A menudo oímos decir que solo se es libre cuando se puede decidir. Y muchos reclaman para ser libres el derecho a decidir. ¿A quién se lo reclaman? Al amo. Ese es el problema.
Decía Theodor W. Adorno: "La libertad consiste no en elegir entre blanco y negro, sino en escapar de toda alternativa preestablecida". El amo es el que establece la alternativa. Podemos ser nosotros mismos en un determinado momento dado los que nos impongamos el papel del amo.
Cuando uno elige entre los términos de una alternativa que se le brinda no solo se está sometiendo al designio de quien diseñó la alternativa, sino también a la propia alternativa, como nos enseñó el sociólogo Jesús Ibáñez (1928-1992) en A contracorriente, edit. Fundamentos, Madrid, 1997.
En las sociedades democráticas contemporáneas avanzadas tenemos libertad para elegir entre dos términos aparentemente opuestos como el blanco y el negro pero realmente indiferentes, entre izquierda y derecha, dos productos del mercado, dos alternativas de poder: Pepsi-Cola o Coca-Cola, Madrid o Atleti, Sánchez o Feijoo, dos partidos políticos igualmente corruptos cuando ejercen el poder porque no existe la corrupción cero cuando se ejerce dicho poder por lo que ninguno de ellos puede ser el antídoto de la corrupción...
Una democracia moderna alcanza su equilibrio cuando solo quedan -al estilo yanqui- dos opciones electoralmente indiferentes: el bipartidismo es la perfección culminante de la democracia moderna, que nos ofrece la oportunidad de cambiar para seguir igual, o de ponerle un collar diferente al mismo perro.
Los que mandan, que son por otra parte unos mandados como los demás, pueden preguntar lo que quieran, y es deber del resto de los mandados responder a lo que se les pregunta.
La participación de los ciudadanos en el rito electoral de la feria democrática debe limitarse a responder a las preguntas que se les hacen: a elegir entre los candidatos que les proponen, sin que ellos participen para nada en la propuesta.
Ni siquiera los militantes -qué término este más militarote pero significativo- de cada partido participan en la elaboración: las listas son cerradas por la cúpula de cada partido. Se ha criticado este hecho muchas veces y se ha propuesto, para corregirlo, la apertura de las listas, listas abiertas... Pero eso no resuelve el problema de la alternancia en el poder.
Hay que elegir entre términos indiferentes: nada más seguro que la alternancia en el poder de dos partidos (casi) idénticos: para que haya reversibilidad, para que estemos en el mismo punto al empezar y al acabar la función.
No hace falta saber latines para ver que decidir rima con incidir, y que el hecho de tomar una decisión sugiere la práctica de una incisión, abscisión, escisión o circuncisión, que se hace, otra rima etimológica, con precisión y concisión. Y detrás de estas palabras aparece de alguna forma el hecho de separar cortando, por ejemplo la cabeza del cuello en el sacrificio de un pollo o de una gallina, tajar, zanjar y degollar...
Y es que decisión proviene etimológicamente de la palabra latina que nombraba la acción de cercenarle el cuello a la víctima sacrificial.
De ahí que la manera de resolver un negocio, un problema o un asunto sea la toma de una decisión. Decidir es degollar las alternativas. A veces tomamos una decisión, cuando quizá lo más prudente -lo menos sanguinario- sería la indecisión, porque, reconozcámoslo, saber nada o muy poca cosa sabemos, no sabemos lo que queremos, lo que lejos de desesperarnos, debería permitirnos ver, nada nos lo impide por otra parte, que sabemos lo que no queremos, que es lo que tenemos y nos sobra.