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domingo, 13 de abril de 2025

Otra canción de Anacreonte

La poesía lírica, como indica su nombre, nació para ser cantada con el acompañamiento musical de la lira, cuyo descubrimiento según la leyenda le debemos a Hermes/Mercurio, quien con el caparazón de una tortuga y unas cuerdas fabricadas con los intestinos de unos bueyes que había sacrificado construyó la primera lira, un instrumento que a diferencia de los de viento le permite al músico cantar a la vez que interpreta la melodía.
 

El prototipo mitológico, sin embargo, del músico/poeta, aparte de Apolo, claro está, no será Hermes/Mercurio, sino Orfeo, que conseguirá con su música no sólo amansar a las fieras del bosque y hechizar a toda la naturaleza, incluso a los seres inertes, sino también hacer revivir a los muertos, pues con su melódica lira aplacará a Hades/Plutón en su descenso a los infiernos en pos de su amada Eurídice. Esta leyenda nos habla del inmenso poder de la música entendida como conjunción de voz que canta y melodía que acompaña a esa voz, capaz de resucitar a los muertos. 

Pero ¿qué es lo que cantan los poetas? Ya lo dijo Machado: "Y te enviaré mi canción: / Se canta lo que se pierde,  / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón". El poeta canta siempre lo que ha perdido, es decir, el amor, la vida, el tiempo, todo aquello en suma que no volverá, y que, al cantarlo, de alguna manera recupera y nos lo regala.

La letra de la canción entra dentro de lo que se ha dado en llamar la musa pederástica, un tema frecuente en la lírica griega que hoy repugna a la moral y a la mentalidad modernas pero que en la antigüedad constituía un tópico literario: es un poema dedicado a un jovencito, un niño o efebo -que está en la hebe o flor de la edad, literalmente-, del que el poeta está enamorado, pero que no le corresponde porque ni siquiera es consciente del amor que despierta en un adulto de su mismo sexo.


Anacreonte nació en Teos y vivió en entre los siglos VI y V antes de Cristo. Polícrates, el tirano de Samos, lo llamó a su corte, y se convirtió allí en un poeta áulico que celebraba el vino, las heteras y los bellos muchachos, dando alegría a los banquetes con canciones un tanto frívolas de vino y amor.

 Anacreonte, Eugène Guillaume (1885), Museo de Orsay (París)

Séneca, el filósofo de origen cordobés, nos ha transmitido dos adjetivos referidos a Anacreonte, que han configurado su leyenda: libidinosus y ebriosus, es decir, amigo de los placeres de la carne y de la bebida. Cierto es que, a juzgar por los pocos versos que nos han quedado de él, Anacreonte celebra a Dioniso, el dios del vino, pero el suyo es un vino amable, rebajado con agua y bebido con compostura y moderación, no como los bárbaros que lo trasegaban sin mezcla y sin mesura. También es el poeta de Eros, es decir, del Amor, un amor no menos amable,  que unas veces se dirige a efebos generalmente afeminados o andróginos  y otras a mujeres, como el célebre poema dedicado a una muchacha tracia a la que denomina "potrilla" y a la que le dice, no sin cierta petulancia, como comenta el maestro Adrados, que "él, aunque viejo, sabrá domarla y cabalgarla, con alusión sexual bien clara".

Platón pone en boca de Sócrates en el Cármides: "Pues a mí más o menos los que están en la flor de la edad se me antojan hermosos todos". No sabemos en el caso de Sócrates si se refiere a una hermosura física o, no menos probable, a una belleza espiritual motivada porque al ser jóvenes todavía no han entrado por el aro de la sociedad adulta, o, lo más probable en su caso, a ambas cosas a la vez.

Este tema de la musa pederástica, frecuente en la lírica griega antigua, ha sido abordado rara pero alguna vez por la literatura posterior.  La atracción de tipo homosexual que siente un hombre maduro y entrado en años por un efebo, sobre todo cuando resulta un tanto ambiguo o hermafrodita, ha sido tratada -se me ocurre ahora a bote pronto- en la novela de Thomas Mann  Muerte en Venecia, que fue llevada a la gran pantalla magistralmente por el director de cine italiano Lucchino Visconti.

 Fotograma de la película Muerte en Venecia de Visconti

He aquí la canción de Anacreonte en versión original:
ὦ παῖ παρθένιον βλέπων, 
δίζημαί σε, σὺ δ᾿ οὐ κλύεις,  
οὐκ εἰδὼς ὅτι τῆς ἐμῆς  
ψυχῆς ἡνιοχεύεις.
 
La traducción en prosa de Rodríguez Adrados del original griego de  dice lo siguiente: Oh muchacho que miras igual que una doncella, te estoy buscando y tú no me haces caso porque no sabes que eres el auriga de mi alma. 

El poema comienza con una apelación "o pai"; "pai" es, en efecto, el vocativo de la raíz "paid", que ha perdido la consonante dental en posición final de palabra y que significa "niño", y que hemos heredado en castellano vía latín "paed" -el diptongo griego "ai" evoluciona a "ae" cuando pasa al latín, y del latín al castellano a "e"- en la forma ped- que encontramos en el nombre del médico de los niños (ped-iatra),  en el nombre del que siente atracción sexual por los niños (ped-erasta, ped-ó-filo), en el nombre de la propia educación, que los griegos denominaban "paideia", y que nosotros conservamos en la palabra que significa educación en círculo o global (en-ciclo-pedia), y en la corrección de las malformaciones del cuerpo humano (orto-pedia),  en  la enseñanza que nos prepara para una disciplina (pro-pedéutica), en el nombre del guía o conductor de los niños, que en su origen era un esclavo encargado de llevarlos literalmente al colegio (ped-agogo), de donde ha salido también el préstamo italiano "pedante", nombre en principio del soldado de a pie, y después del acompañante del niño al colegio. Resulta curioso, a propósito de esta última palabra pedagogo, si la comparamos con demagogo, cómo el nombre del guía o conductor del pueblo, "demo" en griego, que es dem-agogo se ha cargado de connotación negativa, frente a la carga positiva que tiene entre nosotros el pedagogo (a pesar del dicho de Mairena de que sólo hubo un pedagogo en el mundo y se llamaba Herodes).

El adjetivo "parthenion", que significa "virginal, relativo a una virgen", nos lleva enseguida al nombre del templo de la Virgen Atenea en la acrópolis de Atenas, el Partenón, y a la partenogénesis (modo de reproducción de algunos animales y plantas, que consiste en la formación de un nuevo ser por división reiterada de células sexuales femeninas que no se han unido previamente con gametos masculinos, según el libro gordo de la Real Academia Española de la Lengua).
 
 
En el verso segundo tenemos la aparición del pronombre de segunda persona (se, en acusativo y sy, en nominativo, que corresponden a nuestro resto de declinación latina te/tú) y la negación griega "ou", que se pronuncia "u", y que la tenemos en la palabra u-topía, que es el nombre de lo que no tiene lugar, pero que no por ello es imposible, como creen algunos, sino precisamente por eso mismo muy posible.

En el verso tercero aparece el participio "eidós", que significa "sabiendo" y que nos lleva a una raíz muy fructífera en castellano y demás lenguas modernas "idea", que es el aspecto o apariencia, la visión y de ahí el conocimiento que tenemos  de las cosas.

Finalmente en el último verso tenemos la palabra "psyché", que conservamos en castellano bajo la forma "psico-" y "psíquico": de ahí los psicólogos, o expertos en la mente y alma humanos, y los psiquiatras, que son los médicos, y todos los derivados, tales como: psicotecnia, psicopatía, psicología, psicoanálisis, psicosomático, neuropsiquiatría, y psicopedagogía, por ejemplo.   

Doy aquí, además,  varias versiones rítmicas diferentes del mismo poema que tratan de reproducir en castellano, no sé si con buena o mala fortuna, la gracia de la música del original griego, como si se tratara de ocho variaciones sobre un mismo tema musical.

Niño de angelical visión, / te persigo y ni cuenta das, / sin ver tú de mi corazón /que manejas las riendas.

Doncel de ojos de virgen, voy / tras ti y no haces ni caso tú, /que no ves que de mi alma vas /gobernando las bridas.

Oh muchacho de ambigua faz, / te amo y sordo a mis ruegos vas /sin pensar que de mi pasión /tú conduces el carro.

Mozo tú de adamado ver, / te amo pero insensible tú /no comprendes que el rumbo vas /de mis pasos marcando.

Chico de virginal mirar, / yo te busco mas no lo ves, / porque ignoras que el timonel / eres tú de mi vida.

Niño dulce que miras, ay, / yo te sigo y me ignoras tú, / no sabiendo que de mi ser / llevas el gobernalle.

Zagal de ojos de niña, estoy / yo por ti, y ni te enteras tú, / que no sabes que de mi amor / eres único auriga.

Chaval de remirar gentil, / te amo y no me respondes tú / ignorando que sobre mí / eres tú el que cabalga.

Y esta es la versión en hendecasílabos blancos o sin rima que hace el poeta Víctor Botas en su poemario "Segunda mano" (1982), donde omite el vocativo "niño" o "muchacho" y, consiguientemente, la alusión homosexual explícita en Anacreonte:
 
Tú no sabes que llevas en las manos / las riendas de mi alma. De otro modo / nunca más volverías a mirarme / con esos ojos llenos de inocencia.

domingo, 6 de abril de 2025

La canción que cantaba Anacreonte

De Amaltea y su cuerno (1) yo

 no quisiera riquezas mil 

ni años ciento cincuenta ser 

faraón de Tartesos (2). 

 

1.- Amaltea era el nombre de la cabra que crio a Zeus con su leche, o, según otra versión, la ninfa que crio a Zeus con la leche de una cabra. En cualquier caso, la infancia del dios se desarrolló en una cueva del monte Ida en la isla de Creta, oculto de la ira de su padre, que devoraba a todos sus hijos recién nacidos porque sabía que uno de ellos estaba llamado a matarlo y sustituirlo.

Se cuenta que un día Zeus niño rompió sin querer  uno de los dos cuernos de la cabra manipulando sus fulminantes rayos con los que jugaba imprudentemente. Como recompensa, le confirió al cuerno roto el poder de otorgar al que lo poseyera todo lo que quisiera: de ahí surgió la leyenda de la cornucopia o cuerno de la abundancia, del que brotaban sin cesar todos los bienes que uno pudiera imaginar y desear en esta vida, y que a menudo se ha representado con copiosidad de frutas y flores. La cornucopia se convirtió enseguida en el símbolo de la diosa Fortuna, dadora de riqueza.

Zeus, como agradecimiento a la cabra que lo había amamantado y criado, subió su cuerno roto junto con la propia cabra a las estrellas, catasterizándola, es decir, convirtiéndola en un astro o, mejor dicho en una constelación, creando así de paso, como el que no quiere la cosa, el primer unicornio, y dando el nombre al signo del zodiaco de Capricornio, palabra compuesta que significa “el cuerno de la cabra”. 

Con la piel de esta cabra, una vez muerta,  se hizo Zeus su égida (del lat. aegis, -ĭdis, y este del gr. αγς, -δος, escudo o coraza de piel de cabra). La piel de la cabra Amaltea, adornada con la cabeza terrorífica de Medusa, constituye el arma defensiva o escudo, la protección de la divinidad. Con este sentido figurado se usa la palabra en castellano. Véase, por ejemplo, esta frase de la prensa escrita: "Allí se estableció Corea del Norte como una República comunista, bajó la égida de la Unión Soviética, mientras que Corea del Sur quedó bajo la órbita de Estados Unidos".

El cuadro de Tiépolo muestra al dios Neptuno ofreciéndole la cornucopia a la serenísima república de Venecia, reclinada sobre la testa del león que la simboliza.


Otra cornucopia es la que sostiene en su mano izquierda el dios-río Tigris, una escultura del siglo II de nuestra era, situada en el Capitolio, una de las siete colinas de Roma, a la que se le han añadido Rómulo, Remo y la loba capitolina, sobre los que reclina su brazo derecho, para identificar al dios con el río Tíber.


2.- Lo de "faraón de Tartesos" es una alusión a Argantonio, rey de la mítica Tarteso (o Tartesos), una floreciente civilización prerromana de la península ibérica en el oeste de Andalucía. Según Heródoto, el padre de la historia, este longevo rey vivió ciento veinte años, de los que reinó ochenta. Era una figura mítica que representaba la longevidad y el poder, a quien Anacreonte no envidia,  porque no aspira ni a lo uno ni a lo otro.


La cancioncilla de Anacreonte que nos ha llegado, compuesta por una sola estrofa de cuatro versos (tres gliconios, que son octosílabos agudos, es decir, eneasílabos según el cómputo castellano,  y un ferecracio, que es un verso de siete sílabas contadas, estrofa que parece que huye a propósito del molde octosilábico de la lírica castellana) es un menosprecio de la riqueza y del poder, tanto monta: el poeta no nos dice lo que alaba como contrapartida, sino sólo lo que desprecia:  las riquezas y los poderes, en otras palabras, el premio gordo de la lotería de Navidad, la política y la economía, que son las dos caras de la misma moneda capitalista, la que persiguen afanosamente otros mortales, digamos que la mayoría democrática de nosotros.

Tampoco tiene mucho aprecio por la longevidad, como si quisiera darnos a entender así que la vida no se mide por el tiempo que dura, sino por la intensidad con la que se vive. Es verdad que no nos dice que es lo que querría en esta vida.

¿Qué nos queda entonces si despreciamos el dinero y el poder? No lo sabemos. Es verdad que nosotros, como canta el poeta, no sabemos la mayoría de las veces lo que queremos (podemos llamarlo de muchas maneras: amor, felicidad, salud, vida... sin saber muy bien en qué consisten esas cosas ni precisar mucho su significado), pero sí sabemos como decían los estudiantes indignados de mayo del 68 en París, lo que no queremos.