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sábado, 7 de junio de 2025

A la contra (y II)

     Si hay gente que no se conforma con los videojuegos bélicos y necesita desfogarse disparándose y librando batallitas en la vida real, debería usar artefactos de juguete o armas blancas curioso adjetivo que las blanquea no letales para proteger sobre todo a las víctimas colaterales que no quieren que las maten. 

  
     No hay que olvidar, que para desahogarse y confrontarse con los demás existe el deporte competitivo, una excelente válvula de escape, que además da pábulo a los medios de información estupefaciente, garantizando la paz mediante el rendimiento físico y las reglas universales del deporte, aunque esto, nos tememos, no es suficiente para alimentar la voracidad de la industria armamentista que junto con la farmacéutica gobiernan. 
 
    Hay Estados que poseen muchas industrias de armamento que generan y facturan muchos millones de monises al mes y que matemática, estratégica y financieramente no tienen ningún interés en el desarme, por lo que fomentan el rearme y apuntan a incrementar el gasto en Defensa, con D mayúscula de Dios.
 
    Son empresas que dan, además, empleos directos o indirectos a muchos miles y millones de trabajadores, que podrían, es verdad, reciclarse profesionalmente nunca es tarde para desaprender un oficio y aprender otros si hace falta, no estaría nada mal, mucho mejor, dejar de trabajar, que, el trabajo, como se sabe, no es ninguna bendición de Dios, no nos engañemos, sino todo lo contrario: la maldición de una esclavitud. 
 
    Lógicamente —y sabemos que la lógica no basta para quienes se interesan por lo que no lo es— las armas de fuego deberían prohibirse igual que las drogas sintéticas, por ejemplo. A menos que decidamos legalizar las drogas sintéticas, argumentaría alguno, que no estaría mal, si no fuera porque no hace falta, dado que ya están parcialmente comercializadas: producidas por los grandes grupos farmacéuticos —Sanofi, Bayer, Pfizer, Servier, etc.—, recetadas sistemáticamente por médicos y consumidas inocentemente como "medicamentos" (¡otra estafa semántica!) por clientes/pacientes viejos, convierten a nuestros países en residencias de ancianos drogadictos...  
 

     Traicionados en numerosas ocasiones por nuestros líderes bajo la presión de los grupos de presión los que mandan son los más mandados-, no vamos a dedicarnos a defender la paz -que ese es el argumento de los gobiernos y sus respectivos ministerios de Defensa llamados de la Guerra, cuando a las cosas se las llamaba por su nombre: al pan, pan y al vino, vino; y además, hay paces como la de los cementerios y la imperial que no parecen muy atractivas ni deseables, la no violencia o el irenismo irene es el nombre de la paz en griego sino a combatir la guerra: desmilitaricémonos. 
 
    Repitámoslo una vez más: si civil se opone a militar, civilizado es lo contrario de militarizado. Civilicémonos un poco más desmilitarizándonos y desarmándonos. Desmilitarizar el mundo también significa desideologizar sistemas y mentes. Deshacerse de creencias, naciones y banderas. Como escribía aquel joven Savater juventud, divino tesoro, que cantó Rubén en “Las razones del militarismo” (1984): “Hoy todavía se nos presenta como el mayor mérito de las banderas el que mucha gente ha dado su vida por ellas y pocos se atreven a ver precisamente ahí la mejor razón para detestarlas”. El verdadero patriotismo consiste en odiar las patrias, todas y cada una, las grandes y las chicas, empezando por la propia de uno.

viernes, 6 de junio de 2025

A la contra (I)

    ¿Son defensivas las armas con las que pretenden (re)armarnos y solo sirven para protegernos, como predica la Excelentísima Señora Ministra de Defensa perdón por el eufemismo del Gobierno progresista de las Españas de Dios? ¿Lo dice ella de verdad porque es lo que verdaderamente piensa, o lo dice, más bien, porque, dada la carga de su cargo, no puede decir otra cosa más que esa, ya que le pagan para que diga eso precisamente, que es lo que está mandado desde las altas instancias que se diga, y no lo que cualquiera diría, incluida ella misma, si la dejaran y se dejara pensar y sentir lo que le sale de abajo y de sus adentros? 
 
 
     ¿Defenderse, además, de qué? ¿De quién? ¿De la gente que se defiende de las agresiones de la gente que se defiende de la gente que se defiende... entrando en un bucle sin fin? ¿No será que solo son defensivas nuestras armas y ofensivas las de los demás y que por eso mismo las de los otros, siendo defensivas como las nuestras, nos ofenden y nos obligan a defendernos? 
 
    Recordemos, haciéndole un hueco a la poesía en medio de tanta prosa, la oda de Horacio (1.22) en estrofas sáficas sobre lo innecesario de las armas en medio de parajes llenos de peligros, incluido el viejo lobo que luego aparecerá en los cuentos infantiles para asustar a los niños al grito de que viene el lobo: El de vida honrado y de crimen libre / no precisa lanzas moriscas ni arco / ni cargada aljaba de emponzoñadas, Fusco, saetas, // si es que por las tórridas Sirtes ruta / va a seguir o el Cáucaso desabrido, / o por campos que con su lengua Hidaspes, mítico, lame. // Que de mí huyó en bosque sabino un lobo, / al cantar a Lálage amada,  yendo / lejos de mis lindes y descuidado yo y desarmado, // monstruo cual ni bélica Apulia en vastos / encinares cría ni a luz engendra / la nación de Juba, de mil leones árida madre. // Ponme en fríos páramos donde brisa / veraniega a árbol ninguno alegra, / en rincón del mundo que niebla y cielo avieso castigan; // ponme bajo el carro de un muy cercano / Sol, en una tierra negada al hombre; /amaré a mi Lálage que habla dulce, dulce que ríe.  
 
    En el siguiente vídeo se canta la oda horaciana en versión original para que se oiga como sonaba: 
 
  
    ¿Son disuasorias las armas? Pueden disuadir al enemigo, pero a nosotros nos persuaden a usarlas en primer lugar como amenaza, y en segunda y no menos importante instancia, cuando la amenaza no basta, empleándolas efectivamente. Y ya se sabe que, como dice la gente, las armas las carga el diablo. ¿Cómo algo que está destinado para matar va a desistir de su propósito? No son, pues, disuasorias las armas sino persuasorias: si nadie estuviera armado, nadie tendría nada que temer de los demás.
 
     Las armas se fabrican para venderse. Y se compran para usarse. Y las armas, en la práctica, sirven para matar, y es lo que hacen: matan. A miles de millares, a millones, a lo largo y ancho de la Historia universal. Una y otra vez. 

     Un aforismo romano decía: Cedant arma togae: Que cedan las armas a la toga, es decir, que el poder militar se someta al político, pero lo que hemos aprendido es que debajo de las togas están ocultas las dagas, es decir, que el poder político no se sostiene sin la fuerza de las armas. Que se lo pregunten a Julio César que en las idus de marzo del año 44 antes del Cristo fue acuchillado por los senadores  que ocultaban sus puñales bajo las togas.
 
 
 'Acción humanitaria en misión de paz'
 
    La guerra es un mercado. Un pasatiempo mórbido y subvencionado. Más allá del engaño semántico de la «Defensa» (con D mayúscula, como Dios, y justificada con el epíteto de 'legítima'), hablamos de asesinatos masivos autorizados.   
 
    Con frecuencia oímos a seres adultos aparentemente normales entusiasmarse como niños subnormales con juguetes bélicos: misiles, drones, tanques, aviones, artefactos nucleares y demás — de tal o cual país. ¿Cuál es la edad mental de esta gente? ¿Creen sinceramente que estamos condenados a matarnos entre nosotros para siempre? En cuanto a quienes disfrutan viendo desfilar a jóvenes sumisos fusil en ristre, listos para ser inmolados en aras de la Patria, o de cualquier otra idea dulce et decorum est pro Idea mori ¿qué podemos decir si no es aquello que cantaba Paco Ibáñez versionando a Brassens de que "cuando la fiesta nacional, / yo me quedo en la cama igual, / que la música militar / nunca me supo levantar"?

martes, 23 de enero de 2024

¡Abajo los ejércitos!

    Hace algo más de un siglo ya, y antes de la primera guerra mundial, la publicación semanal francesa Le libertaire sacó el 2 de octubre de 1910 un artículo "À bas les Casernes!" (¡Abajo los Cuarteles!) de Anna Mahé en forma de carta de una madre a su hijo que había cumplido la edad de incorporarse a filas, que le supuso a la autora un proceso judicial por injurias al ejército del que salió finalmente absuelta al ampararse en el derecho a la libertad de expresión. 

     El interés de esta carta, más de cien años después de publicada, hace que la traduzcamos y reproduzcamos en estos convulsos tiempos que corren en los que leemos, por ejemplo, que el gobierno más progresista de la historia de España ha duplicado con creces el gasto militar en muchos miles de millones de euros presupuestado para el año que concluyó, y en el que no solo  han aumentado las guerras y guerrillas a nuestro alrededor, sino la justificación moral que se hace de ellas como derecho de defensa. 

 Una madre a su hijo:

Ha llegado la hora tan temida de las madres: el Cuartel abre sus puertas de par en par a los jóvenes de veinte años.

Hace veinte años que soy madre.

Tú estabas ahí, tan frágil, con una vidita algo vacilante, subordinada a los deseos de los que te rodeaban y ya llegó un hombre, el médico del estado civil, y dijo:

-¡Es un futuro defensor de la Patria!

Tú, el pequeño inofensivo y desarmado, eras el futuro artesano de la obra de la muerte, eras, criaturita rosa salida de mí, carne de cañón para el futuro.

Hace veinte años de eso.

Hoy, apto para el Cuartel, apto para la servidumbre, apto para el crimen, apto para el matadero.

Las demás se limitan a llorar. Yo, yo no me resigno a eso.

He querido hacer de mi hijo un hombre íntegro, inteligente y bueno, orgulloso y libre.

Los que nos gobiernan quieren hacer de él un esclavo, un cobarde, un asesino, o, en caso de rebeldía, una víctima.

¿En nombre de qué?

Te han dicho: “Ha llegado la hora de pagar tu deuda a la Patria. Joven, debes ignorarte a ti mismo, doblegar tu voluntad a la voluntad de otros hombres. La única cualidad que se te exigirá será la obediencia, pero una obediencia pasiva. Serás el instrumento, el autómata que hacemos funcionar a capricho. Tu papel es hermoso. Eres un defensor de la Patria”.

¿La Patria?

Es decir, una porción de tierra delimitada por unos hombres y más allá de la cual comienza otra patria donde viven otros hombres semejantes, con necesidades iguales. Aquí Francia; veinte metros más allá Bélgica, Alemania, Suiza, Italia o España.

La madre Patria, la buena madre a la que el pobre debe pagar su ¿deuda? más aún que el rico, a la que los poetas han cantado. La patria es un engaño, tú lo sabes. Sabes que los alemanes, los rusos, los chinos, los negros y los pieles rojas son hombres, y que el único enemigo es el amo, el que sobre su semejante ejerce su autoridad.

Así que ¿qué irías a hacer tú en el cuartel?

Piénsalo bien: el cuartel es el inevitable colapso moral, es la camareta del dejarse llevar, la suciedad física e intelectual, los malos hábitos contraídos para siempre quizá...

El cuartel es la obediencia pasiva a todas las órdenes, por ineptas que sean. Es el envilecimiento, es la abdicación de la voluntad.

El Cuartel es la escuela del asesinato, donde se elabora la defensa del Capital por el Trabajo; donde se lleva a los trabajadores de ayer hacia los huelguistas diciendo: 'Disparen”.

 El cuartel, cuando uno no sabe plegarse, es la antesala de Biribí. (en argot militar, las antiguas compañías disciplinarias del norte de África a donde destinaban a los soldados condenados, n. del t.).

El cuartel es toda la podredumbre, todas las taras, todas las vergüenzas, todos los crímenes.

¿Has pensado solo por un momento que podrías abdicar de tu personalidad hasta el punto de someterte al yugo del militarismo,? ¿Has pensado en aprender el oficio de asesino sin rebelarte?

Mi orgullo de madre se niega a creerte capaz de ese compromiso.

Antes que verte degradado, envilecido por la disciplina, rebajado a las faenas inmundas de un asesino, prefiero no volver a verte nunca más, hijo mío querido.

¡El mundo es grande! Y la posible miseria es preferible a la miseria moral que te esperaría allí, en ese cuartel donde los hombres encierran a los hombres para entrenarlos en obras de muerte.

Una madre. Para copia certificada. A. Mahé.