viernes, 18 de abril de 2025

¡Viernes Santo, Viernes Santo!

    Henos al fin llegados hoy al meollo mismo del Triduo Pascual, el Viernes Santo, quizá la mayor conmemoración y la más representativa y profunda del cristianismo, en la que se recuerda la crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret en el monte Calvario o Gólgota, que constituyó un auténtico fracaso para todos sus seguidores que vieron en él la figura de un salvador, y que, con el paso del tiempo, se reinterpretó, sublimando la estrepitosa derrota, como un sacrificio voluntariamente aceptado para la redención de la humanidad, convirtiéndolo en un éxito y proclamando una resurrección o victoria sobre la muerte que no es, desde luego, un hecho histórico.  El Viernes Santo es la inmolación del Cordero de Dios "que quita los pecados del mundo" y que hace que la cruz, que era un suplicio atroz y un símbolo de muerte, se convierta paradójicamente en un símbolo de vida... eterna.
 
Fotomontaje de Gabriel Pérez-Juana sobre Cristo crucificado de Velázquez (2025)
 
    No hay razón para dudar de la ejecución del Nazareno, pero hay que tener en cuenta que no fue el único crucificado, sino que participó en una ejecución grupal mediante el suplicio en la cruz. Al menos dos ladrones, Dimas, el buen ladrón, y Gestas, el malo, según la tradición, acompañaban a Jesús. Los evangelios, aun proporcionando la noticia del carácter colectivo de la crucifixión, convierten a Jesús en el único foco de atención, minimizando lo relativo a los otros hombres y convirtiéndolos, por así decirlo, solo en actores de relleno o de reparto. 
 
    Esta singularización de Jesús, paso previo a su divinización, se prosigue hasta el día de hoy en la literatura hagiográfica al uso, como si los otros hombres carecieran de interés. El problema de estos dos bandidos que fueron crucificados junto a Jesús es que no hay constancia de que en la Judea sometida al Imperio romano se empleara la crucifixión con delincuentes comunes, dado que se aplicaba solo a los insurgentes, como se aplicó, por ejemplo, contra Espártaco y sus secuaces, crucificados a lo largo de la Vía Apia, entre los años 73 y 71 antes de Cristo por haber promovido la guerra servil o rebelión de los esclavos. 
Alexámeno adora a (su) dios. Grafito del Palatino escrito en griego.
 
    Como señala Fernando Bermejo en "La invención de Jesús de Nazaret" (pág. 153): "La crucifixión en el ámbito provincial del Imperio romano fue una pena reservada a delitos de sedición y 'laesa maiestas', y durante el periodo de control romano al menos hasta la Guerra Judía (66-74 e.c.), los testimonios disponibles indican que la crucifixión en Judea se aplicó a rebeldes políticos y sus secuaces".
 
    Resulta elocuente que incluso en fuentes que buscan desplazar la responsabilidad hacia las autoridades judías la decisión de la crucifixión se atribuya al prefecto romano, y que quienes ejecutan la sentencia sean soldados al servicio de Roma, no judíos. Pero se entiende bien que en el período en que las comunidades cristianas se extendían por todo el Imperio romano apareciese una tradición apócrifa que culpabilizara a los judíos, minimizando la responsabilidad de los romanos. 
 

La crucifixión, Lucas Cranack (1532)

    Concluye Bermejo: "Todos estos indicios convergentes permiten conjeturar la existencia de un relato original –oral o escrito– según el cual el curso de los acontecimientos fue sensiblemente diferente al dibujado en los evangelios canónicos. En esa historia, los romanos habrían desempeñado el papel único o principal en el arresto de Jesús. Puesto que es apenas creíble que una historia así hubiese sido inventada por los cristianos, su fiabilidad es extremadamente probable".  


    Recordamos, desde una óptica laica, el Romance del hijo muerto o Romance del Viernes Santo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario