-1-
Al modo de Demócrito, que ríe siempre. Riamos, riamos y pensemos de dónde procede y a dónde va nuestra risa incontrolable y contagiosa. Hablamos de la risa de verdad, de la que sale de lo hondo del alma, la que se contagia. El humor desenfadado no es inofensivo. Antes bien, suele ser un hachazo a lo políticamente correcto. La risa es liberadora, pone en tela de juicio todos los valores compartidos y asumidos, todas las certezas y convicciones, y lo hace sin moral ni ética ni propuesta alternativa que valga. El verdadero humor es como la crítica destructiva: derriba, no construye ni propone nada. El auténtico humor desestabiliza la seriedad reinante, reduciéndola a escombros y a cenizas, pulverizándola. En el fondo, choca y molesta de verdad porque no es edificante. Baja a todo el mundo, incluido uno mismo del ridículo pedestal, y no contiene moralina.
-2-
Y ahora al modo de Heraclito, que llora siempre. Dejémonos invadir por la tristeza. Y lloremos, ahoguémonos en un mar de lágrimas. No se trata de embargarse de pesimismo, que no deja de ser un -ismo como su correlato contrario, el optimismo, porque no hay razones ni para lo uno ni para lo otro. Se trata de dar rienda suelta al llanto, de entregarnos a la catarsis trágica para desahogarnos. Y en el fondo de lo que se trata, como aconsejaba el sofista Gorgias, es de desarmar la seriedad del adversario (o de uno mismo, que suele ser el mejor y mayor adversario) con la risa, y la risa con la seriedad, a Demócrito con Heraclito y a Heraclito con Demócrito.
-3-
Después de haberse enseñoreado Alejandro de este mundo, suspiraba por los imaginarios que le oyó quimerear a un filósofo, su maestro Aristóteles, no por nada, no porque fuera Alejandro o porque fuera especialmente necio, sino porque el que la sigue la consigue, como dice el refrán, y él había conseguido realizar su sueño. Pero, recién cobrada la presa, descubre Alejandro y nos damos cuenta nosotros como él y como Apolo de que ya no era la Dafne que perseguíamos y que nos había enamorado, por lo que nos invade una gran congoja. ¡Oh maldita hacienda, si no la tienes, la deseas porque te falta; si la tienes te da preocupaciones y cuidados, y la aborreces porque te sobra! Alejandro debió de decirse a sí mismo algo como lo que dijo Gracián, que parafraseamos aquí: Al que deseé distante ya lo tengo cercano, y ahora que lo tengo al alcance de la mano, ya lo deseo distante.
-4-
Un dístico elegíaco de hexámetro y pentámetro dactílicos: De un soldado en el casco anidó una blanca paloma: / véase qué intimidad entre la guerra y la paz.
-5-
Lo que veo me enceguece, lo que oigo me ensordece, lo que sé me hace ser necio e ignoro aquello que sé.
-6-
¡Que se callen todos! Que el silencio acalle las lenguas de las palabras infinitas de los charlatanes, los políticos y los intelectuales del Régimen, que no dicen nada nuevo, que no hacen sino repetir las mismas cosas, erre que erre.
-7-
“La propiedad es el robo”, sentenció Proudhon, el anarquista, de una vez por todas. La propiedad privada es una abstracción, y como tal una mentira que necesita imperiosamente para sostenerse y hacerse valer la legislación y la fuerza represiva, que son las armas que le brinda el Estado, garante de la desigualdad social que a mí me concede algo a costar de privar a los demás de su disfrute: de ahí el nombre de propiedad privada.
-8-
No soltera, sino solterona se quedó la tía Hortensia esperando al Príncipe Azul, compuesta y sin novio, sentada en el banco de la sala de espera del parque durante toda su vida. La diferencia entre soltera y solterona es muy sencilla: soltera es la que no está casada, mientras que solterona es la que tiene vocación de casada y no lo está, la que siente que su vida no tiene sentido sin la sujeción del yugo del matrimonio, pero no encuentra pareja con quien casarse porque el hombre ideal no existe y porque si ponemos el carro del matrimonio por delante de los bueyes el carro no marcha.
-9-
Contra los ateos: Una prueba gráfica irrefutable de la existencia de Dios, el Ser Supremo: "¡Ves cómo sí existe un ser superior que está por encima de nosotros!"
-10-
¿Por
qué la taza –dijo Diógenes al ir a beber agua a la fuente-, cuando hay
mano con que beber? Y bebió, después de arrojar la taza, el agua fresca
de la fuente en el cuenco de la palma de su mano, que le supo a gloria
bendita, a lo que sabe el agua precisamente porque no sabe a nada. ¿Por
qué la mano –decimos nosotros al ir a beber agua a la fuente-, donde hay
boca con que beber? Y metemos la cabeza en la fuente. Y bebemos la
fuente, igual que Narciso que se ahogó en ella víctima de su propia sed.
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