Sacarle la lengua todo lo larga que es a alguien es un gesto de burla, quizá muy antiguo y de origen infantil, que tiene algo de obsceno, dado que se enseña algo que normalmente permanece oculto, por lo que guarda cierta similitud con la exhibición del miembro masculino. Este gesto burlón y provocador simbolizaría el falo que amenaza tanto a hombres como a mujeres y niños con el ultraje de la violación, como escribe Egidio Forcellini (1688-1768) en su Totius Latinitatis Lexicon, bajo el epígrafe de “lingua” cuando analiza la expresión “linguam exserere” (sacar la lengua), que puede consultarse aquí mismo en la Red.
Célebre entre nosotros es la imagen de Albert Einstein tomada en 1951, cuando un fotógrafo le pidió
una foto recién cumplidos sus setenta y dos años, y él le respondió sacando la lengua y, acto seguido,
echándose a reír.
Igualmente célebre es el logotipo de la compañía discográfica RollingStonesRecords que John Pasche, un joven
estudiante de diseño gráfico, hizo por encargo de Mick Jagger en 1970, y que al parecer está inspirado en
la diosa hindú Kali. También hay representaciones griegas antiguas de Medusa con la lengua afuera.
Buscando testimonios antiguos de este gesto, podemos remontarnos a Aulo Gelio, quien, en sus impagables Noches áticas, que comenzó a escribir en sus días de estudiante en Atenas, y que terminó después en Roma, nos ha transmitido una anécdota referente al sobrenombre Torcuato -de su forma latina Torquatus “portador de collar” deriva nuestro término torcaz, antiguo torcado, aplicado a la paloma torcaza, que tiene un collar blanco en torno al cuello- que se le impuso a un tal Tito Manlio por haberle arrebatado como despojo y trofeo un collar de oro o torques a un enemigo provocador que le había sacado la lengua, desafiándole y echándose a reír, al que dio muerte en combate singular. Con la anécdota, Gelio nos ha transmitido el fragmento del analista Quinto Cuadrigario que la narra, que de lo contrario habríamos perdido. Reproduzco, modificada ligeramente por mí, la traducción que Amparo Gaos Schmidt hizo del texto de Cuadrigario transmitido por Aulo Gelio para la UNAM (México, 2002):
Entre tanto avanzó un galo, desnudo a excepción del escudo y dos espadas, adornado con un collar y brazaletes, que aventajaba a los demás en fuerzas, corpulencia y juventud así como en valor. Este, cuando la batalla estaba en su mayor agitación y unos y otros peleaban con gran ardor, hizo un gesto con la mano a unos y otros para que pararan.
Se hizo una pausa en el combate. Hecho de pronto el silencio, grita con voz muy alta que se adelantara, si había alguno, quien quisiera combatir con él. Nadie se atrevía a causa de la corpulencia y ferocidad de su aspecto. Entonces el galo empezó a burlarse y a sacar la lengua.
Esto de inmediato le dolió a un tal Tito Manlio, nacido de noble linaje: que tamana deshonra le aconteciera a su ciudad y que nadie saliera de un ejército tan grande. Él, como digo, se adelantó y no sufrió que un galo mancillase vergonzosamente el valor romano; ceñido con un escudo de infantería y con una espada hispánica, se plantó contra el galo.
Con gran temor el enfrentamiento se llevó a cabo en el puente sobre el río Anio, a la vista de ambas huestes. Se enfrentaron, como antes dije, así: el galo, según su técnica, amagando con el escudo por delante; Manlio, más confiado en su coraje que en su arte, golpeó escudo con escudo y trastornó la posición del galo. Mientras el galo intentaba hacerle frente de nuevo del mismo modo, Manlio volvió a golpear escudo con escudo y de nuevo sacó de su lugar al hombre; de ese modo le arremetió bajo la espada gálica y con la suya hispana le atravesó el pecho; luego de pronto en la misma parada le hizo un tajazo en el hombro derecho y no retrocedió en ningún momento hasta que lo derribó, no fuera el galo a cobrar el impuso del contraataque. Cuando lo tiró, le cortó la cabeza, le arrancó el collar y se lo puso, ensangrentado como estaba, en su propio cuello.
Tito
Livio narra con más detalle el mismo episodio en su Ab urbe
condita (VII, 10) y comenta que el galo, cuando ve a su rival
Tito Manlio, se alegra de una forma estúpida e incluso le saca la
lengua en son de burla -linguam etiam ab inrisu exserentem-, detalle, significativo, comenta Livio, que los antiguos
consideraron que merecía ser recordado por la afrenta que suponía reírse de un rival con ese gesto corporal.