
lunes, 23 de diciembre de 2024
Un reino que no es de este mundo

domingo, 8 de diciembre de 2024
Segundo domingo de Adviento
Los elementos simbólicos más importantes del Adviento son cuatro velas sobre una corona de ramas verdes. Cada domingo se enciende una vela, que simboliza la luz que se acerca al mundo con el nacimiento de Jesús y el sol naciente, siendo los colores litúrgicos dos: el morado, que es el preponderante, que simboliza la penitencia y la preparación, y el rosa, que se reserva para el tercer domingo, que expresa la alegría anticipada, pero también eseperanza de la Venida definitiva, la segunda y gloriosa venida, que no será un hecho histórico propiamente, porque significará, de producirse, el final de la historia y de los tiempos.
Pero hay que decir que nuestro calendario está equivocado, porque Jesús debió de nacer en el 5 ó el 6 antes de Cristo, paradójicamente.
Hasta que por orden del Papa Juan I, a finales del siglo IV o comienzos del V, el monje Dionisio el Exiguo determinara la fecha 'exacta' de dicho nacimiento, los años se contaban a partir de la fundación de Roma Ab urbe condita, que se produjo el año 753 antes de nuestra era, o bien desde el inicio del gobierno del emperador Diocleciano, a partir del 284 hasta el 313, pero este sistema les parecía poco adecuado a los cristianos, que consideraban que este emperador era pagano y había perseguido a la incipiente iglesia cristiana, por lo que Dionisio decidió cambiar el calendario y tomó como “año 1” la fecha del nacimiento de Jesús. El Exiguo fijó la fecha de nacimiento de Jesús en los últimos días del año 753 de la fundación de Roma, por lo que el día 1 de enero del año 754 habría sido el primero de la era cristiana.
Según los evangelios de Mateo y Lucas, Jesús nació en los días de Herodes el Grande, pero Lucas precisa que vino al mundo justamente el año en que el emperador Augusto había ordenado establecer un censo universal, cuando a la sazón era gobernador de Siria un tal Quirino. Pero Quirino, por lo que sabemos, llegó a esa provincia hacia el año 6 ó 7 de nuestra era, realizando entonces un censo. Y Herodes murió el 4 a. de C., por lo que si a estos cuatro años les añadimos uno o dos, los que se dice que Jesús vivió en Belén antes de la matanza de los inocentes, resultaría que Jesús habría nacido en el año 6 ó el 5 de nuestra era.

Tampoco es probable que Jesús hubiera nacido un 25 de diciembre, como postuló el Exiguo, que ignoraba que esa fecha había sido establecida por la iglesia un par de siglos atrás para superponerla a la celebración pagana del Sol invicto, con lo que la fiesta del dios pagano que era el Sol se eclipsaba con la celebración del nacimiento de Jesús. Un detalle del evangelio de Lucas nos pone sobre la pista de que no sería diciembre, ya que los pastores guardaban sus rebaños al raso, algo improbable en Palestina por esas fechas.
Por lo demás, aunque Mateo y Lucas, afirman que Jesús nació en Belén, Marcos y Juan presuponen que nació en Nazaret, dado que nunca le llaman Jesús de Belén, sino Jesús de Nazaret. Un argumento a favor de esta hipótesis es que como dice el evangelio de Juan, algunos negaban que fuera el mesías porque precisamente no había nacido en Belén, que era donde según las escrituras debería nacer el mesías. Solo cuando posteriormente se cree que Jesús era el mesías, se crea la leyenda de que había nacido en Belén.
Los datos arriba mencionados están tomados del libro Ciudadano Jesús, Atanorediciones, Madrid, 2012, de Antonio Piñero, catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, especializado en lengua y literatura del cristianismo primitivo.
viernes, 18 de junio de 2021
Del amor al prójimo, o la parábola del buen samaritano
De las tres virtudes teologales (πίστις, ἐλπίς, ἀγάπη, pístis, elpís, agápe; que se tradujeron al latín como fides, spes, caritas respectivamente, esto es fe, esperanza y caridad respectivamente), el apóstol Pablo sentenciaba en su carta primera a los corintios que la más importante era la caridad (ἀγάπη, o sea, caritas). La traducción de Nácar-Colunga que manejo dice: Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad. Pero me atrevo a proponer una traducción altenativa, y no soy el único en hacerlo: (...) la fe, la esperanza y el amor; pero la más excelente de ellas es el amor. La palabra latina caritas, en efecto, puede traducirse sin ningún problema por “amor”.
Llama la atención que por encima de la fe, que es a primera vista el sostén del Régimen, y de la esperanza, que suele ser el alimento espiritual de la primera, sitúe el apóstol el amor al prójimo como la principal de las tres virtudes teológicas cristianas.
En este punto deberíamos preguntarnos en primer lugar si el mandamiento nuevo de “amáos los unos a los otros”, el mandamiento del amor cristiano, es exclusivo del cristianismo o estaba ya inserto en el judaísmo, y en segundo lugar si es tan universal como pretende.
La respuesta nos la da Antonio Piñero en su libro “Ciudadano Jesús” (pág. 156): “Bien entendido, el mandamiento del amor al prójimo no es nada nuevo ni en Jesús ni en el judaísmo de su tiempo, ya que era una norma de vida que se proclamaba desde antiguo en el libro del Levítico 19:18: “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Yahvé.” Sin embargo, era usual que los judíos entendieran este precepto como restringido a los connacionales, a los hijos de Israel.” Es decir, el amor al prójimo no es un mandamiento nuevo, ya que está recogido en el Antiguo Testamento, y, en segundo lugar, no es universal, sino que se entiende como amor desinteresado al compatriota, dentro de la creencia de que Israel es el pueblo elegido y favorecido por Dios. Es, por decirlo de algún modo, un sentimiento nacionalista, fundado sobre el orgullo de pertenecer a una misma nación, que es el pueblo del Señor.
Este concepto se amplía en Jesús, y ahí radica su novedad, lo que ha hecho que sea considerado como una de sus aportaciones más trascendentes, porque él predica la necesidad de amar a los enemigos e “incluso a los extranjeros que mostraban hacia los judíos y su ley una actitud benevolente”, como dice Piñero, y como se ve por ejemplo en la parábola del buen samaritano.
La imagen del samaritano como el piadoso salvador del judío apaleado, ante la indiferencia del sacerdote y el levita judíos que pasan a su lado y miran a otra parte, fragua una nueva redefinición de «prójimo». Así la leemos en el evangelio de Lucas 10:30-35 Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en poder de ladrones, que le desnudaron, le cargaron de azotes y se fueron dejándole medio muerto. Por casualidad bajó un sacerdote por el mismo camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, pasando por aquel sitio, le vio también y pasó adelante. Pero un samaritano que iba de camino llegó a él, y viéndole, se movió a compasión; acercóse, le vendó las heridas, derramando en ellas aceite y vino; le hizo montar sobre su propia cabalgadura, le condujo al mesón y cuidó de él. A la mañana, sacando dos denarios, se los dio al mesonero y dijo: Cuida de él, y lo que gastares, a la vuelta te lo pagaré.
Los samaritanos y los judíos constituían rivales irreconciliables; unos a otros se consideraban herejes. Eran, en efecto, los samaritanos unos extranjeros muy cercanos a los judíos, porque creían en el mismo Dios y en la misma ley mosaica que ellos, por lo que había que perdonarles las faltas, no teniéndoselas en cuenta. Sin embargo, el sacerdote y el levita de la parábola eran judíos, igual que la víctima del latrocinio, pero pasaron de largo, sin prestar auxilio a su compatriota, mientras que el samaritano, que era un enemigo político, no lo es para Jesús, hermanado como está en las mismas creencias y en la misma esperanza en la llegada del Reino de Dios.
Si utilizamos los términos latinos inimici y hostes para referirnos en el primer caso a los enemigos personales (*in-amici, no-amigos) y en el segundo a los enemigos públicos, Jesús predica el amor a los primeros, a los enemigos privados entre los compatriotas, que pueden ser ganados para la causa, pero Jesús no amó nunca a los enemigos públicos del Reino de Dios: a los romanos, en primera instancia, que habían sojuzgado al pueblo de Israel, y a los fariseos, escribas, saduceos y sumos sacerdotes, que a la vez eran ricos comerciantes que pertenecían a la casta a la que le favorecía la “pax Romana” para sus negocios.
Pero el inventor del cristianismo no es el Jesús histórico sino su apóstol Pablo, que extiende el concepto de “pueblo elegido” a toda la humanidad, ampliando la exigencia del concepto de circuncisión hasta difuminarla, fundando el catolicismo y modificando el sentido nacionalista restringido del amor al prójimo que Jesús había modificado, ampliándolo considerablemente.