domingo, 15 de junio de 2025

Dos vidas

    Álvaro de Campos es otro de los heterónimos o pseudónimos (etimológicamente 'nombre falso', si no fuera porque todos los nombres propios, reales como son, resultan falsos al fin y a la postre) del inmenso poeta portugués Fernando Pessoa (1888-1935). 
 
    El otro día recordábamos a otro heterónimo suyo, más clásico, pagano y horaciano, Ricardo Reis. Hoy traemos a Álvaro de Campos, mucho más moderno que Ricardo Reis, autor de este poema titulado Dactilografía, que fue publicado en la revista Presença nº1, 2ª serie, en noviembre de 1939, unos versos libres, si pueden llamarse así, porque son tan libres que ni siquiera son versos sensu stricto, sino una prosa poética si se quiere y sugerente que le agradecemos al autor por el descubrimiento de que todos tenemos dos vidas: la real y la verdadera, que no son la misma porque el sueño es la vida verdadera, la soñada en la infancia y durante la edad adulta 'en un sustrato de niebla', mientras que la vida efectiva es falsa y ficticia como la realidad misma de la sórdida oficina.  
 
 
  Dactilografía
 
Trazo solitario, en mi cubículo de ingeniero, el plano, 
firmo el proyecto, aquí aislado, 
remoto hasta de quien soy. 
 
Al lado, acompañamiento banalmente siniestro, 
el tic-tac estallante de las máquinas de escribir. 
 
¡Qué náusea de la vida! 
¡Qué abyección esta regularidad! 
¡Qué sueño este ser así! 
 
Otrora, cuando fui otro, eran castillos y caballeros 
(ilustraciones, tal vez, de algún libro de infancia), 
otrora, cuando le fui verdadero a mi sueño, 
eran grandes paisajes del Norte, explícitos de nieve, 
eran grandes palmares del Sur, opulentos de verdes. 
Otrora. 
 
Al lado, acompañamiento banalmente siniestro, 
el ti-tac estallante de las máquinas de escribir. 
 
Todos tenemos dos vidas; 
la verdadera, que es la que soñamos en la infancia, 
y que continuamos soñando, adultos en un sustrato de niebla; 
la falsa, que es la que vivimos en convivencia con los demás, 
que es la práctica, la útil, 
 aquella en la que acaban por meternos en un ataúd. 
 
En la otra no hay ataúdes, ni muertes, 
hay sólo ilustraciones de infancia: 
grandes libros coloreados, para ver pero no leer; 
grandes páginas de colores para recordar más tarde. 
En la otra somos nosotros, 
en la otra vivimos; 
en esta morimos, que es lo que vivir quiere decir; 
en este momento, por culpa de la náusea, vivo en la otra... 
 
Pero al lado, acompañamiento banalmente siniestro, 
yergue la voz el tic-tac estallante de las máquinas de escribir.
(Traducción de Miguel Ángel Viqueira)
 

 

2 comentarios:

  1. En la distancia del tiempo
    aquello se me asemeja
    a una antigua arcadia
    de la que fuimos expulsados,
    y la lucha diaria una búsqueda
    del placer y la dicha
    que un dia disfrutamos.

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