“Pedro fue uno de los grandes Grandes, un
patriota nacido aquí.” Con estas palabras se refería el Jefe del
Ejecutivo de la Taifa de Cantabria al “héroe de la Independencia”
Pedro Velarde y Santillán, cuyo nombre unido al también capitán de artillería Luis
Daoíz forma el dúo inseparable de héroes nacionales del dos de
mayo: Daoíz y Velarde. Pedro, al igual que Luis, como los
llamaría familiarmente el presidente cántabro, forman parte de la
mitología nacional-ista española. Son también por cierto sus
apellidos Daoíz y Velarde los nombres populares de los dos leones
que custodian la entrada del Congreso de los Diputados (y Diputadas).
El acto de homenaje a Velarde que se celebró
en su Muriedas natal, en el municipio de Camargo el 2 de mayo pasado, comenzó con una misa y acabó con la ofrenda de una corona de laureles de la victoria a cargo de las personalidades relevantes: el susodicho
presidente, la alcaldesa, la delegada del Gobierno de la nación y el
delegado de Defensa entre otras autoridades militares y civiles.
Santander a la Gloria del Héroe.
La
figura de Pedro, como le llama familiarmente el Jefe del Ejecutivo,
es la de un patriota, “nacido aquí”, autóctono, protagonista del
levantamiento popular madrileño, que dio su vida por la idea de la Patria y que defendió así el comienzo de lo que fue
luego la Guerra de la Independencia para acabar con la invasión de
Napoleón, una invasión que de haber triunfado -esto no lo dijo
él, lo digo yo- nos habría liberado, sin duda, de la dinastía de
los Borbones y de muchos de los males multiseculares de una España
oscurantista y sin luces en la que los curas predicaban desde los
púlpitos indulgencias para los patriotas que mataran franceses
invasores. Merece la pena en este sentido la siguiente cita del
historiador Eric Hobsbawm (1917-2012): «Los historiadores son al
nacionalismo lo que los cultivadores de opio del Pakistán a los
adictos a la heroína: nosotros (se refiere a los historiadores) suministramos la materia prima
esencial para el mercado».
Hacía así el orador demerasta que es el presidente de Cantabria un llamamiento a "recordar permanentemente esa historia que ha hecho grande a Cantabria y España
y nos reafirma como pueblo", pasando así Pedro a formar parte del
pabellón de los cántabros ilustres como Beato de Liébana o Juan de
la Cosa, pabellón al que la alcaldesa de Camargo añadió el nombre de Juan
de Herrera, el arquitecto de El Escorial, nacido también en ese
término municipal.
El Jefe del Ejecutivo Cántabro ha felicitado al
Ayuntamiento de Camargo por mantener vivo el homenaje a Velarde, y
trasladado su solidaridad a un grupo de refugiados ucranianos
presentes en el acto. ¿Qué pintaban allí? Según él, el presidente
Zelenski es "otro Velarde" que lucha por defender a su pueblo
de la invasión rusa. Daba a entender que Pedro seguía estando vivo
y siendo hoy en día una “referencia” para superar desafíos
actuales como el conflicto bélico de Ucrania. (Cabe decir aquí entre paréntesis que durante la Guerra Civil española de 1936-1939 se utilizó por parte de los dos bandos en pugna la figura de los héroes del dos de mayo como reclamo para luchar y morir por las ideas).
Por su parte, la alcaldesa de Camargo, que no podía
ser menos, afirmó que Pedro Velarde "ejemplifica el heroísmo,
el patriotismo y el cariño por un país" y llamó a tomar su
ejemplo para "reforzar los lazos de convivencia y reivindicar la
defensa de la paz y la libertad". Lamentaba la regidora “lo
poco que han cambiado las cosas después de muchos siglos y ver cómo,
al igual que por ejemplo en 1808 había emperadores auto-erigidos
como Napoleón que querían apoderarse de Europa.” Y, claro, la
comparación estaba servida con el zar ruso invasor de Ucrania: “Hoy en día
existen otros líderes con anhelos imperialistas que quieren hacer lo
propio con sus países vecinos”. Para la alcaldesa Pedro Velarde es
“el héroe de todos los camargueses que echó a los invasores
franceses de nuestro país y que cambió la historia de nuestro
país”. No especificó si el cambio fue para bien o para mal.
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Homenaje a Pedro Velarde
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Cuando a una guerra como la de 1808-1814 se la
llama de la Independencia, conviene preguntarse de qué y de quién se independiza uno.
La respuesta parece obvia: del enemigo extranjero, de la invasión napoleónica foránea, una invasión
que nos habría liberado paradójicamente de otras dependencias nacionales de las que seguimos
presos todavía. Hay que tener en cuenta que en 1808, cuando estalla la guerra o
quizá habría que llamarla la guerrilla, pues la palabra y la
táctica de no presentar batalla en campo abierto surgió entonces, España estaba anclada en el Antiguo
Régimen. La Constitución de Cádiz de 1812 lo expresaba
tajantemente: «La religión católica, apostólica y romana, única
verdadera, es y será perpetuamente la religión de todos los
españoles».
Patriotismo, referencias a lo «nuestro» o lo «español», con
un notable componente xenófobo, concretamente antifrancés, van
formando el arsenal de la retórica nacionalista que al final acabará
culminando en la mitificación de la «Guerra de la Independencia»,
y en la glorificación de los mártires del 2 de mayo y su heroica muerte por la Patria.
Dos de Mayo, Joaquín Sorolla (1884)
La Guerra de la Independencia no fue una «guerra de independencia», aunque se la haya denominado así puesto que no se
trataba de liberar a un territorio sojuzgado por un poder imperial.
Jovellanos la definió, de hecho, como una guerra civil. Napoleón
Bonaparte consideraba que había llegado el momento de derrocar a los
Borbones y de regenerar España, sustituyendo una dinastía francesa
por otra, la suya propia, a través de su hermano. Napoleón, pues,
no pretendía convertir a la monarquía española en un territorio
dependiente del imperio francés, sino cambiar la dinastía reinante.
Pero ha predominado la visión nacionalista según la cual la guerra
contra Napoleón habría sido la culminación de la larga lucha del
pueblo español para liberarse de invasiones -y de influencias-
extranjeras perniciosas.
Conviene recordar, para acabar,
aquella seguidilla que cantaban los
liberales españoles en 1823 exiliados en Londres al restablecerse el absolutismo del idealizado
Fernando VII de Borbón, alias El Deseado: “¡Vivan las ca(d)enas, / viva la
opresión, / viva el Rey Fernando, / muera la Nación.”