Hoy Lunes Santo no es el primer día de la Semana Santa, sino el segundo, dado que esta comenzó ayer Domingo de Ramos, día en que se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, y concluirá el Domingo de Resurrección. Durante toda esta Semana Santa tienen lugar procesiones en numerosos pueblos y ciudades de la curtida piel de toro de las Españas que pretenden recordarnos el sufrimiento de Cristo hasta su muerte y presunta resurrección.
Las cofradías sacan sus vírgenes dolorosas, cristos crucificados y santos a procesionar en un acto que tiene mucho de folclore barato, que olvida el trasfondo del asunto, que es que la pasión de Cristo es también la de todo cristo, con minúscula, es decir la de cualquiera de nosotros, cristos de poca monta y mucha fe, que padecemos secularmente esta condena de imposición de la institución de la semana, subordinados al calendario y al cómputo hebdomadario del tiempo como si fuera una división “natural” -que no lo es- como podrían ser los días o soles, los meses o lunas, las estaciones o los años.
Según la DGT durante la Operación Especial del año pasado por estas sacrosantas fechas se produjeron, huyendo trabajosa- y masivamente en pos del ocio vacacional, quince millones y pico de desplazamientos de largo recorrido de la ceca a la meca por esas carreteras y autopistas o autovías de Dios en los que fallecieron 28 personas en 25 siniestros mortales de tráfico rodado.
Los evangelios relatan algunos hechos memorables que conviene recordar en la celebración de la Semana Santa como el episodio de la purificación del templo de Jerusalén consistente en la expulsión de los mercaderes a latigazo limpio.
Leamos el evangelio de Marcos 11, 15-17: “Y llegan a Jerusalén. Y cuando entró en el Templo empezó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y los taburetes de los que vendían las palomas; y no permitía que alguien trasladase cosas atravesando por el Templo; y enseñaba y les decía: “¿No está escrito: Mi casa se llamará casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis hecho cueva de bandidos”.
Hemos de imaginar, remontándonos veinte siglos atrás, que durante la pascua judía, una marea humana inundaba Jerusalén y alrededores. El templo era el objetivo de la peregrinación, ese templo sobre el que Jesús profetizó que no quedaría piedra sobre piedra que no fuera derribada.
De las palabras que a Jesús le atribuye el evangelista se deduce que los avispados mercaderes aprovechaban la masiva afluencia de gentes para montar sus chiringuitos y tenderetes en los que se vendía y se compraba (palomas para sacrificios por ejemplo) y se cambiaba dinero, para poder sacar beneficio económico de la celebración de la pascua.
Los cambistas de los que habla el texto desempeñaban una función esencial. Eran una herramienta financiera que funcionaba como oficina de cambio de divisas, pero también podía ser prestamista y depósito, es decir, un mal ¿necesario?, no vamos calificarlo de 'necesario' porque al hacerlo así estaríamos corroborando la necesidad del mal-, igual que los bancos actuales, por lo que Jesús los considera impuros. Para él, sin duda, el templo debe ser, ante todo, un lugar de oración, consagrado a Dios, Nuestro Señor, por lo que el comercio desvirtuaba su razón de ser.

En conclusión, al “limpiar” el Templo, Jesús denunció el hecho de que el lugar más sagrado de la religión que practicaba, que era el judaísmo, pues él, huelga decirlo, no era cristiano sino judío, se utilizaba incorrectamente, lo que no significaba el rechazo del templo como tal, sino su consagración a Mammón, es decir, al Dinero. Recordemos que según él no se podía servir a la vez a dos amos. Hace veinte siglos todavía era posible quizá diferenciar a estos dos amos: a Dios, por un lado, y a Mammón por el otro, cosa que hoy día sería imposible porque se ha revelado que eran al fin y a la postre el mismo déspota y Señor.
La "limpieza" del templo, convertido en una cueva de bandidos, cuya destrucción profetizó Jesús, como queda dicho, desató sin duda la ira de las autoridades judías y fue el detonante que condujo en último término a su tortura y ejecución, dado que había atacado, como revolucionario religioso, como escribe Antonio Piñero en La verdadera historia de la Pasión según la Investigación y el Estudio Histórico (EDAF 2008) "el centro más sólido del poder político y económico de la aristocracia sacerdotal judía".