qué hay, en efecto, más real que la semana? ¿Quién no ha sentido la alegría y la tristeza como si fueran las dos caras de una moneda la tarde del Domingo, cuando se siente que se acaba la fiesta y que pronto llegará el Lunes y la vuelta de la rutina?
Los simpatizantes de ¡ALTO! hacemos nuestra aquella paradoja cristiana de que no es el ser humano el que ha sido hecho para el Sábado, sino el Sábado para el ser humano: no soy yo el que debe acomodarse a la semana, sino la semana y cualquier otra división natural o convencional del tiempo la que debe acomodarse a mí, por lo que planteo su subversión radical o abolición: ¡ABOLICIÓN DE LA SEMANA LABORAL! ¡ABAJO EL TRABAJO Y EL NEGOCIO DEL OCIO! ¡QUE NO HAYA MÁS LUNES NI DOMINGOS NI SÁBADOS NI JUEVES NI NADA POR EL ESTILO!




Si no recuerdo mal AGC lo cantaba de esta manera:
ResponderEliminarAy del amor que en la fábrica
día tras día se va ganando
y para el sábado se reserva,
lo que tiene su fecha roja
en la hoja del calendario
tiene su precio en el mercado,
tiene en la banca su cuenta.
Y la reserva anticipada, para el puente o fin de semana, en su propio fin se ahoga sin que pueda ocurrir algo inesperado por la propia fuerza de lo que está mandado.
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