L E C T U R A S

martes, 10 de junio de 2025

Podredumbre intelectual

    El año pasado la prestigiosa Universidad de Oxford declaró el término “brainrot” como palabra del año, compuesta de “brain” cerebro, mente o sesera, y “rot”, podredura, podredumbre, pudrición o simplemente podre, definiendo la palabra como el “supuesto deterioro del estado mental de una persona”, es decir, deterioro de nuestras capacidades cognitivas o intelectuales, debido al consumo excesivo de “contenido trivial o poco exigente” de la Red en general, las redes sociales en particular, y otras plataformas en línea que no hace falta mencionar pero cuyo objetivo es entretenernos y distraernos presentándonos la realidad como ficción y la ficción como realidad.

    Sin necesidad de suficiente evidencia científica avalada por estudios de expertos publicados en artículos revisados por pares en prestigiosas revistas del gremio cien-ton-tífico y blablablá, ya sospechábamos un poco todos por lo bajo que pasar demasiado tiempo frente a las pantallas como hacemos, confesémoslo, genera ansiedad y depresión, y en los cerebros infantiles y adolescentes, además, TDAH que son las siglas del Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, perturbaciones del comportamiento y síntomas físicos como mareos, dolor, náuseas y ganas de morirse. 

    La exposición excesiva a los contenidos de las pantallas pueden provocar entumecimiento cerebral, reduciendo nuestra capacidad para responder a estímulos emotivos e intelectuales, deteriorando nuestra capacidad cognitiva, lo que dificulta la recopilación y procesamiento de datos por la sobrecarga mental debida al bombardeo constante de información. Esta podredura de la mente afecta a funciones básicas del cerebro como la actividad de nuestra memoria , que se atrofia por falta de ejercicio, confiada en la del dispositivo que todo lo sabe y lo recuerda, y nuestra capacidad de interacción social, que disminuye considerablemente.

    El problema no radica en cuánto tiempo pasamos frente a las pantallas, sino en lo que ganamos y nos perdemos mientras estamos ante ellas. Nuestros cerebros necesitan interacciones sociales, actividad física, desarrollo creativo, estímulos ricos y diversos, no imágenes y datos absurdos que no nos interesan en absoluto y que nos meten ideas -falsas, epíteto de 'ideas' y, como tal, adjetivo innecesario pero no superfluo dado que es enfático-  en la cabeza, reduciéndonos, como antaño la televisión, que ya solo ven los viejos, a los que hace compañía, a la condición de espectadores pasivos. Esos contenidos, la inmensa mayoría, son fast food, comida basura para la mente, que necesita otros estímulos.

     El problema no es, como creen algunos ingenuos, la poca calidad, sino la grandísima cantidad. Es cierto que hay contenidos interesantes, pero pasan desapercibidos entre la inmensa balumba de informaciones y datos, por lo que la exposición constante y adictiva no deja de cansar el cerebro y reblandecerlo hasta freírlo. 

    Hay que alejarse de las pantallas, y soy consciente de que esto se dice desde una pantalla, pero esa es la cruz de la contradicción con la que cargamos. Nos hicieron un daño inmenso cuando nos apartaron de la interacción social en prevención de contagio del coronado virus asesino aquel por contacto real. La mayoría democrática se volcó, si no lo estaba previamente, en las redes sociales y en las asépticas videoconferencias, y he aquí el resultado de todo ello: aumento de las tecnologías, podredumbre de los cerebros, brainrot; thank you, Oxford university, for the concept

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